viernes, 26 de noviembre de 2010

Relato del Antro (Opus nº2, a la Grandragoniana maniera)


      
      Esto que aquí te dejo, atento lector, que atenta por su desmedida extensión contra las más sagradas leyes del Intenet, -te pediría, si fueran ya Reyes que te lo imprimieras, que lo saborearas despacito en algún rincón tú sólo, es decir, tú y yo a solas, alejados del mundo- sólo puede entenderse tras la lectura del Paisaje después de la Victoria que puse en esta pizarra tuya y mía hará un mes (2 de noviembre del corriente). Como el anterior ningún éxito tuvo, le he metido mano, buscando la manera de ponerlo en conexión con las obras ahora triunfantes, a ver si así una parte de ese éxito se le pega y puedo yo en algo descollar y ver en papel editorial publicadas mis obras y la legión de mis seguidores hasta el infinito y más allá incrementada, aunque fuera sólo en una décima parte a la de los que siguen a los afamados autores que tú sabes yo tanto envidio. Sirvan pues de introducción  al relato estas lineas que ahora siguen. Advierto, claro, que puede el nuevo relato herir la sensibilidad de alguna persona, que si no quiere verse expuesto al cúmulo de procacidades, similares a las que por desgracia a diario nos rodean, haría muy bien en ahorrarse esta malsana lectura que ahora propongo a los editores y al mundo en general.
                          
                      A MODO DE INTRODUCCIÓN
                                 
 (Yo, sr Follet, tampoco soy del todo bueno, acaso porque no encuentre alrededor mío  motivos muchos para serlo. Soy al cabo hijo de este tiempo detestable: persigo yo también como sea la Fama y el Parné. Es sólo, señor, que hasta ahora el ave de la Fortuna no enfiló hacia mi nariz el pico de su veleta, para darnos así los dos -pájaro de cuenta yo también- a la misma vez el pico mismo. Que no tuve puta suerte, vaya. Mis afanosos escritos, con esmero requetepulidos a la luz de la vela en la  covacha que me alberga, a ningún Editor movieron mas que a con soberbio desdén ignorarlos, haciéndome trizas de paso el alegre humor que un día por el mundo me moviera y que a cantar la hermosura entera de su orbe me impulsara.  Pero ahora, en la sazonada madurez de mi cabal existencia, ahora que de lo lindo agucé la pituitaria y que sin duda respiré yo, hasta aprehenderlos,  los fétidos elixires que sobre uno derrama el maná de los Ídolos Sumos arriba convocados, quiero conocer qué cosa sea esa que se siente atravesarte el cuerpo todo al tener la Gloria misma encima.
     Bueno, es el caso, sr Follet, que someto a su alta consideración mi retocado “Relato del Antro”, por si a bien tuviera Usted subvenirlo y darle aunque fuera mediocre publicación al mismo, que bien pronto, al participar el mío relato del huracán propio de estos tiempos supersónicos, esto es, al navegar por los aires con el viento a su favor, en volandas de muchedumbres lectoras me llevará, por lo que rápido no sólo habrá de reportarle a su justísimamente holgada buchaca ingentes masas de circulante sino que además  levantará mi romance justa fama a su instinto de muy fino editor, las mismas doradas excelencias que de refilón, vive Dios, a mi persona asimismo han de alcanzar. Y ahí, que está ya bien de tanto tártaro rollo, aguas van.)

