sábado, 7 de enero de 2012

El festín de los cincuentones (UNO)


     Y bien, arriba, sobre el distrito de Argüelles, la Mañana no era la prometedora chavala que in the Metro se prometía. El sol flojeaba ya algo, como una gaseosa rumbosa que pierde el gas por momentos. Estábamos en noviembre, claro. Algunas nubes pardas oscurecían con sus harapos ese encanto radiante. Pasé frente a un par de librerías huérfanas de público. Se levantó además un aire antipático que obligaba a tensar el gesto. Se ve que el viento sí que iba a juego con la Crisis general. Sólo faltaban los remolinos de polvareda y hierbajos de las pelis de la gran Depresión. Eran casi ya las dos y los comercios estaban vacíos, con pinta de no haber recibido además un solo cliente en toda la mañana. Bueno, yo iba a una alegre comida de cuchipanda con antiguos camaradas facultativos y cincuentones, qué podía en el fondo importar todo eso.
     De camino hacia el restaurante recordé –puede que al paso de las mismas nubes pasajeras- los lejanos días universitarios, cuando, con motivo de algún horario de clases atravesado o de una despedida de trimestre, nos quedábamos a zampotear en el bar de Aeronáuticos. Éramos siete u ocho y el menú del día no debía costarnos más de ¿veinte calas? Pasábamos con la bandejita por la barra y aquellas lentejas, más dos salchichas con huevo y patatas, el pan, la manzana y un vaso de agua nos sabían a la gloria bendita misma. Además, que, Juan Luis, con su desparpajo natural, se tenía camelada a la chica que nos atendía siempre y nos llenaba ella un poco más el plato que a los demás. O de eso al menos Juan Luis nos convencía.
     Aquella chica morena, con ojos grandes y cara a lo Maribel Verdú, era muy seria y diligente en su trabajo, pero a Juan Luis, un remolino de simpatía, es que le reía todas las coñas. Los demás, claro, le envidiábamos mucho eso a Juan Luis y por eso mismo le proclamábamos a la vez el informal líder de nuestro grupo. Luego, tras jugar un rato a los chinos entre el cachondeo general, nos largábamos con viento fresco. “Adios, guapa”, restallaba la voz jovial y la sonrisa arrolladora de Juan Luis, hacia aquella Maribel Verdú de nuestras aeronáuticas memorias dirigida. ¿Hace falta añadir que, por atareada que se encontrara, hacía siempre ella un alto en su quehacer para devolverle el saludo y la sonrisa? Qué cabrón, qué tiempos… ¡Basta!
      Por suerte, el estruendo del cierre de un comercio me apartó justo entonces del veneno de la nostalgia, y de los pegadizos caramelos que en el paladar de la memoria la misma instala. ¿Cómo pueden en ese momento saber los universitarios, si por ley de vida ignoran todo, que son esos los mejores días de su existencia? ¡Basta he dicho! Muchas gracias, señor antipático comerciante, por tener un cierre en su tienda tan horrísono que revuelve las meninges y le salva a uno así de la trampa morfinómana y letal de la melancolía. ¡A comer, ostias, se acabó!   …   CONTINUARÁ

      
    
    

18 comentarios:

  1. no, no saben los universitarios que están en los mejores días, por más que todos los viejos cincuentones se lo recuerden. tendrán que llegar a cincuentones para verlo.
    Mas como todo pasado ya no existe y como todo futuro tampoco, aprovechemos la mejor edad de la Vida: la que se tiene.
    jnq

    ResponderEliminar
  2. Pufff, como me has hecho ver pasar el tiempo de golpe.
    Con que maestría nos sitúas a todos en esas calles ahora vacías recordando otros tiempos.
    Y que mala es la nostalgia que nos hace ver ayer mejor de lo que lo vivimos.
    Besos, espero ansiosa la continuación.

    ResponderEliminar
  3. Pues aquí un servidor -año antes de recalar en la maravillosa (entonces) Complu madrileña- anduvo por Bellaterra (bello nombre de la Autónoma de Sardañola, así, escrito como entonces), donde un charnego de Almería, en solidaridá, le pasaba los bocatas por debajo de la cuerda del mostrador, gratis total. Luego, haciendo dedo al piso compartido de unas hippiosas vascas, hasta cabía la posibilidad de encontrar en el suelo alguna moneda de diez duros, como así ocurría, con más frecuencia que con los céntimos de ahora.

    Con respecto a la edad, no nos preocupemos más: en El Mundo y El País acaban de publicar la noticia de que, según estudio inglés, "el cerebro empieza a envejecer a los 45". Salvo desmentido oficial del indignati illuminati de Punset o que los nuevos telediarios del marianato reculen en el empeño sociata por promocionar la lucidez hasta los 120 años, ya sabemos que el límite del pensamiento Alicia de la generación nini está en los 45 (que se dé prisa la Chacó); es cuestión de tiempo, ese verdadero justiciero implacable de la más insoportable vanidad humana que su propia levedad del ser.

    Seguiremos atentos a estos buenos fascículos blogueros de enero. Cordiales saludos.

    ResponderEliminar
  4. Es cierto, ¡vaya bofetón me has dado pero es cierto!. No teníamos ni idea que lo mejor de la vida corría delante de nuestros ojos como un huracán. ¡Y eso sin erasmus ni leches!

