Volví de nuevo a caer en sus
redes hace unos días, hace unas noches, mejor dicho. Conserva intacto para mí
el magma hirviente de su poderío expresivo. La pasaban por uno de los canales
de la TDT. Considero la trilogía entera una auténtica Summa Artística, una maravilla de la Humanidad sin exagerar parangonable
a la Alhambra o a la Catedral de Burgos, una de esas obras
humanas que, al igual que el Gulag o
Autschwitz nos hacen avergonzarnos
de lo humano, nos hacen ellas con su inabarcable tesoro enorgullecernos de eso
mismo, de ser hombres.
Y de entre las tres, y sé que en esto quedo pronto en minoría entre los
aficionados al Cine, la que más admiro es la Parte Tercera. Para mi criterio, si las Partes Primera y Segunda
constituyen un auténtico portento narrativo, de incontenible aliento épico y
dramático –una especie de Capilla
Sixtina del Templo de la cinematografía- la Tercera rezuma por los cuatro
costados una exaltación lírica de tal hondura y vibración expresivas que me la
hacen irresistible.
Al coincidir en ella y a su través el transcurso del río del Tiempo para todos (para los
propios personajes principales –tan profundos y coherentes en su tallado que
parecen más vivos que los de carne y hueso que nos rodean- sí, pero también
para quienes la idearon, para quienes la protagonizaron, incluso para quienes
como espectadores la admiraron), a través de los insertos narrativos de las
otras Partes, atravesados de esa música arrebatadora, que conscientemente
evocan ahí, y con plena lógica argumentativa ese decurso, cobra entonces el
film una catarata de resonancias afectivas y expresivas de muy difícil superación.
Ya escribí sobre ello (ver post mío de 31-8-11). Bueno, esta vez seguí en
especialísimo vilo cada respirar en la pantalla de Diane Keaton. Adorable, adorable, mil veces adorable: la sonrisa de
sus ojos, la tragedia de su personaje, lo bien que expresa el amor y la
aversión que a la vez siente por Michael
Corleone, el padre de sus hijos, su estremecimiento al volver a verlo, su
temblor íntimo cuando dialoga con él, cuando sólo con mirarse se dicen todo,
toda la cruda historia que les une y separa, que les ata y les expulsa.
Lo hice además espoleado en mi admiración al coincidir con que estoy
terminando de leer el libro de sus memorias, que en manera extraordinaria me
está sorprendiendo, y era así como si al verla en la peli supiese cosas de ella
que ni siquiera Al Pacino/Michel
Corleone en ese momento conociera, con lo que se llenaba todo de nuevo de
una más honda significación.
Espero poder ofrecerte pronto, caro lector, noticia y encomio de ese
libro que firma Diane Keaton. ¿Y qué
es sobre todo un libro de memorias sino el testimonio y la constatación de que
inexorablemente nos vamos, poco a poco primero, haciendo, y luego a toda leche
deshaciendo, entre las aguas turbulentas del Río del Tiempo?
Post/post: gracias a Laura Caro y a NVBallesteros por hacer el blog conmigo, por no dejar del todo el blog solo, por no dejarme solo, GRACIAS.
José Antonio,
ResponderEliminarvoy a tenerla que ver otra vez yo, pues casi no me acuerdo de nada.
Saludos.
Por algo será que todo el mundo coincide en esta saga...Besitos
ResponderEliminarNunca te cansas de verlas.
ResponderEliminarPara mi el personaje de Al Pacino es terrible porque él no quiere eso. Es un buen tipo, estudia, se alista en la II guerra mundial como voluntario y no quiere esa vida. El intento de asesinato de su padre y las circunstancias posteriores le meten dentro y ya no puede salir "Cuando crees que estas fuera, llega alguien y te arrastra otra vez dentro" o algo así dice en uno de los pasaje de la película. Luego resulta que los Obispos son más mafiosos que él jejej, ese grito de Munch sordo, doloroso, mudo, tanto que no sale de su garganta sonido alguno, es terrible. Una pena que se cargaran a la siciliana, esa sí hubiera sido una esposa adecuada para él y no la puritana --en la peli, claro-- de Keaton.
Saluditos.
Una verdadera obra de arte que no se cansa uno nunca de volver a ver. Me ha gustasto mucho como describes el personaje de Diane Keaton.
ResponderEliminar