Como si de alguna lunática manera fuese todo mi particular homenaje a Neil Armstrong. Me habían explicado la
teórica hace un año pero, al no poner la misma inmediatamente en práctica por
no necesitarla, no tenía ya ni zorra de cómo era eso de por vez primera en mi
vida poner en marcha la lavadora. Me conjuré ayer. Eché mano de dos toallas de
baño, una naranja y otra verde, y con interior pose flamígera me dije: Jose Antonio, de hoy ya no pasa.
Pronto se me fue disolviendo la
determinación del cruzado. Llevaba ya casi tres horas ocupadas solo en leer y
releer las tres páginas del manual. Cada pasito un mundo, como el astronauta al
arribar a la Luna. Elegir un
programa entre los más de treinta que se me ofrecían, y yo que sé. Girando con
budista cuidado el mando central, dispuse al fin uno. Echar el jabón detergente,
pero ojo, sólo, de entre tres, por el canal correspondiente, no fuera a liarla.
¿Y cuánto? A ver… dos tapones, vale. Miré las toallas, confinadas allá dentro
de la cápsula. Parecían dos gatos inmóviles, resignados a lo que pudiera
venírseles encima. No sé, me acordé del Ecce Homo de Borja. Eres
bobo, va, va, José Antonio, hombre, por Dios. Ahora cerrar bien la
compuerta, que chasque bien el ajuste… ok. Darle al botón de inicio. ¿Y ese
cuál es? Por fin identificado y activado ya. Vámonos.
…Entonces
¿por qué no arrancaba de una vez aquella hija de la gran chingada? Había
proferido a esas alturas ya mi buena docena de juramentos, en macabeo para
variar. Y que nada. No sabía bien qué hacer, casi el resignado era yo. Por eso,
cuando de repente escuché la pequeña
detonación que ponía en marcha la entrada del agua, justo igual que un
gato arqueé el lomo. Claro, había que esperar unos minutos sin abrir la
compuerta para que todo empezara.
Alcanzó el tambor su caudal correspondiente y entonces, tras otra
convulsión, empezó todo aquello lentamente a girar, envueltas las toallas, el
agua y la espuma del jabón. Oh, lector, si fuera yo capaz de trasladarte la
emoción que a mis cincuenta me embargó en ese instante: la de un niño al por
vez primera admirar ante sus narices el carrousel de los caballitos en una
feria, así de hechizado.
Ni me moví de allí durante todo el ciclo, claro, que duraría una hora.
La cápsula aceleraba sus vueltas, las toallas parecían gimnastas acuáticas
bailando allí dentro una detrás de la otra, la naranja tras la verde y la verde
en pos de la naranja mordiéndose las colas, como una bandera del Tao en giro continuo. Qué bonito era
el ver aquellos colores ondulándose sin fin, su estela envolvente y circular.
A veces luego la lavadora se detenía, como si ese acuático vals de los
colores necesitara de un reposo. Se detenía también mi respiración entonces,
ante la sospecha de que hubiera hecho yo algo mal y el electrodoméstico se
hubiese a la primera vez chafado. Arrancaba de nuevo ese alegre caracoleo y con
él otra vez mi corazón brincaba de gozo.
Hasta que llegamos al centrifugado, y entonces sí que la aceleración fue
vertiginosa y transmitió un fenomenal traqueteo al aparato entero, que con
tanto ruido parecía ya un avión, qué digo, una trepidante nave espacial a toda
pastilla… hacia la blanca Luna, sí. Joder, casi sentí miedo. No
hace falta tan rápido, por favor, a ver si va todo a explotar. Pero no.
Se detuvo la lavadora en seco. Esperé los dos minutos de rigor. Abrí la
compuerta. Rescaté del reluciente tambor mis toallas. Las sostuve entre los
brazos un instante, como si estuvieran desmayadas de tanto exceso. Hum, aspiré
a tope su olor, que era el mismo que sazona los campos del Edén. Las extendí
despacito en el tendedero, como si las tendiera sobre una cama. Me volví hacia
la lavadora y pasé mi mano sobre la tapa. Bien hecho, jabata.
Me senté en el suelo delante de ella, frente al gran ojo de aquella nave
doméstica. Había hecho mi primera lavadora. A los cincuenta. Un pequeñito paso
para un hombre, toda una chorrada para la Humanidad, sí, Neil. Y entonces, rememorando aquellas míticas imágenes del 69, me
puse a cantar varias veces la estrofa más conocida de Sinatra, de su Fly me to the
moon, la-la-la la-la-lá.
Si yo contara mis historias con la lavadora,escribiría un "Quijote",no eres el único,eso si,ya la domino!! .Bonita elección "Fly me to the moon"una de mis preferidas :)
ResponderEliminarHola Jose Antonio, es mi primera entrada en su blog, espero ser bien hallada..
ResponderEliminarLa primera lavadora, es algo que nadie olvida, tod@s nos sentamos mirando si eso explota o no, mas cuando el unico electrodomestico que conocian era el frigorifico, se de un familiar que le inquietaba tanto, que iba de mirar la lavadora al sevicio y asi varias veces, hasta que decidio irse a la calle, y decia ¿ si quiere explotar,que explote, yo me voy y que sea lo que Dios quiera ? .. saludos..
La lavadora, ese incomprendido electrodoméstico jeje, yo también me lio de vez en cuando...está genial la entrada, me gusta mucho, sobretodo el tema de Frank Sinatra ;)
ResponderEliminarNunca es tarde.
ResponderEliminarBienvenido al club, yo no se si para bien o mal, hace ya bastante años que me he hecho un experto.
¡Me ha chiflado esta entrada! Cada cosa nueva que se aprende, cada reto, tiene su aquel... Cada nivel tiene su propia emoción.
ResponderEliminarTe admiro, príncipe de las palabras.
Un beso centrifugado y limpio ( o dos).
Muy divertido el relato, felicitaciones.
ResponderEliminarLaura
No imaginaba que una lavadora podría dar para tanto.Gran relato.Espero no perderme la segunda puesta en marcha. Saludos
ResponderEliminarja ja buen relato, a todos nos pasan cosas, y, ni te cuento cuando sacas la ropa desteñida, te quieres matar. Cariños.
ResponderEliminarjajajaja! brillante relato. ¡Genial! Un abrazo
ResponderEliminarSe pegaron los ojos a tus letras, tu odisea es un vals de que lleva por nombre Los Cincuenta... Cualquier aparato resulta engorroso las primeras veces que se usa...
ResponderEliminarBesos
Enhorabuena. Yo tras mi primera lavadora de la emoción me fui al bar a celebrarlo como si hubiese perdido la virginidad.
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