¿O nunca te ha pasado a ti,
cuando te presentaban a alguien por puro compromiso, y a quien por puro
compromiso ofrecías y estrechabas tú su mano –y hablo en mi caso, para bien
entendernos, de una mujer siempre- que de repente y contra pronóstico, como si
esas manos, sólo por mero compromiso social enlazadas, palma frente a palma,
dedos contra dedos, yemas sobre yemas, hablaran y se reconocieran en un
dialecto propio y se descubrieran encantadas de estar así, ese súbito idilio de
las pieles manuales en contacto, ese dulce engarce, como resistiéndose y prolongando las manos en
lo posible y contra la voluntad y la conveniencia social del momento esos
instantes verdaderamente prodigiosos y electrizantes por lo bajini, si esto
puede entenderse?
¿No piensas acaso que esas dos manos, que en contexto inesperado y sin
cálculo tan maravillosamente empastan, cobrando en esa conexión ellas como una
vida autónoma, no están entonces revelando un mensaje secreto a sus dueños?
Cuántas veces, al contrario, creemos que alguien, por los contornos agraciados
del rostro o de la inteligencia resulta de nuestro agrado y luego, al juntar
las manos, esa prueba decisiva, comprobamos que… que no, que hay algo que no
sabremos bien explicar pero que no marcha.
“Hacer manitas”, decíamos de niños, y toda la inocencia candorosa
de aquellas emocionantísimas manualidades –que en el mundo de hoy, tan
avanzado, sonarán a pacatas antiguallas- residía en la sorprendente revelación
de la sensación acariciadora que seguía al contacto espontáneo, no buscado,
entre unas manos infantiles que entre sí como por encanto engranaban y caíanse bien. Como
si la fuerza del cariño, empezara por los ojos, sí, pero atravesara su Rubicón, en el contacto y acople mágico
de las manos.
Tienes entonces delante a esa mujer a quien de nada conoces. Chocáis por
simple convención la mano, e instantes después, -¡oh, prodigio! ¡oh,
maldición!- descubres, sin conocer con exactitud la razón, que por nada del
mundo desearías soltar ahora esa mano, junto a la que se está tan bien, pero a
la que la norma de urbanidad exige liberar ya. Y a lo mejor esa señora –y tú a
ella- te resulta perfectamente indiferente. Es sólo el lenguaje exclusivo de
las manos, la primacía del tacto.
Post/post: gracias a Cesar, a Helio, a Juante, a Alijodos, a MAMUMA, a Belkys Pulido, a El Fugitivo, a Mónica por las enjundiosas reflexiones con las que ayer, bloggeando al lado mío, enriquecieron este blog, que es también suyo, GRACIAS.
Siempre me gusta tocar a las personas es mi forma de mostrar afecto aunque muchas son remisas a ello. Como también me gusta mirar a los ojos. Un abrazo.
ResponderEliminarPrimero decirte qeu la foto del balandro me encantó y segundo que soy de los que me gusta el contacto...y si es con una mujer..pues genial...como debe ser..jeje, un abrazo amigo...seguimos..
ResponderEliminarPues que vivan por siempre los contactos con tacto a esas bellas y dulces féminas de piel rosácea y fina que lo ameriten y que no se sientan impelidas por el pensamiento único feminazi.
ResponderEliminarOff Topic, y hablando de manos: (Progrejuli acaba de espetar que "¡hay que fastidiarse que el único organismo o institución que ha puesto una querella por lo de Bankia sea "manos limpias", hay que fastidiarse...!) Juass, juass, pobre progre fichada recientemente por la tvsociapañola-antipepera.
Me gusta chocar las manos, acariciarlas y trasmitir mi energía con ese apretón. No me gusta los hombres que saludan con un simple roce de manos( una mano fofa), me gusta el apretón, que me den su fuerza.Eso dice mucho de la persona que acabas de conocer. saludos
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo. La prueba de los tactos es esencial.
ResponderEliminarNo tiene que ver con lo que estamos hablando, pero sí con el tacto como esencial: Me estoy acordando ahora de un poema de Dámaso que siempre me ha resultado divertido:
EL GOZO DEL TACTO
Estoy vivo y toco
Toco, toco, toco.
Y no, no estoy loco.
Hombre, toca, toca
lo que te provoca:
seno, pluma, roca,
pues mañana es cierto
que ya estarás muerto,
tieso, hinchado, yerto.
Toca, toca, toca,
¡qué alegría loca!
Toca. Toca. Toca.
Un beso con-tacto ( o dos)