Llegué hoy con el coche, lector,
temprano en la mañana y medio adormecido aún, al cruce mío de las amapolas
volanderas que ya tú sabes (ver post 18-6-2012). El semáforo en rojo. Esa
primorosa desolación de la calle vacía en la mañana dominical ya del todo
encendida. Como en simple acto reflejo, la sonámbula nostalgia de ese edén.
Giré hacia allá la mirada con la tenue esperanza en ristre de que volvieran
allí a acampar las amapolas, la cazoleta de su luz púrpura.
Rien du rien, of course. ¿Qué quimera le demandas a las postrimerías
del Julio aniquilador? Se apuntaba ya el mazo de otro día de fuego.
Empezó entonces a pitar el distintivo intermitente que avisa a los peatones. Y en ese momento, para mi incredulidad más
plena, pude verlo. Al límite mismo del bordillo, posado sobre él, un pequeño
pájaro silvestre, con frenético oscilar de cabeza, avizoraba nervioso los dos
sentidos de la calle. Como si temiera que de cualquier lado pudiera aparecer un
trolebús que lo espachurrara al cruzar la vía. Me quedé hechizado, claro, ante
su imagen.
No sé de pájaros, así es que no podía ponerle entonces su nombre más
adecuado: si era un pinzón, un pardillo (como yo), un verderón… ni flores. Si
pude fijarme en que, a pesar de su reducido tamaño, no carecía ese pájaro sobre
el bordillo posado de una digna esbeltez. Tenía, en relación con el cuerpo, las
patas largas y estiradas como una vicetiple, y el pico prominente como un
puñal. Un color naranja parecía además investirle como una Mata Hari aviada
para una gala, y sobre todo, el penacho de vivas motas negras y anaranjadas, a
juego con el vestido, que definitivamente confería a aquel ave unos aires de
grandeza.
Entonces, lector, como si adrede buscara esa abubilla (la wiki más tarde me sopló su nombre) que por completo yo
absorto me quedara, a pesar de que el luminoso de los peatones había virado ya
a rojo y estaba perpetrando ese ave una clamorosa ilegalidad, de un salto se
apeó de la acera a la vía, y con pasitos pizpiretos y todo el rato mirándome,
fue, delante de mi coche, como una miss sobre la pasarela, atravesando ella el
paso de cebra, que era entonces paso de abubilla.
Tenía mi coche preferencia de paso, claro, pero cómo atropellar entonces
tanta gracia. Llegó al fin la abubilla al otro lado, y de otro aéreo salto ganó
ese bordillo sin por un instante perderme el ojo. Aplaudí el desfile de la
abubilla e incliné la cabeza ante ella. Elevó entonces ella el vuelo y voló por
un instante en círculos olímpicos sobre mi coche, como si batiera sus alas en
mi honor. Alguien pitó tras de mí y tuvimos la abubilla y yo que ahí mismo despedirnos
rápido.
Y antes de que la minucia se me olvide, vengo corriendo yo a contarlo al
blog, a contártelo, lector, a ver si así de alguna forma a todos un poco nos
alcanza esa gracia, ese vuelo.
Post/post: gracias a Anónimo, a Lobo Solitario, a Mari Paz Burgos, a Mónica por concertar a mi lado, por bloggear conmigo ayer. GRACIAS
¡Bueno!, pues alqo que le hubiera molestado a muchos, lo conviertes en una experiencia mágica... un ratito corto que has disfrutado y que para tí queda... felicidades.
ResponderEliminar¡Bonito encuentro! Los animales a veces nos sorprenden y tiene comportamientos que parecen humanos, aunque mejor sería que no lo fueran
ResponderEliminarUn abrazo
La abubilla, siempre con su cara picuda de velocidad...
ResponderEliminarSaludos y buen domingo.
Qué no era una abubilla. Era M. Teresa de la Vega, con un nuevo look. no sabe qué hacer para llamar la atención. Saludos, feliz domingo de julio caluroso.
ResponderEliminarDesde luego, no era cosa de interrumpir, trágicamente además, el paseo a saltitos de la pequeña avecilla. Sorprendente milagro, franciscano casi, de un domingo de estío, pues que te eligió como salvaguarda de su paso, y confió en ti para que le permitieras cruzar sin daño.
ResponderEliminarUn saludo
Mire que buen inicio de semana le ha regalado la naturaleza...
ResponderEliminarBesos
Comprendo y comparto tu alborozo, es tan poco probable que en la ciudad nos sea regalado un momento tan mágico que tenemos la obligación de disfrutarlo.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Salud
Qué poco duran los buenos momentos.
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