Érase una vez, hacia el Sur, un colegio maravilloso. Estudian, se ocupan
y disfrutan en él unos jóvenes, Campeones no, lo siguiente: Príncipes y
Princesas. Por su especialísima sensibilidad, por su corazón, más grande que el
de los demás, porque no se cortan un pelo a la hora de expresar, puras y duras,
sus emociones esenciales… Por su Directora que les lleva -y que la traen- en
volandas de abrazos y de besos, aprendiendo de ella y con ella lecciones tan
bonitas y humanas que ningún algoritmo podrá nunca formular. Érase una vez,
hacia el Sur, un colegio maravilloso, al que tenía que acudir yo, el escritor
sin Nombre, a contarles unos cuentos… y el más hermoso de todos fue el que
ellos y ellas me contaron a mí.
Tú verás: sin merecer ni esperar yo nada, me prepararon ellos entera
para mí… una pizarra preciosa en la que, con muy románticos trazos y en tizas
de colores, de los colores de la alegría… ¡leíase mi nombre y el de mi pobre
libro!, que parecían allí capitales… ¡más un bendito corazón muy rojo
engalanándolos! Ellos se reían y se agitaban mucho mucho pero, comprendedme, a
mí se me hizo una pelota de pádel en la garganta. Entre cinco o seis de ellos
me condujeron a una silla principal, como si un Rey fuera yo, alrededor de la
cual habían trazado un imperfecto semicírculo con las suyas, unos veinte.
Pusieron a su Directora a mi lado, y eso me tranquilizó, pues su sola presencia
ya infunde alegría y calma a la vez. ¡Cómo esas personas la quieren! Se palpaba
esa devoción en las cuantiosas miradas chispeantes –les brillan a ellos los
ojos más que a los demás, sí, hasta yo lo noté- con que a ella la
abarcaban.
Demandado por ella, se hizo un breve silencio. Empezaron a leer mi
relato “Estrella”, el de la aprendiz
de maga y el chico seriote. Primero leyó la Dire,
pero al poco, por turnos, ellos y ellas ocuparon su sitio para, con sus voces
atropelladas o titubeantes por la emoción –se emocionan, para lo bueno y para
lo malo, ellos más que los demás, lo vi- continuar la lectura. ¡Mis palabras
escritas en la alta voz de aquellas bocas intrépidas y sin malicia! Los que
escuchaban, al calor de lo que oían, soltaban risotadas, o grititos,
improperios u olés, canturreaban algo, o se levantaban y saltaban sobre las
sillas, corrían hacia el ventanal y volvían, tales eran el vivísimo candor y la
inocencia rebosante de sus reacciones. Y al terminar, al terminar “Estrella”,
entonces estallaron en la más exaltada algarabía de aplausos y jaleos hacia mi
relato, que a poco allí mismo me desmayo. La Dire, a mi lado, sonreía encantada. Bueno, para encantado el muá.
Sólo pude decirles… GRACIAS, sois la hostia, joder… pues nada más fui capaz ya de
articular.
Me abrazaron y me besaron y me estrujaron y me felicitaron por mi nombre
de lo lindo entonces todas aquellas personas tan increíblemente cariñosas. Esto
también lo son más que los demás, es la verdad. Me dijeron a la cara cosas tan preciosas de mi relato que el pudor me
impide aquí publicarlas. Me preguntaron que cómo era ese trabajo de ser
escritor, que si hacía muchos tachones al escribir, que si también dibujaba yo
las portadas. La bola de pádel maldita me hacía explicarme de pena, y por
dentro juré por ello, por mi torpeza escénica, por no ser capaz yo de
devolverles siquiera una parte de todo lo que me estaban dando. Allí sobre la
marcha tres de ellos me pidieron y, rascándose los bolsos, me pagaron, mis VEINTE RELATOS DE AMOR Y UNA POESÍA
INESPERADA, precisándome muy concretas y emotivas dedicatorias. Me dijo más
tarde la Dire que algunos más de
ellos piensan encargarme mis libros, les
han encantado tus relatos, han flipado con ellos, te lo prometo, me ha dicho
uno que está ahorrando ya para ello, otros dos que para Navidad, ya verás. Me
despedí al final, que yo quería nunca llegara, de ellos primero en el aula, y
de ella en la puerta del cole, luego, con
un muy fuerte abrazo. Aún ella permaneció fuera del colegio, dándome el adiós
con su sonrisa perenne.
Dentro ya del coche, iba ya a arrancar y ,para mi más completo asombro,
divisé entonces a varios de aquellos jóvenes, chicos y chicas, contemplándonos,
contemplándome tras los cristales, con las manos y las caras pegadas a los
mismos. Con los ojos muy abiertos, con la expresión descabalada por la ilusión,
como soñando ya con su/mi libro en las manos, así estaban. Hmmm, se me pone la
carne de gallina al recordarlo. Fue para mí, claro, una Tarde Literaria imborrable,
cuya memoria llevaré conmigo mientras viva. Principitos y principitas, todos y
cada uno de vosotros, que algunos de vuestros nombres de memoria yo me sé, jamás
podré ya olvidaros. ¿Sabéis? Me hicisteis sentir como un escritor con Nombre. Gracias.
Érase una vez, hacia el Sur, un colegio maravilloso, al que tenía que acudir yo
a contarles unos cuentos… y el más hermoso de todos fue el que ellos y ellas,
Príncipes de Alhaurín, Reinas de Nueva Andalucía, me contaron a mí.
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