La reflexión sobre la práctica de la Política –no sobre su Teoría- conoció su plenitud clásica con el librito de Maquiavelo y, por tochos y tochos que después se hayan sobre “El Príncipe” aupado, resulta insuperable la diamantina claridad -con qué unción lo anotaba el Bonaparte- con que el florentino supo verla. Esta es su idea crucial:
“…es central saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento… El vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito”.
Si los socialistas en España consiguen casi siempre ganar las elecciones y mantenerse en el poder, a despecho incluso de muy discutibles logros reales, si en Andalucía han ganado TODAS -¡excepto éstas!- las elecciones autonómicas, resulta casi una tautología entonces el considerar que demuestran con ello ser consumados expertos en la práctica del Poder. Lo primero que hizo el entusiasta biógrafo de cámara del ruinoso Zapatero fue ungirle el perfil con los óleos sobre su cogote derramados para que en adelante nos refiriéramos al ínclito como “el Maquiavelo de León”. Pobre Maquiavelo, cabría decir, aunque no pueda en rigor decirse que ausente de toda astucia se halle la zetapeica figura. Por esas Venezuelas le tenemos, impartiendo ¡doctrina económica! a 60.000 rupias el bolo, como todo un crack esclavo del Mercado conferenciante.
El otro corolario obligado que se deriva de la estadística electoral es que los líderes de la Derecha española –y por extensión, su clientela natural- no terminan de comprender los resortes decisivos del Poder en las sociedades presentes. Una y otra vez observamos como la Derecha española desprecia las pautas obligadas en la moderna comunicación política, lo que se traduce en mediocre campañas y derrotas electorales, y en una especie de universal y encolerizada frustración subsiguiente en sus partidarios que les lleva a tirar todo lo conseguido por la borda cuando no se alcanza la totalidad del objetivo propuesto. Y en política, como el viejo zorro, y este sí que de verdad maquiavélico, que es Felipe González no se cansa de recordar, al que se aflige lo aflojan y al que se afloja lo afligen. Y es que es así. ¡Y sobre todo cuando por vez primera en treinta años, a pesar de todos los pesares, se ha ganado!
Pues lo que a menudo, de cara a ganar la opinión pública, en Política se dirime no es tanto el fondo de los asuntos como la pugna entre las distintas definiciones de la realidad que los partidos proponen, ya que así es como va a ser ésta percibida por esa franja de la población, decisiva en las elecciones, que sólo de refilón sigue la Política. Anotémoslo ya: si el PSOE a menudo gana, si el PSOE de Andalucía ganó -¡hasta llegar a éstas!- todas las elecciones es en buena medida porque JAMÁS, por penosos que pudieran ser los resultados, jamás se doblega a aceptar la definición que el adversario hace de la realidad, pues supone eso concederles la más decisiva victoria. Tomarán luego, para consumo interno, las medidas necesarias al sincero análisis y a la rectificación de los yerros cometidos, pero cara al público porfiarán sin vacilar nunca por sostener su propio diagnóstico.
De esta manera, se han precipitado los opinadores de derechas a exigir la inmediata dimisión de Arenas, al exteriorizar el chasco de no haber obtenido la mayoría absoluta soñada. También pienso yo que tras cuatro intentonas no debe éste volver a presentarse, pero me parece un error clamoroso el no saber hacer –cuando toque- de esa renuncia una victoria sobre la que cimentar las posibilidades –siempre inciertas- de un nuevo cartel electoral. ¡Es que Arenas ha conseguido más votos que ningún otro partido, por el amor de Maquiavelo! ¿Qué demandas de dimisión escuchó Rubalcaba –o cualquier otro de los recién desbancados adláteres autonómicos- tras obtener los peores resultados de la Historia del PSOE? ¡Si los navajazos y traiciones intercambiados con el mismo Griñán, entre unos y otros, tintaron de roja sangre los caudales del Guadalquivir! Pues, hélos ahí, solo un mes después, cara al respetable, claro, a partir un piñón, a partir un pastel y lo que se tercie partir.
¡Es inútil lamentarse! La Política es así, la Fortuna –diría Maquiavelo- así de tornadiza en sus designios resulta y la sociología electoral demuestra que los electorados son volátiles, más ahora que nunca, y cambian de parecer por complejas razones que será menester analizar y comprender. ¿Entonces? Seguir trabajando hacia adentro y mantener el pulso de la propia definición de la realidad. ¡Máxime cuando por vez primera se ha conseguido ser el partido que reciba el mayor número de apoyos ciudadanos!
La cósmica decepción exteriorizada e interiorizada por muchas gentes de la Derecha –se ha filtrado que derramáronse lágrimas en el cuartel general, que Rajoy y Arenas ante los datos se mostraron consternados- proviene de las altísimas expectativas que alimentaron las encuestas previas. Y fue un error mayúsculo e indiscutible el no saber en la campaña neutralizar y desactivar esas desbordadas perspectivas que, a poco que con sensatez se hubiera discurrido, aunque fueran verosímiles, eran en sí muy problemáticas de cumplirse: se jugaba en el territorio más hostil a las ideas liberal-conservadoras de toda España, en el que nunca antes se había ganado, teniendo en contra la propia televisión estatal –muestra ésta de una cándidez en verdad arcangélica- y la autonómica, es decir, contra los principales canales a través de los que los andaluces se informan de la política, contra todo un Régimen clientelar que con pericia y grueso trazo a la vez los socialistas han construido en treinta años largos.
Prueba de esa fatal presunción es que, pese a desarrollar una campaña de perfil bajo que buscaba sobre todo el no soliviantar al electorado natural de la oposición, de manera insólita se decidió rehuir el debate televisado, ritual público este por excelencia en el que se muestra ante el electorado, justo en los días en que buena parte de la gente menos informada está preguntándose qué hacer con el voto, el propio programa. Magnífica ocasión incluso para denunciar la sistemática denigración que del PP la cadena autonómica lleva a cabo. Esa espectacular ausencia sólo es entendible desde la desmedida soberbia de calcular que la victoria ¡en Andalucía! estaba ya más que asegurada.
Pero la clave primordial a mi entender de estas elecciones andaluzas... esa clave la estamparé aquí mañana, fiel lector.