“¿Papa, qué haces, escribes?”. “Sí”, le contesta, justo en ese momento de rara euforia que embarga a todo el que escribe al dar por definitivamente acabado el texto con el que halló la inspiración. Se cree justo entonces el bloguero, qué se yo, Vicente Verdú. Y llevado por esa exaltación, el rapto súbito que hasta entonces no se había dado: “¿quieres leerlo?”. El hijo adolescente que se resopla el flequillo, que abre un hueco que consiste en dos segundos de suspense, que al cabo concede con voz neutra: “… bueno”. El hijo que se acerca a la silla que ocupa el padre bloguero, que apoya una mano en el respaldo y la otra en la mesa, que se inclina ya sobre la pantalla, casi rozándole el hombro a su padre.
El índice de éste aporreando el cursor para encuadrar desde el inicio el texto. Joder, si había disfrutado como un enano escribiéndolo, si a él mismo le había sorprendido la inventiva que albergaba algún lugar de su propio cerebro, si estaba convencido de la expresividad de su estilo en un par de frases afortunadas, cómo no iba a gustarle a su hijo. ¿Y qué más puede desear un padre hoy en día que sentir sobre él la viva admiración de su joven descendiente? Sí, se va a quedar boquiabierto ante lo que es capaz de escribir su Señor padre. Me hará la ola, cuando lo lea.
Siente a su hijo inclinado encima de él. No puede de reojo, como le gustaría, verle la cara que está poniendo al leer en la pantalla. No le escucha articular ni un monosílabo. ¿Le gustará? ¿Le estará gustando? “Baja, baja”, le dice desde arriba con vago apremio fiscal en la voz, quizás sea la propia postura corporal la que genere ese tono imperativo. Pulsa el padre el cursor. Descubre así el segundo tercio del texto. Joder, qué rápido lo está leyendo, estos yogurines de hoy, hay que ver, así no lo puedes apreciar, se te va a escapar esa frase. Bueno, tampoco es tan importante, sólo es la ojeada filial a un escrito que a ningún lado va. Por qué entonces se hacen tan raros y largos estos segundos.
“Baja”, le indica de nuevo el hijo al padre. Puede escucharse el sonar del ir y venir de ambas respiraciones. Esas líneas que, ahora que las relee, le parecen a la vez empalagosas y ramplonas al mismo que las escribió. La extraña inmovilidad de los cuerpos, que persiste. Resopla el hijo. “Ya”. Se echa hacia atrás, enderezando el cuerpo. Se rasca la cabeza. “¿Qué? ¿Cómo lo ves?”, pregunta el padre un poco en escorzo, sin mirarle del todo a los ojos, sin demasiado énfasis en la voz. Nuevo resoplido. Tampoco el hijo le mira del todo a los ojos. “Papá… estás espeso, eh?”, la sentencia. “Bueno, tengo aun que darle una vuelta”, le sale conciliador al paso, cerrando el ordenador, aunque por dentro todo le repica, “espeso, espeso, espeso”.
Sacar entonces fuerzas de algún lugar del alma que no existe. Reanimarte el corazón con las tripas del disimulo. “Oye, y… ¿unas manitas al mus?”. “Hecho, papá”. Y siente ahora el cariñoso cachete en la espalda que le da su hijo. Se lo devuelve, claro.
Muy bueno José Antonio...muy bueno. No siempre nuestro esfuerzo al escribir se vé recompensado al ser leído por alguien que apreciamos Un abrazo
ResponderEliminarLa aprobación de un hijo es un pequeño tesoro, aunque no hay que esperar a que nos comprendan, solo su atención es un aliciente.
ResponderEliminarCon los hijos nunca se sabe y mucho más si son adolescentes, es algo que doy por descontado, pero después, con el tiempo, todo puede cambiar.
ResponderEliminarUn abrazo
Muy buena y muy oportuna tu entrada en este dia Jose Antonio, me ha encantado. Y no hay que hacer demasiado caso ¿eh? que ya se sabe lo críticos que son los adolescentes y con los padres aún lo son más ..... Un abrazo y Feliz Dia a todos los Padres,
ResponderEliminarMagnífico relato, ideal para el día de hoy. Por cierto, ¡¡¡feliz onomástica!!!
ResponderEliminarAbrazos!!!
Les gusta jugar a ser mayores, y yo te pregunto ¿Quién de los dos ha sido el más niño?
ResponderEliminarBesotes!
Bueno pero eso te deja planchado. Ademas según que cosas ni les interesan. Les parecen un coñazo. Cosas del viejo, jajaj.
ResponderEliminarSaluditos y felicidades a los papis y los Pepe/as.
Felicidades, José Antonio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Al fin y a la postre, a los que sabemos que nada somos y menos en este mundo de la tecla (antes de la pluma), esos comentarios, aunque sean para decirte que estás espeso, son los que nos valen. El comentario de un hijo, lo es todo.
ResponderEliminarY el anterior (el comentario, digo), aunque salga anónimo, es mío.
ResponderEliminarMe viene ocurriendo últimamente y no sé por qué. Un saludo,
Trecce.