Manuel Martín Seco, Manolo, tiene sesenta y un años, y tiene la salud y el ánimo quebrantados por un dolor que le atraviesa sin compasión. Van ya para siete años desde que murió Feli, su esposa, la mujer de su vida, la madre de sus dos hijos, y a Manolo le devora por dentro la pena por su pérdida. Sus hijos son ya mayores, con su vida propia en marcha, y aunque le asisten y se preocupan por él, no pueden remediar su congoja, que es una estocada plena que el transcurso del tiempo en nada alivia. Lleva ahora, desde hace seis meses, padeciendo además una severa anemia que más le doblega aún las fuerzas y la voz.
Manolo es amigo mío, vive en mi barrio y lo conozco desde hace más de treinta años, y quiero traerle aquí, a mi blog, tuyo también si me sigues, pues nada cumple mejor a los don nadie, -¿qué es sino un anónimo bloguero?- que hablar de sus iguales, que pintar en su modesta covacha el fresco doliente de esa humanidad, y alejarse así por un momento del brillo falso de espejos replicantes de las huecas celebrities en que a menudo nos atrapan el fuego y el juego fatuos de los media.
No sé, decimos siempre cada vez que una desgracia sobreviene, la vida sigue, y así debe ser y así es, y nada se le puede oponer al desatado y enloquecido remolino de la existencia, en la que, de sobra lo sabemos, todo se resume en adaptarse o morir, pero parecen estos tiempos postmodernos en que malvivimos especialmente acomodaticios y propicios a una extrema adaptabilidad en la que nada debe distraernos de esta especie de eterna visita a un parque temático en que pretenden convertir nuestra peripecia en la Tierra. Y sí, a veces, en estos callados y apenas visibles ejemplos de personas reales, que sufren a solas y en silencio, se agolpa y se atesora y se adensa la muestra viviente de la verdadera especificidad de lo humano: el noble sentimiento, la memoria, el amor, la lealtad.
Manolo es y ha sido siempre un hombre cabal, laborioso y recto, con una noción básica, transmitida por sus padres, de lo que está bien y de lo que está mal. Posee convicciones en general conservadoras, compatibles, en el batiburrillo mental propio de muchas gentes de su trayectoria, con ramalazos de difuso anticapitalismo y de animadversión hacia los poderosos. De orígenes muy humildes, nació en un pueblo de la Mancha y, sin estudios, se abrió paso como tantos otros trabajando sin cesar desde muy joven hasta que encuadró su afán en la vida militar, en bajos escalafones siempre. Conoció a Feli, su mujer, que tenía una voz muy dulce, otra don nadie igual que él, otra buena persona como él. Se prometieron mutuo amor eterno y se casaron. Buscó Manolo ocupar siempre los ratos libres con otros trabajos, para poder así comprar un piso y mantener y dar estudio y oportunidades a los dos hijos.
Conocí a Manolo Martín cuando era aún un hombre recio, de hombros cuadrados y brazos como poderosas ramas de chopo. Muy moreno, con la barba cerradísima y el pelo al uno brotándole por todo el cogote, con esa mirada huidiza y tímida que les es propia a las gentes humildes. Llevaba con Feli, que con esmero mantenía viva la llama de ese hogar, esa vida habitual –tan ridiculizada siempre por los escritores de éxito- entonces en las capas modestas, basada en el esfuerzo conjunto, en el sacrificio, en el ahorro, en el cuidado de los hijos, en un modesto orden en el que pudieran poco a poco progresar. Habían conseguido un modesto bienestar, con los hijos ya independizados y bien encarrilados cuando, tras una devastadora enfermedad, Feli murió.
Muchas cosas de Manolo murieron también ese día: su ilusión, su empuje, sus ganas de pelear en la vida. Cada vez que entraba en el piso familiar veníansele las paredes encima y la opresión que le estallaba en el pecho acababa por ahogarle en una inconsolable llantina. No tenía ánimo el hombre ni para subir las persianas. Cada día arrastraba sus pasos hasta el cementerio y no se movía de allí en toda la mañana, con el pañuelo blanco hecho un gurruño entre las manos. Pensábamos todos que con el tiempo, como suele ser habitual, iría drenándose y amainando el caudal de ese penar. Pero no. Durante un tiempo –jubilado ya- buscó en los bares del barrio la anestesia a su dolor, el narcótico que le hiciese vencer cada noche el mordisco de ese momento impostergable en que abría la puerta de la propia casa. Daba mucha lástima verlo así, trastabillado y como enajenado por las aceras, pero Manolo, autómata de su dolor, no atendía a las razones de nadie.