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Estoy en los 44 a puntito de los 45....camino de los 50??? ¡Quien dijo miedo! bss y que continue

    ResponderEliminar
  6. En cuanto he visto la foto, antes de leer el texto, la chica me ha recordado a Maribel Verdú. Por cierto, ¿qué seria de Argüelles o Moncloa sin universitarios? Aunque es verdad que ahora, parece que la crisis ha hecho auténticos estragos y que "Aurrerá" se quedará en la memoria de quienes hace más de treinta años que vivimos los 80.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. ¡Qué paseíto más agradable por el tiempo y por el barrio me acabo de dar contigo ( pese al frío)!

    Un beso agradecido ( o dos).

    ResponderEliminar
  8. La memoria la estamos perdiendo, según los estudios el cerebro está envejeciendo con nosotros, pero que nos quiten lo bailaó. Gracias por hacerme recordar esos años universitarios y esas calles del barrio universitario. Espero con ansiedfad tus nuevas andanzas en con ese grupo de cincuentones. Habrá sido muy bonito el reencuentro. Saludos urbanos de una cincuentona

    ResponderEliminar
  9. José Antonio, me has hecho traer a mi memoria recuerdos de hace ya una porrada grande de años.

    Gracyas.

    ResponderEliminar
  10. Yo también iba a Aurrerá y nunca fui universitario, me metía en "La Chavela". Es lo que tiene haber vivido. Pues eso dejemoslo, porque muchas veces de lo que se tiene nostalgia no es de esos tiempos, si no de la juventud y el vigor que ya se van perdiendo.
    Saluditos.

    ResponderEliminar
  11. El veneno de la nostalgia, el paladar de la memoria.

    ResponderEliminar
  12. Coño, Antonio, un post de inicio como este augura un final CUM LAUDE.
    Leyéndote han acudido a mi memoria lejanos tiempos, tan lejanos que seguramente tú no habrías nacido todavía.

    Mis desayunos, almuerzos y cenas tenían como escenario la Pontificia de Roma y la pitanza nos era servida por cantarinas monjas de las Bernardas.
    Aunque al principio no fueron tan cantarinas si no más bien, viejas, adustas y con malas pulgas. Pasando el tiempo y a medida que iban palmando las más ancianas, fueron sustituidas por novicias procedentes del Milanesado. Y esa fue mi perdición.

    Sobre todo con una de ellas, la que servía el primer plato de sopa o espagueti. Yo casi siempre le pedía espagueti y tenía motivos para ello porque aquel pedazo de hembra vestida de blanco al servirme se recreaba en la suerte y me ponía a cien por hora.

    Su modus operandi al servirme la pasta, consistía en aplastar y restregar uno de sus duros y turgentes senos en mi hombro. Dado que igual servía por diestra o siniestra, tuve la oportunidad de catar ambos senos llegando a conclusión que puestos a elegir,me hubiera dado igual comérselos a lametazos, tanto el izquierdo como el derecho.

    Siempre me servía en exceso, por lo que al retirar mi plato casi lleno, vuelta al restregón, y encima con una sonrisa encantadora me susurraba:
    -Mangia per favore (come,por favor)

    Hasta que un día, tras su cotidiano, come por favor, y el restregón de rigor, salió el macho ibérico que llevaba dentro y le contesté:
    -Per favore, lo mangia a me a me (por favor, cómemela tú a mí)

    Secreto de confesión violado o no, alguien se lo soplaría al Rector, porque durante el resto del curso, comidas y cenas las efectué rodeado de cocineros ya que fui desterrado a la cocina de la Pontificia.

    Según me contaron mis compañeros, a la novicia no se le volvió a ver el pelo.

    Por eso te digo y aseguro querido José Antonio, que cualquier tiempo pasado fue mejor.

    ResponderEliminar
  13. Nadie ve más allá del momento después de unos cuantos años andados reconocemos que los momentos pasados fueron mejores un gran escrito.
    Un gran abrazo que estés muy bien.

    ResponderEliminar
  14. ¡Muy bien escrito! La escritura de los recuerdos aclara el pasado y oscurece el improbable futuro...¡Ánimo!

    ResponderEliminar
  15. Cualquier tiempo pasado fue mejor?, a veces si, o por lo menos la melancolía nos puede, por lo menos éramos jovenes y podíamos pensar en poder comprarnos piso algun día.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  16. Es cierto ¡Qué tiempos aquellos los de estudiante!A medida que voy traspasando la frontera de los cincuenta los voy recordando más. Será que me estoy haciendo mayor....ja,ja.Un abrazo

    ResponderEliminar
  17. Hombre, los mejores días de nuestra vida... no sabría muy bien qué decirte. Y me da que si me alcanza para pensármelo en mi caso, la respuesta es que no lo fueron.
    Será que a temporadas tuve tres trabajos distintos al tiempo para poder costearme el ir a clase. O tal vez que mi Maribel Verdú particular era una tipa con cara de sota y una mala leche que tiraba para atrás. No sé.

    Me alegro por tu nostalgia, fijo que cuando andabas recordando acabaste con una sonrisa en el rostro :)

    Saludetes, José Antonio.

    ResponderEliminar
  18. No sé si será el espíritu navideño o qué se yo, pero al leer tu excelente crónica, también me he retrotaído y he sentido cierta nostalgia o melancolía. Espero la segunda parte. Saludos, José Antonio.

    ResponderEliminar