Postrimerías del verano ya. Crepúsculos vertiginosos que ponen perdido de belleza el horizonte entero. Presagios del Otoño en un súbito viento frío en medio de la tarde de principios de septiembre. Si al principio del Verano éramos acróbatas inflamados, locos por tomar carrerilla y hacer uno, dos, hasta tres saltos mortales, y caer además con los brazos abiertos y sonrientes ante el respetable, somos hoy payasos de voz algo triste en el número que anuncia el final de lo bueno...
Aquel año terminaba también el Verano y yo tenía que despedirme de Maribel. Maribel era una chica morena y de ojos negros a quien había conocido aquel verano en un camping de la playa de Denia. Bueno, se trataba de olvidarme un poco de Silvia, la chica a quien en vano había enseñado yo ecuaciones. Era en Silvia en quien estaba yo pensando, a solas frente al mar y con pose de cantautor, cuando una pelota de goma verde cayó sobre mi cogote. “¿Perdona, juegas a las palas?” Sí, jugué con Maribel a las palas. Estaba tan nervioso que con uno de mis golpes le arreé un tremendo pelotazo donde termina la espalda a una alemana cuarentona que andaba tumbada por allí, quemada al sol como una nécora a la plancha. La alemana me insultó en alemán, que es insultarte el doble, y no atendía a mi cara de panoli que le imploraba perdón, pero Maribel, a lo lejos, es que se tronchaba. Luego nos bañamos juntos los dos en el mar. En los días siguientes volvió a aparecer Maribel, con sus palas y su pelota verde. Por las tardes comprábamos cucuruchos de vainilla y pistacho en el bar del camping y nos íbamos con ellos en la mano a pasear a la orilla del agua. Me hablaba sin parar de Umberto Tozzi. Así pasó agosto y, el último día, el bar del camping contrató un infame trío musical para una especie de fiesta de despedida. Atacaron una versión indescriptible de Gloria, la canción de ese verano. Maribel me pidió que bailáramos juntos, y aunque yo sólo rozaba su cintura, era avasallador el aroma que de su cuerpo me llegaba.
Terminó la canción. Era ya de noche y había cientos de estrellas arriba. Le pedí que me dejara acompañarla hasta la tienda. “Es que mi padre se enfada mucho con los chicos que me acompañan… bueno, vamos, no creo que esté ahora allí”. Pero estaba, vaya si estaba, y nos sorprendió él a nosotros, aunque ni siquiera yo la había tomado de la mano. El padre de Maribel era una montaña de músculos, con el cráneo rasurado y unos bigotes feroces. Llevaba una camiseta de hombreras ajustada y en la cara una expresión amarga. Pensé que de un puñetazo iba a aplastarme. Pero entonces descubrimos Maribel y yo que su padre en realidad contemplaba entristecido una foto borrosa. Era de una mujer muy guapa. Como si a aquel gigantón le doliera en el alma una ausencia irrellenable. “El amor, chicos,… el amor”, nos dijo con voz trémula. Maribel era la primera sorprendida y se abrazó a su padre. Y yo, aún hoy no sé de donde saqué resuello para sentar cátedra: “Verá, Señor, el amor es… una ecuación: hay que ser muy, pero que muy cuidadoso, resolver primero los paréntesis, hallar luego el mínimo común denominador, poner a cada lado los componentes homogéneos de cada parte, siempre bien atento, y sólo entonces, sólo entonces resolver la incógnita. Y ya está”.
Aquel gigantón se sonrió un poco y me ofreció su manaza. “Escribe a Maribel, si quieres”, me dijo. Y yo caminaba ya de espaldas a su tienda, con las manos en los bolsillos, cuando Maribel de pronto echó a correr hasta detenerse justo delante de mí. De algún lado se sacó entonces la pelota de goma verde y con su mano la hizo resbalar muy despacito de un lado a otro de mi cara, desde una sien, por la barbilla, hasta la cima del otro pómulo, como si quisiera enjabonarme el vello que yo no tenía. Por increíble que parezca, aquella pelota verde, bajo los dedos de Maribel, olía a vainilla y a pistacho y, claro, ese olor no lo olvidaré ya mientras viva. Terminaba entonces también aquel verano.
Buenas tardes, D. José Antonio.
ResponderEliminarEncantado de haber descubierto su pequeño rincón. Deduzco que sus intereses son más variados que los de los que habitualmente participamos en el blog de D. Santiago González. Eso está bien. Tanta política ya cansa un poco.
Volveré a visitarle, si me lo permite.
Un saludo.
Me pasaré por aquí de vez en vez. Gracias por su invitación.
ResponderEliminarBuen relato. Como solían decirme mis hijos cuando les contaba cuentos de pequeños: ¿qué pasó después? ¿Qué fue de Maribel?
ResponderEliminarChurruca, Neo, Grunentahl:muchas gracias por dejarme sus palabras de ánimo. Se las agradezco un montón. Me encanta el Patrón y por eso pensé dejar ahí la pesquisa de mi blog.
ResponderEliminarGrunentahl: con Maribel, como siempre con las chicas, nunca pasó nada. Todo quedó en nada. Agua de moncho borrajo. Cuando pueda voy a hacer como Ford Coppola (que no se diga que uno no tiene pretensiones) en El Padrino, y es poner el relato hacia atrás, es decir contar la historia de la chica de las ecuaciones, es decir la historia de Silvia.
Muchísimas gracias por su tiempo