    
     Pues ná, que Javi y yo nos habíamos cepillado en el pádel a un par de truchas superesportivos con cintintas reflectantes en las greñas y toda la pesca, y andaba yo como loco por mojar en birritas el Triunfo. ¿Qué passa, tío?, le espeté al muy legal peruano ilegal  que se ocupa de los carros en el Antro, ¿Hay muchas títis hoy, o qué, cómo está el patio?  “No sé, señor, ahorita recién llegué, pero dijeron que vendrá hoy persona muy principal y todo, por eso el jaleo de autos oficiales desfilando para arriba y para abajo hace una horita nomás”, me contestó.
    - No te jode, pues ¿no está el menda llegando? ¿Y que más Principal quieres? ... ¿Pero qué me estás contando colega? Tú flipas, tronco. Oyes, pásame material, tío, que tengo ganas de montar una guapa ahí dentro. Placa, placa, y tal.
     Me pasó el peruano, que tiene un careto que recuerda al de una máscara funeraria, el tema y para dentro que me fui. Bah, la misma fuliñaca de todos los jueves. Sólo que como habíamos ganado al pádel, iba yo entonces de un crecido total y me importaba ahora una mierda que aquella tropa pasara mucho siempre de mí. Le había tangao a mi hermano una camiseta de rejilla blanca que, con la movida del pádel, me quedaba niquelada, como un guante sobre la pelambrera de mi pecho de lobo en celo.  Así es que casi debí lanzarle un aullido a Amparo, la rubieja de la barra, porque el grito que pegué, a pesar del tumulto ambiente, hizo girarse hacia mí las cabezas de diez o doce toláis que por allí pululaban, lo que aproveché yo, hábil que es uno, para colarme en primera linea de la barra.
     -Amparito, cuerpo, dáme una Cinco Estrellas pero ya, mejor, dáme dos, qué cojones, anda. …Ostias, niña, que estás hoy para comértelo todo, joder, qué buena te has puesto, ¿que no?...
     Eso le dije, asomándome cuanto pude a la abertura delantera que ahuecó su camiseta rosa al inclinarse para coger el hielo. Un sostén negro de encaje, hum. La rubia me sirvió sin mirarme y se largó. Habíamos ganado, coño: le pegué un buen lingotazo al primer tercio y de puntillas divisé entonces el panorama. Como siempre también: en un rincón de la barra, encima del taburete del que jamás se mueve, sola, como casi siempre, el pelo rizado de Conchi, la cojita que a mí tanto me mola, con sus muletas bajo la barra. Y en la otra punta, también como siempre, la zorrona de Carola, como yo la llamo, a saber como se llamará la muy, rodeada de esa panda de anormales repeinados hasta las cejas que parecen sólo vivir para estar ahí husmeándole el chomino. Vale, está muy buena: tiene dos tetas y un culo perfectos, para jartarse, y gasta melena de leona, y qué. Vale, sí, me gustaría trajinármela, tener su culazo encasquetado entre mis muslos padeleros, qué pasa, aunque sea más boba que el asa un cubo. E imaginándome justamente eso, de un trago me trinqué la segunda Cinco Estrellas.
      Esa segunda birra aumentó más aún las ganas de quilar que yo ya traía, así es que me decidí a entrarle…a Conchi naturalmente. “Mira, tía, que vengo con la moral a tope, que les hemos dado pal pelo a dos cantamañanas al padel, joder, y que molaría mogollón montármelo contigo y tal, para celebrar la victoria y eso”. Entonces Conchi, como si estuviera habituada a hacerlo, contempló mi pecho lobo y de un tirón me arrancó tres o cuatro pelos que de entre la rejilla me sobresalían. “Ahhhh… oye, tía, a ti te echo yo hoy un polvazo que te cagas, como hay Dios que lo hago, que lo que acabas de hacer me pone eh? Sigue así y verás lo que te encuentras”. Conchi se rió de lado y puso bien firme su torso delante de mí. “Joder, qué par de aldabas tiene aquí mi prima”, pensé y casi se me saltaron los ojos tras las mismas y hasta alargué un poco la mano en instintivo ademán de toqueteárselas. “¿Te gustaría eh?”, fue todo lo que ella dijo entonces, insinuándose un poco más cerca de mí. Pero entonces pusieron a todo meter el Waka-waka y me apeteció mucho entonces a mí, antes de darme el lote con esas aldabas, hacer un rato el cabra en la pista imaginándome sólo lo bien que luego me lo iba a pasar. “Ahora vuelvo, niña, que voy a calentar un poco las extremidades, que el centro es que ya me arde”, le dije a Conchi, que me devolvió a cambio su sonrisa más casquivana.
