Princesa Leticia cumplió los
cuarenta. No sabemos si don Joaquín
Sabina, el Transgresor mayor del Reino, en mieles ahora con Kirchner la Largona, le habrá preparado
al efecto una de sus creaciones a la Princesa, acaso cantándole las cuarenta.
Es conocida la mutua admiración y deferencia que entre ambos se profesan.
Queriéndolo o sin quererlo han tejido entre ambos, con sus trayectorias, una
historia de esas de las que se dice tópicamente que en ellas la realidad supera
a la ficción. Juzga tú, lector, si así es o no.
En el principio fue el cantautor, que cantaba. A Leticia, que aún no había alcanzado la Princesidad, una más entre
los millones de fans, ya le entusiasmaban al parecer las artes y las letras del
cantante-protesta. La verdad, la pericia del de Úbeda para contar y cantar la
realidad, los sueños y las pesadillas de los ciudadanos del común, adobados con
su toque entre canalla y reivindicativo, resultaban extraordinarias. Uno de sus
más resonantes éxitos fue aquella desgarrada balada que él tituló “Pongamos que hablo de Madrid”, en
aquel Madrid de la Movida que aún no tenía conciencia de merecer esa
denominación.
Ofrecía allí Sabina una
visión entre amarga, desolada y lírica de la deshumanización rampante en una
gran urbe, pongamos que hablo de Madrid como podría decirte Barcelona, Buenos
Aires, París, en fin, esos leviatanes en los que los pájaros visitan al psiquiatra.
Si a los niños les da por perseguir la vida en un vaso de ginebra, resulta que…
las
niñas ya no quieren ser princesas, cantábase allí. Era estupenda la
ironía así cargada al sesgo, pues, era artículo de fé entonces entre la
juventud, en la entera sociedad, el descrédito de la fosilizada vida cortesana,
no digamos si tratábase de la misma Realeza, por contraposición a una vida
libre, rebelde y sin ataduras, considerada como un modelo propio e
irrenunciable de vivir la propia existencia. Más aún en el caso de las jóvenes,
ebrias de liberación y ansiosas por revolverse contra los reaccionarios modelos
sociales que hasta entonces se le ofrecían. Con mayores resonancias
identificativas caían todavía esas palabras sobre las jóvenes contestarias.
Es casi imposible que esas estrofas no percutieran con violencia
simbólica en el interior de Leticia,
que una y mil veces no se las canturreara. No en vano, ella era una joven
estudiante, luego avezada profesional, en posesión pronto de una radical
autonomía para dirigir su propia vida. Conocemos a grandes líneas su peripecia,
su Canal Plus, su TVE, sus ideas dicen que avanzadas. En
fin, en la vida de Leticia, ya no tan joven, apareció Don Felipe de Borbón, y con
él, cuanto vino después.
Es muy posible que Leticia se
enamorara de verdad de un Príncipe, incluso de una persona que coincidió que
era Príncipe. Es innegable también que Leticia
decidió casarse con él, entrar en ese engranaje del Trono y apostar por ser la
futura Reina de España, Princesa ya.
Era, claro, un fantástico desmentido al verso de Sabina, pero era sobre todo un clamoroso mentís a la visión
progresista de la existencia que en la sociedad se abría paso, al Canon
izquierdista de lo que ha de ser el republicano way of life. El trono de España
bien vale una misa, hubiera debido apuntar alguien menos original que Sabina.
Sorprendentemente el Soviet supremo del Feminismo oficial en nuestro
país se aprestó con inmejorable denuedo, no a denunciar la impostura de
Leticia, esto es, su propia debacle ideológica, sino a por encima de todo
defenderla, como si depositaran en ella, en su carácter, extravagantes
esperanzas republicanas. El tiempo pasó y el inicial protagonismo de Leticia, el lógico en una profesional
exitosa, quedó pronto relegado a su actual y decorativa momificación.