Por fortuna sí pudieron más tarde convencerle sus hijos y le hicieron abandonar ese camino sin retorno de los bares hasta las tantas y, removiendo sus convicciones religiosas, le orientaron hacia la parroquia del barrio, en cuyas múltiples actividades, en efecto, empezó a emplear su tiempo. Le “ofrecía” cada mañana una misa a su adorada Feli y trabó de esta manera amistad con los “curillas”, los más jóvenes sacerdotes, a quienes convidaba a menudo a comer en casa, buscando quizás así mitigar en algo la tristeza que entre esas paredes le abatía.
Mejoró algo, claro, el aspecto de Manolo por fuera, aún un sauce vencido y sacudido por la holgura de una ausencia, pero permaneció inalterable y voraz la llaga abierta de su pesadumbre por dentro. Trataron los “curillas” y los vecinos amigos de emparejarle con varias mujeres viudas, tratando de darle un más llevadero pasar a los días de un hombre todavía joven. En vano. Se revolvió furioso y encolerizado contra la simple idea. Ni puede ni quiere olvidar mientras viva a quien fue su mujer y la madre de sus hijos, tan a traición por la vida arrebatada.
A cada momento, en cada conversación, las primeras palabras que siempre salen de labios de Manolo son “porque Feli y yo…”, y no suelta de la boca jamás jamás su nombre, y con él abraza contra el Tiempo su recuerdo, trátese de lo que sea en lo que ande. Siempre se despide de ti con un abrazo y con su invariable, “cuánto te queremos Feli y yo”. Y si la charla vadea, incluso en forma indirecta, territorios personales, como si fuera aún el mismo día siguiente al de su infortunio, la voz se le quiebra en un hilo roto con su mención, y las lágrimas se le agolpan en los ojos, y tantas que ha de enjugárselas torpemente a toda prisa con su arrugado pañuelo blanco. Es tan insólita su infinita fidelidad, después del tiempo transcurrido, tan a destiempo y a contracorriente de los usos presentes, que con claridad se percibe como a muchos de sus interlocutores les incomoda la demostración de ese sentimiento tan hondo, como si fuera de muy mal gusto la revelación de esa íntima vulnerabilidad.
Manolo es un hombre roto en mil pedazos, claro. Un hombre tronchado por la adversidad y una desesperanza perpetua que no encuentra cura. Ni por un instante olvida a su Feli. Y aunque fuera sólo por contraste con lo muy cerriles que muchos varones resultan, por la insoportable levedad de los amoldables tiempos en que vivimos, quiero dejar yo aquí, en mi nada cotidiana, la alta dignidad de su llanto y el relieve de un corazón, el de Manolo Martín Seco, que no le cabe en el pecho.
(Post/post: sigo sin tiempo para comentar, para visitar, para agradecer. Lo lamento mucho. GRACIAS tantas y a mansalva, de verdad, a cada uno de vosotros que me leéis, que os hacéis seguidores de mi escritura, que me dejáis vuestras palabras)
A muchos nos pasa lo mismo, que no tenemos tiempo para contestar, no te preocupes.
ResponderEliminarEs de agradecer un post de tanta profundidad y sentimiento.
Un fuerte abrazo.
Hola José Antonio.
ResponderEliminarUna historia triste sin duda.
Lo que es la vida ¿verdad?, se puede estar rodeados de gente y al mismo tiempo sentirse solo.
Cuando te falta tu media costilla, la mujer de tu vida y la edad todo se deshace en un momento.
Cuando llegamos a una edad y los hijos tienen sus vidas aparte, la única persona que perdura a tu lado se te va, no es extrañar entrar en la más profunda de las tristezas.
Pero así es la vida y eso es lo que nos espera por regla general a casi a todos.