     Sí, bailé, bailé y bailé con la excitación de un endemoniado. Me dio el punto, y punto. Con la emoción hasta cerré los ojos, igual que si me hubiera dado un siroco. A Amparo, en la barra, de verme tan suelto, se le cayó al suelo el vaso bordalés que adorna  la estantería de los whiskies caros. Abrí los ojos. Toda aquella fauna me rodeaba. Daban palmas. Uff, sudaba yo como un cerdo. Ví como me miraban especialmente las tías, y el deseo descarado con que lo hacían. Me empalmé a lo bestia, claro, y adrede seguí bailoteando, dejando mostrarse muy a las claras el calibre de mi empalmadura. Hasta que algo me pinchó por la espalda: …por los clavos de Cristo, ¡eran los pezones erectísimos de Carola!, que estaba allí ella moviéndose a mi lado como leona hambrienta de sexo. Le saqué la lengua como si le chupara yo ya el mismísimo, y para mi sorpresa, restregó más y más su despampanante trasero contra el mástil colosal de mi botadura.            
     “Va a ser que esta cabrona quiere tralla”, pensé y encima la peña aquella aplaudía a rabiar el simulacro de empalamiento que Carola y el menda andábamos ya más o menos realizando. Seguimos contoneándonos un rato al unísono más y más, soldados el uno contra el otro, como si fuéramos uno solo a la altura de la cintura. Como la tela de los respectivos pantalones era finísima, es que casi estaban las respectivas carnes frotándose en contacto y penetrándose casi de veras proa y popa, qué vaivenes, Dios, que llegó un momento que no se sabía quien jadeaba allí más alto si la rubia voluptuosa o el machacas del padel. Gritamos como locos a la vez como si nos sacudiera al unísono el mismo big bang que creó el mundo.
     Joder, ha sido un waka-waka brutal, le dije luego, tapándome un poco el manchurrón del pantaca, a mi Shakira del Antro, a quien le brillaban los ojos, medio vizcos de éxtasis.
     Y compareció entonces allí mismo, levantada con su taburete en vilo por dos camaretas del Antro a quien debía ella pagarles, Conchi enfurruñada. “Buenooo, verás,  ahora ésta tía agarra una muleta y me explota los huevos de una leche, verás”, pensé. Pero no. Todo el mundo había cerrado la boca y la música se había parado. Entonces Conchi empezó a lloriquear: “¿y lo que me habías a mí prometido, qué, era todo una mentira, hijo de la gran puta?”. Joooder, pensé. Saqué el material que a la entrada me había pasado el Intemerata y esnifé un poco, también para ganar tiempo delante de toda aquella tropa, que ahora podía volverse en mi contra. A voces le pedí al Pincha el Satisfaction de los Rolling, aunque antes lanzé un grito formidable, ¡y ahora, pedazo de cabrones… TODOS A METER!
     Explotó la música esa, y en efecto, formándose parejas, tríos y hasta quintetos, allí se desató una orgía colectiva. Me acordé entonces un instante de el Marqués, mi colega de farra, que siempre en esos casos pedía a voces “organización, joder, un poco de organización, que a mí ya me han encalomao cuatro veces”. ¿Dónde andaría metido ahora ese crápula? Me hubieran venido entonces tan bien su experiencia, el mundo que el muy cabrón tiene para moverse en tinglados así.
     Tuve que apañármelas, pues. Sobre el suelo del centro geométrico mismo de la pista yo me tumbé, y encima de mi cuerpo, a horcajadas sobre mí, yo mismo encaramé a Conchi. Dejé que ella, después de romperme a tirones la jodida camiseta de rejilla para ver la extensión entera de mi pecholobo salvaje,  me cabalgara luego a sus anchas, -oh, my God, notaba la guarnición de su sexo empapado como una acogedora cueva anaranjada de paredes rezumantes contra el mío encabritado- concentrándome yo con la lengua, después de apartar su blusa blanca, en recorrer sin prisa y en untar de saliva –no tenía allí nocilla, ostias- la quebrada entera de sus pechos magníficos, soberbios, turgentes y firmes como los de una jaca del Playboy photoshop incluido. Oh, eran de verdad increíbles aquel par de tetazas, colega.
     Allí dejé a Conchi, devastada de placer, como levitando sobre el suelo y sobre sus muletas que por allí también rondaban. Notaba yo, colmado de Victoria por todas partes, que algo innominado, decisivo y misterioso a la vez, me reclamaba aun en la salida. Habían vuelto a poner otra vez el puto waka-waka y bailaban todos como en un videoclip un poco desquiciado.
  
