martes, 28 de agosto de 2012

El astronauta, una lavadora y yo



   
   Como si de alguna lunática manera fuese todo mi particular homenaje a Neil Armstrong. Me habían explicado la teórica hace un año pero, al no poner la misma inmediatamente en práctica por no necesitarla, no tenía ya ni zorra de cómo era eso de por vez primera en mi vida poner en marcha la lavadora. Me conjuré ayer. Eché mano de dos toallas de baño, una naranja y otra verde, y con interior pose flamígera me dije: Jose Antonio, de hoy ya no pasa.
    Pronto se me fue disolviendo la determinación del cruzado. Llevaba ya casi tres horas ocupadas solo en leer y releer las tres páginas del manual. Cada pasito un mundo, como el astronauta al arribar a la Luna. Elegir un programa entre los más de treinta que se me ofrecían, y yo que sé. Girando con budista cuidado el mando central, dispuse al fin uno. Echar el jabón detergente, pero ojo, sólo, de entre tres, por el canal correspondiente, no fuera a liarla. ¿Y cuánto? A ver… dos tapones, vale. Miré las toallas, confinadas allá dentro de la cápsula. Parecían dos gatos inmóviles, resignados a lo que pudiera venírseles encima. No sé, me acordé del Ecce Homo de Borja. Eres bobo, va, va, José Antonio, hombre, por Dios. Ahora cerrar bien la compuerta, que chasque bien el ajuste… ok. Darle al botón de inicio. ¿Y ese cuál es? Por fin identificado y activado ya. Vámonos.
   
    …Entonces ¿por qué no arrancaba de una vez aquella hija de la gran chingada? Había proferido a esas alturas ya mi buena docena de juramentos, en macabeo para variar. Y que nada. No sabía bien qué hacer, casi el resignado era yo. Por eso, cuando de repente escuché la pequeña  detonación que ponía en marcha la entrada del agua, justo igual que un gato arqueé el lomo. Claro, había que esperar unos minutos sin abrir la compuerta para que todo empezara.
   Alcanzó el tambor su caudal correspondiente y entonces, tras otra convulsión, empezó todo aquello lentamente a girar, envueltas las toallas, el agua y la espuma del jabón. Oh, lector, si fuera yo capaz de trasladarte la emoción que a mis cincuenta me embargó en ese instante: la de un niño al por vez primera admirar ante sus narices el carrousel de los caballitos en una feria, así de hechizado.
   Ni me moví de allí durante todo el ciclo, claro, que duraría una hora. La cápsula aceleraba sus vueltas, las toallas parecían gimnastas acuáticas bailando allí dentro una detrás de la otra, la naranja tras la verde y la verde en pos de la naranja mordiéndose las colas, como una bandera del Tao en giro continuo. Qué bonito era el ver aquellos colores ondulándose sin fin, su estela envolvente y circular.
   
    A veces luego la lavadora se detenía, como si ese acuático vals de los colores necesitara de un reposo. Se detenía también mi respiración entonces, ante la sospecha de que hubiera hecho yo algo mal y el electrodoméstico se hubiese a la primera vez chafado. Arrancaba de nuevo ese alegre caracoleo y con él otra vez mi corazón brincaba de gozo.
   Hasta que llegamos al centrifugado, y entonces sí que la aceleración fue vertiginosa y transmitió un fenomenal traqueteo al aparato entero, que con tanto ruido parecía ya un avión, qué digo, una trepidante nave espacial a toda pastilla… hacia la blanca Luna, sí. Joder, casi sentí miedo. No hace falta tan rápido, por favor, a ver si va todo a explotar. Pero no. Se detuvo la lavadora en seco. Esperé los dos minutos de rigor. Abrí la compuerta. Rescaté del reluciente tambor mis toallas. Las sostuve entre los brazos un instante, como si estuvieran desmayadas de tanto exceso. Hum, aspiré a tope su olor, que era el mismo que sazona los campos del Edén. Las extendí despacito en el tendedero, como si las tendiera sobre una cama. Me volví hacia la lavadora y pasé mi mano sobre la tapa. Bien hecho, jabata.
       
    Me senté en el suelo delante de ella, frente al gran ojo de aquella nave doméstica. Había hecho mi primera lavadora. A los cincuenta. Un pequeñito paso para un hombre, toda una chorrada para la Humanidad, sí, Neil. Y entonces, rememorando aquellas míticas imágenes del 69, me puse a cantar varias veces la estrofa más conocida de Sinatra, de su Fly me to the moon, la-la-la la-la-lá.
  
    
Post/ post: gracias a Juante, a Mónica, a Winnie0, a Old Nick -bravo-, a NVBallesteros por ponderar mi Romance, por bloggear a mi lado ayer, GRACIAS.

11 comentarios:

  1. Si yo contara mis historias con la lavadora,escribiría un "Quijote",no eres el único,eso si,ya la domino!! .Bonita elección "Fly me to the moon"una de mis preferidas :)

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  2. Hola Jose Antonio, es mi primera entrada en su blog, espero ser bien hallada..
    La primera lavadora, es algo que nadie olvida, tod@s nos sentamos mirando si eso explota o no, mas cuando el unico electrodomestico que conocian era el frigorifico, se de un familiar que le inquietaba tanto, que iba de mirar la lavadora al sevicio y asi varias veces, hasta que decidio irse a la calle, y decia ¿ si quiere explotar,que explote, yo me voy y que sea lo que Dios quiera ? .. saludos..

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  3. La lavadora, ese incomprendido electrodoméstico jeje, yo también me lio de vez en cuando...está genial la entrada, me gusta mucho, sobretodo el tema de Frank Sinatra ;)

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  4. Nunca es tarde.
    Bienvenido al club, yo no se si para bien o mal, hace ya bastante años que me he hecho un experto.

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  5. ¡Me ha chiflado esta entrada! Cada cosa nueva que se aprende, cada reto, tiene su aquel... Cada nivel tiene su propia emoción.

    Te admiro, príncipe de las palabras.

    Un beso centrifugado y limpio ( o dos).

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  6. Muy divertido el relato, felicitaciones.

    Laura

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  7. No imaginaba que una lavadora podría dar para tanto.Gran relato.Espero no perderme la segunda puesta en marcha. Saludos

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  8. ja ja buen relato, a todos nos pasan cosas, y, ni te cuento cuando sacas la ropa desteñida, te quieres matar. Cariños.

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  9. jajajaja! brillante relato. ¡Genial! Un abrazo

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  10. Se pegaron los ojos a tus letras, tu odisea es un vals de que lleva por nombre Los Cincuenta... Cualquier aparato resulta engorroso las primeras veces que se usa...

    Besos

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  11. Enhorabuena. Yo tras mi primera lavadora de la emoción me fui al bar a celebrarlo como si hubiese perdido la virginidad.

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