Animo para tu amigo y un abrazo.
Saludos cordiales José Antonio.
Hay parejas que son así, sus vidas dejan de ser dos para convertirse en una y, claro, cuando uno de ellos desparece, al otro se le va media vida.
ResponderEliminarTu historia me ha encogido el corazón!!! bss
ResponderEliminarCon frecuencia ocurre que al fallecimiento de uno de los cónyugues,le sigue al poco tiempo el fallecimiento del otro por pena y por negarse su mente a vivir.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu forma de contar la historia de Manolo; la fidelidad en la ausencia y esa forma en la que has elevado a esta persona antes invisible hacia la visibilidad.
ResponderEliminarUn abrazo GIGANTE.
A una pareja que se ame de verdad, amor de toda una vida, y más en el declive de la edad, la pérdida de uno deja al otro con un pie y una mano, con el mundo cayéndole encima.
ResponderEliminarPongo por caso a mi suegra que vive con nosotros, que a seis meses de la muerte de su marido no se adapta de ningún modo a la nueva situación, y menos a estar sola. Tiempo al tiempo, solemos decirnos.
Saludos
Soldadito español,
ResponderEliminarsoldadito valiente,
la alegría del Sol
fue besarte en la frente.
La victoria fue tuya
porque así lo esperaba,
cuando muerta de pena,
a la Virgen rezaba,
su novia morena.
Ernesto Sabato · La crisis del hombre de hoy ----you tube.
Veo que últimamente homenajeas a la gente humilde, la más genuina y cercana, la más auténtica...y yo con tu permiso, me pongo de seguidora. No te preocupes por visitar mi blog, no es necesario. De vez en cuando, vendré yo por aquì, cuando pueda.
ResponderEliminarUn abrazo
chusa
el buscara su sitio, y nada la va aparar, hasta que lo encuentre para bien o para mal, las cosas son asi, ese huco no lo cubrira nadie, se tendra que cerrar solo, lo unico que sepuede hacer es acompañar le en el recorrido, para que este le saa mas leve.
ResponderEliminarcondor te saluda amigo del pozo.
No padezcas por los comentarios,
ResponderEliminarvamos todos fatal de tiempo,
me alegra entrar y leer
este relato tuyo,
sencero y vivido
tan humano y tan fraterno,
casos de estos pasan a nuestro alrededor
y hay que tener mucha sensibilidad
para captarlos y ayudar en lo posible,,
un abrazo, tertuliano
Es connomedor este relato.Desgraciadamente, a medida que nos vamos haciendo mayores, van apareciendo más "manolos". Es triste, pero la vida es así y hay que seguir adelante. Tal vez a nosostros también nos toque vivir lo que a Manolo algún día.Dice mucho de tí que hayas querido rendirle este pequeño homenaje. Un abrazo
ResponderEliminarMe has enternecido. No sabes cómo entiendo a Manolo. Pero si lo piensas ha tenido suerte, ha conocido el amor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Manolo sigue con su duelo, no ha sabido o no ha querido desprenderse de él y recordar a su mujer con alegría en vez de con pesar. Muy lícito y humano aunque no bueno para su salud mental, pero él es quien ha elegido y hay que respetarlo. Quizás algún día sepa desprenderse de ese dolor.
ResponderEliminarBonito homenaje José Antonio.
Cuando puedas, lo primero es lo primero, ya nos visitarás.
Un abrazo.
Cuando una pareja vive muy enamorada y muchos años junta, la sepración resulta tremenda y muy dificil de sobrellevar.
ResponderEliminarTengo un caso similar muy próximo, de un viudo que bebía los vientos por su mujer, estaban muy unidos y daba gusto verlos juntos. Ella falleció el año pasado, con poco más de sesenta y a él, por el momento, solo lo veo desde entonces en la iglesia, con alguno de sus hijos o con una nieta. Son historias tristes, que suceden a nuestro lado y emocionan.
Un saludo.
Hola Jose Antonio.
ResponderEliminarHay personas que están predestinadas a formar parte de nuestras vidas y ademas ser un importante recuerdo en todo momento.
Seguro que para Manolo, vuestra amistad tuvo un valor incalculable.
