Querida Shin A Lam, dulce
coreanita mía, verás, esta mañana
amanecí, y no sé por qué -ha de ser el capricho del inconsciente colectivo que
forjaron las recientes Olimpiadas
entreverado con el mío inconsciente, que es un patio muy particular- amanecí,
digo, mecido entre los brazos de tu desolación. Fue la primera imagen que, como
encastrada tras la puerta abierta de los ojos, me fue dado ver. Como si no
hubiera pasado el tiempo, o como si hubieran transcurrido estos cinco días y
siguieras aún sin moverte de allí, espadachina derrotada por la Injusticia, doliente estampa del
desamparo.
Sobre aquel escenario enorme,
rutilante de claroscuros pirotécnicos, tan gélido como un glaciar, cómo
podrían recogerse allí las lágrimas de tu infortunio, las monedas incontables
de tu llanto, guerrera descorazonada. Pensé por un instante que, conocedores
del desafuero, nadie se había atrevido a
desalojarte –no dejabas de tener en la mano, dulce Shin, una espada y mucha rabia- y que, sumidos en una oscura
culpabilidad, habían ido abandonando en silencio uno a uno el pabellón, sin que
tú lo advirtieras, dejándote a solas en aquel habitáculo espectral. Y que allí
habías quedado tú varada, sirenita de la esgrima, como estancada en tu
aflicción, incosnciente al Tiempo y a todo, paralizada en tu desconsuelo.
Luego pensé en el día que ayer era, el que dejamos ya atrás. Junto al
primero de enero, el Día Mundial de la
Soledad. Me dije, bloggero, has de traerte a la dulce Shin al blog, para tratar desde allí de llevarle un poco de
compañía, de secar retrospectivamente sus lágrimas con las parvas palabras de
que seas tú capaz, pues si según los científicos el aleteo de una mariposa en Bang Kok puede originar un terremoto en
Los Ángeles, por las mismas quizás
el mínimo latido de un blog anónimo pueda desencadenar una sonrisa inexplicada
en una sobresaliente espadachina de Corea
ahora abatida.
Estoy contigo, Shin A Lam,
que tú lo sepas. Yo, que no soy un ángel, todo lo más un bloggero pomposo, nunca te hubiera dejado allí, en aquel hangar
menos aséptico que helador, tan sola. Tan sola. Hubiera participado en tu
tristeza, te hubiera dado mi brazo y mi mano, en la esperanza de que fuera así tu
amargura un poco más liviana. ¡De cuánta alegría se rebosó luego mi sesera, al
enterarme, dulce Shin, de la íntegra
dignidad con que rechazaste más tarde la medalla que la Organización
vergonzantemente te ofrecía!
Post/post: gracias a Frodales por seguir el blog, Hawai05, a Juante, a Winnie0, gracias especiales por dejarme sus palabras y su ánimo ayer, por bloggear a mi lado, GRACIAS.
LA verdad que es una pena.
ResponderEliminarBuena entrada
Un saludo
www.guapayconestilo.blogspot.com
Estupendo post Joasé Antonio, en tiempos el espandanchín que perdía al recibir las heridas o alcanzar la muerte era consolado o llorado; yo me uno hoy a ese tu consuelo con la sirenita koreana, en los pasados momentos en que recibió sus heridas en el noble combate de la espada.
ResponderEliminarSea, seque sus lagrimas la espadachina y levante su mirada al frente, allí espera nuevos enemigos a batir.
Pobrecillo.
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