     Hum, la noche era veraniega, guapa-guapa de verdad. Huumm, respiré de nuevo, como un tigre después de darse un festín de gacelas, con las fauces aún ensalivadas y sangrientas. Allí estaba el Intemerata, que me hizo una reverencia y todo, “el hijo de la gran chingada, híjole, cómo les jaló el señor a las dos gochas esas, que hasta acá llegaron los meneítos, y bravo, mi Señor”. “Gracias, gracias, ya te lo avisé, que venía hoy con ganas de liarla; puedes retirarte, no es preciso que me rindas más homenaje, Intemerata”. Le reclamaron unas voces desde dentro del Antro.
     Ah, qué noche más increíble, me dije a solas, como devuelto a la realidad. Qué nochecita, todo lo que había yo metido. Hum, tenía ganas de cantar y de brincar de nuevo el Satisfaction ése de los Rolling. Pero entonces se desató en la calle un revuelo súbito de luces azules giratorias, de ululantes automóviles parapoliciales delante y detrás de un muy negro y reluciente coche oficial que de golpe frenó a la entrada misma del Antro. La espléndida ventanilla trasera, ahumada también de misterio, como en una mediocre película de suspense, fue muy lentamente descendiendo justo enfrente de donde yo entonces acababa de sonreírle a la noche. Y recortada contra el rectángulo oscuro del fondo del Audi apareció… ¡Dios mío, era ELLA!... el rostro bellísimo de Trinidad Jiménez, la ministra de mis entretelas. Era sólo que de su semblante había desaparecido ahora cualquier atisbo de su sonrisa legendaria. Me enfocó la ministra contra mis ojos los suyos, contrariados y durísimos ahora. Y de repente su mano derecha blandió frente a mí unas tijeras enormes, que con su brillo maléfico bañaron de irrealidad la noche. “¿Te acuerdas de Lorena Bobitt, no, listillo? Pues tú sigue haciendo tonterías en el blog y verás lo que a ti te va a pasar, chavalín”, me dijo. Y con el mismo estrépito desapareció y se perdió a todo gas en la noche el ministerial convoy.
     Llegó entonces el Intemerata. “¿Y qué paso ahorita, que veo que el señor se me empalideció?”.   “Nada, nada, bobolavaina, que creo que esta noche va a caer la de San Quintín”, le dije yo mirando al cielo. El Intemerata miró arriba y me miró raro luego. Pero para entonces ya me había perdido yo, raudo y silencioso tras las tinieblas de mi Victoria.   
   