Gracias por relaternos esta grande aunque triste historia.
Un abrazo.
Ricard
Dices dos grandes verdades en este post:
ResponderEliminar1 la fidelidad y entrega de un hombre, de todo un hombre me atrevo a decir, por un amor (un ideal) su esposa... No corren buenos tiempos para las personas con principios y mucho menos si de amores se trata.
2 Un blog, cada uno de los blogs, es de los que los editamos, pero también son de todos los que nos siguen. Porque... ¿que finalidad, que sentido tendría escribir si no es para que antes o después el mensaje llegue a alguien?
Felicidades por tu blog; y no te agobies, muchos andamos tambien escasos de tiempo.
Un relato muy sentido, todo un homenaje a ese amigo que las pasó canutas pero que seguro que seguirá para adelante, aunque imagino que debe ser terrible, como tú dices, esa "holgura de la ausencia".
ResponderEliminarEs la vida misma, algo que ocurre siempre, cuando falta uno de los conyuges, que ademas es ley de vida, sobre todo despues de tantos años de convivencia, el vacio que queda debe de ser insoportable.
ResponderEliminarExcelente homenaje a tu vecino.
Saludos.
Se me ha roto un poco el alma, mientras te íba leyendo en tu primoroso escrito sobre tan singular pareja y su amor eterno, ella en el cielo si existe y él, sin ella, en la tierra.
ResponderEliminarEsos amores eternos llevan dolor y desconsuelo, más allá del mismo amor, porque no se conforman cuando la vida los separa.
Me ha gustado la elegancia y el esmero, con emoción contenida que has imprimido al hablar de tu amigo.
Me ha conmovido en lo más hondo, felicidades.
Un abrazo bloguero.
Una historia que lastima mi alma... De esos amores ya casi no hay... se lo que es la soledad como compañera llegar y encontrar el vacío de los muros....
ResponderEliminarbesos
Enternecedora historia, el amor llevado duarante tanto tiempo es hermoso y cuando llega la grán separadora el dolor es inhumano.
ResponderEliminarUn abrazo
Puedo imaginarme esa pena y rezar para que nunca la tenga que experimentar.
ResponderEliminarUn texto impresionante, gracias por compartirlo.
Saludos.
Superar el dolor desgarrador de una pérdida tan grande, tan sentida,es muy difícil. Lo entiendo y lo vivo.
ResponderEliminarPero hay que sacar, por los que están aún, alrededor, vivos y amándonos.
Fuerza por Manolo!...fuerza por cada uno de los que sufrimos.
Un abrazo.
Bonita historia y tan cierta como la vida misma, hay muchos Manolos
ResponderEliminarpor España. Tus relatos son siempre emotivos y este conretamente es de los que llega a el corazon y choca directamente con los matrimonios actuales en los que hay algunos que no duran mas de un suspiro.-
SALUDOS CORDIALES.-
Un homenaje precioso a un hombre bueno.
ResponderEliminarMe ha emocionado.
un abrazo.
Muchas veces, cuando algo se nos va, es cuando realmente lo extrañamos y nos damos cuenta de cómo lo necesitamos.
ResponderEliminarAlgo parecido he vivido muy cerca...
La segunda vez que comento. No se que pasa. Digo que mas que u poema se parece a un romance de esos de ciego y le veo a Vd. Jose Antonio recitandolo en la Plaza publica y luego pasando el platillo jajajaja. es broma Muy bueno. Un saludo.
ResponderEliminarMi septiembre no fue alegre. Y no sé como serán los que siguen aunque de aquella pérdida pasaron años.
ResponderEliminarCuando alguien pierde a un ser querido, amado... algo se quebró por dentro y, por más que parezca que la herida cierra, quedan nuestras cicatrices.
Mi ejemplo es que siempre fui- y aún lo soy- optimista y alegre por naturaleza, pero aquellos que me conocen dicen que mi mirada -si se la observa con detenimiento- en el fondo tiene tristeza muy en el fondo.
Un gran abrazo a Manuel y otro abrazo a quien lo trajo a este lugar.
Thanks for the nice comment on my blog!
ResponderEliminarThis picture of the bird is absolutely beautiful!