Cuenta la leyenda que, según se publicó en la prensa, Princesa Leticia en persona llevó a Don Felipe de Borbón a conocer en vivo
y en directo al Transgresor Mayor del Reino, don Joaquín Sabina, y que una cena legendaria reunió a los tres en
casa de Víctor Manuel. ¡Qué gran
ocasión sin duda debió resultar aquella tenida! ¡Esos figuras, espectrales
sombras de lo que un día juraron ser, mano a mano con el Borbón heredero, deseoso éste de ganarse el aprobado de los
rampantes triunfadores!
Sigue contando la leyenda que, más adelante, ya en Real Palacio, volvió
al parecer –no me consta del todo- don Sabina
a visitar a los Príncipes, a por todo lo alto reanudar su amistad con los
herederos al Trono. ¿Hablarían en algún momento de aquella remota canción? Al
final, la Niña sí que quiso ser Princesa.
No, no llegas demasiado tarde. Yo mismo te ladro. Muchas felicidades, Princesa.
Post/post: gracias a Mónica, a Javir, a Juan Carlos, a Mateo, Juante, George Orwell, a Herep por bloggear conmigo ayer. GRACIAS.
Magnífico post tuyo el de hoy. Por mi parte, y con toda humildad, dos cosas: Primera, quizás lo suyo hubiera sido que a esa reunión de leyenda acudiera solícito el Carrillón, ese tutelador borbónico impagable que se acaba de esfumar. Segunda cosa (para mí mucho más importante, diría que trascendental como nudo gordiano de la cuestión, al que no logro encontrar explicación alguna a día de hoy): me gustaría poder adivinar o intuir tan siquiera en qué consiste esa rauda y misteriosa capacidad de "enamorarse de verdad" que súbitamente siempre extraen de no sé dónde (aunque me lo temo), cuando menos te lo esperas, todas esas "contestatarias" resabiadas de tras la muerte del dictador, que son prácticamente "todas". Porque siendo rigurosamente constatable que "las niñas ya no quieren ser princesas" resultan que pierden el culo por el primer "boliza" o "mascahaba" que se les cruza -sin importarles una higa las repercusiones causadas en los restantes amoríos simultáneos que impertérritas van coleccionando a la chita callando estas postmodernas de la iniquidad y la egolatría de los partidos que las manejan a su antojo- ya que creen haberse topado con el príncipe de las galletas o el angelito de la fiambre. Leticia es su mayor paradigma: el de esa infecta izquierda que siempre apesta a oxímoron moral. Es Olvidos, Gordito, Gemío y la bella Otero, todo en una inefable busta parlante de los telediarios de la logse, que nunca acabará si no hacemos algo.
ResponderEliminarUn abrazo.
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ResponderEliminaren un pais de cotillas nunca se habla de la vida anterior de nuestra princesa saludos Jose
ResponderEliminarAdmirado maestro: con todos mis respetos me gustaría puntualizar como póstumo homenaje que la música de "Pongamos que hablo de Madrid" no es de Sabina, sino del que fue su guitarrista Antonio Sánchez ya fallecido,miembro del grupo Académica Palanca, asi como mencionar que la leyenda que cuentas se completa con el chiste que sobre sí misma conto Letizia muy desenvuelta en la cena de marras " en que me parezco a un funambulista? en que soy una fulana muy lista". Sabina la traicionó contando el incidente y el escándalo fue mayúsculo.
ResponderEliminarHoy tengo el honor de compartir tema contigo pero como siempre en lo literario me dejas "noqueada"
Un beso fuerte
Asun
Muy bueno, José Antonio.
ResponderEliminarMuy buena entrada, José Antonio. Me ha llamado siempre la atención que una mujer como Letizia admitiese convertirse en florero pero supongo que el afán de protagonismo y "poder" le ha podido, valga la redundancia.
ResponderEliminarNo sé...supongo que se me escapa algo.
Esta mujer de 40 años no es mucho ejemplo de las que nos enfrentamos el día de hoy a las estrecheces y a la vida ¿no? Pero FELICIDADES para ella. Un beso
ResponderEliminarJose Antonio, el azote literario de los progres...siempre es un placer leer tu cultivada prosa.
ResponderEliminarUn saludo
Como dirían en el señor de los anillos, el periodo de las coronas, llega a su fin...
ResponderEliminarSaludos!
una maravillosa entrada, quien fuera Letizia para no saber de crisis económicas...besos
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