        

12 comentarios:

  1. Se te nota a la legua, amigo; tu futuro se apoya en la muleta de Conchi...con permiso de Doña Trini. Y alégrate, si Trini te infringe daño qu merezca hospital, te visitará con jamón patanegra para favorecer la reconciliación. Momento, amigo Del Pozo, en el que nos conoceremos personalmente. Por aliviarte del peso del jamón, mayormente. Confesión de parte.

    Un abrazo

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  2. Cojonudo Jose Antonio.

    Me acordé entonces un instante de el Marqués, mi colega de farra, que siempre en esos casos pedía a voces “organización, joder, un poco de organización, que a mí ya me han encalomao cuatro veces”. Para enmarcar.

    Ya tienes otro seguidor. Saludos.

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  3. Coño,coño,coño! Perdón, sobra un coño. Coño,coño, Sr. del Pozo. Sería muy simple comentarle que es usted un Pozo de sorpresas, de modo que téngalo por no escrito. Prepárese para las críticas-merecidas a mi juicio- por haber dejado tirada en el interior a la pobre Conchi-tirada doblemente, si me permite la obscenidad-y salir sólo al mundanal frescor sin la compañía de ella. ¿Es que le resultaba tan perentorio echarse el cigarrito, sin una adecuada conversación post-coital? Ha tenido usted suerte que la Trini aún no había leído el presente relato o se estaría usted lamentando de una bonita circuncisión.
    Yo también me he excitado con su relato en varios momentos, por eso le deseo de todo corazón que triunfe usted para, en rancia costumbre cosaca, o rusa, lanzar por encima del hombro, después de apurarla, la copa bordalesa.

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  4. La vida es sueño, Señor del Pozo, y los sueños, sueños son, y del pozo de los mismos también hay que salir.

    !Soberbio¡

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  5. Sencillamentge genial. Estoy muy contenta de que Roy me haya descubierto tu blog.
    Yo también te sigo.

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  6. ¡Ah! y por supuesto que la vida es sueño y también realidad, no salgamos de los dulces sueños, refugiándonos en ellos para ignorar muchas veces la cruda realidad.

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  7. Trini con las tijeras es la viva imagen de la Señorita (¡huy, perdón, que la palabra "señorita" es un craso insulto para los "horroures" feminazis!) Rokermeller. Se me antoja la sufragista castradora y castrista, que siempre tiene el don de la inoportunidad, hasta para "perderse" por las selvas amazónicas, después de estar más perdida que el barco del arroz.

    En fin. Un buen ejemplo redivivo y ciertamente grandragoniano, para esas estólidas féminas logse y "psoe-ces" (me atrevería a decir), que se complacen en su limbo de mentirijillas.

    Lo de los Rolling, impagable, amigo. Saludos.

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  8. Señor del Pozo, despierte de ese sueño. Más quisiera usted que fuera realidad aunque sólo sea uno de los actos que le ocurren en ese antro. Seguro que no se come ni una rosca. Menos lobos caperucito.

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  9. Dña Carmen...!Usted es Trini! La he pillado...!!Usted es Trini!!

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  10. Caray con la Trini... Será que está que rabia porque Moratinos no se va, no se va...

    Da miedo el final, don José Antonio. No le puede usted dar estos sustos a sus lectores ;-)

    Jajajaja

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  11. -Javir: soberbias lineas, amigo, espero que la sangre de la Trini no me llegue al río del hospital
    -Kufisto: muchas gracias por seguirme
    -Cesar: qué bonito el brindis cosaco que has pintado, gracias
    -Neo: gracias, amigo mío, también por su estilo
    -Charo: gracias, gracias por tu apoyo. Roy es un fenómeno, también.
    -Juante: gracias por sus palabras: Me gustó eso del barco del arroz perdido, aunque no lo conozco, cuéntemelo cuando pueda. Un abrazo.
    -S. Cid: la Trini está que trina, sí. Y gracias por dejar aquí su sonrisa.
    -Carmen: amable Carmen, ¿que que más quisiera yo? ¿que no me como yo ni una rosca? ¿que ni uno solo de los actos? ¿que soy yo un Caperucito?... ¡Pues, claro! amable Carmen, y por eso mismo HABLO CON LA AUTORIDAD QUE DA EL FRACASO. Eso de comerse una rosca, esa terminología caníbal,... cuénteme, por favor, las que usted se come, si es que es el caso, para que pueda yo así aprender algo, amable Carmen.

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  12. El “ asunto de la nocilla " cobra ahora todo el sentido para mí . Eres un crack!

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