Feliz como perdiz caminaba por el
abarrotado vestíbulo del centro comercial. Nadie, por los gestos o por la
expresión de la cara, anodina a más no poder, podría adivinárselo, claro, -de
la misma manera que no notaba él las comedias, los dramas y las tragedias
mayores o menores que estarían sin duda desarrollándose en el interior de
cuantos le circundaban- pero era el hecho cierto que se sentía sin duda atravesado
de júbilo.
¿El motivo? Pues que, de
repente, mientras se dirigía a comprar suavizante para la lavadora, como una
palmera gigante de fuegos artificiales, le había estallado en la chola la flor
genial de una metáfora grandiosa para el poema que, en pago ideal por el gusto
que le había dado su libro de memorias (ver blog 22-7-12), le tenía prometido
en el blog a Diane Keaton…
…Tardes ocres de Central Park,
esplendor caedizo del otoño neoyorkino, alfombrados de hojas amarillentas los
senderos, Diane y Woody en un banco chismorreando
alborozados sobre los estrafalarios viandantes, una ardilla revoltosa que de
improviso ante ellos se plantaba, el susto y pánico de Allen, las risas en do mayor de Diane, ardilla que de un salto se posa sobre la maxifalda color
calabaza de Diane, sobre sus muslos,
una caricia mágica en el parque, como en un cuento infantil, la metamorfosis
allí… sí, la tenía, la tenía, no llevaba lápiz para anotar la Imagen, no hacía falta, no se le iba a
olvidar, ah, qué fantástico…
En fin, una de esas nimiedades que a un bloguero anónimo pueden llenarle
de una alegría incomprensible y medio loca, que pueden catapultarle sobre el
marasmo de los días grises. Entonces tomó unas escaleras mecánicas que, en correlato
con su insensato alborozo, le ascenderían hacia las alturas de una planta
superior. Casi se le dibujaba ya el asomo de una sonrisa en la cara cuando
elevó la mirada hacia arriba. Hubiera querido, quizás, encontrar allí el azul
de un cielo… pero fueron espejos cenitales lo que halló.
Cuando estos le devolvieron y le confirmaron, inflexibles y fiscales, desde
un ángulo y desde el opuesto, la deforestación creciente de su perola, los
estropicios irreversibles que obraba la Vida
en su cogote, ese calvero yermo, esa descalabradura –oh, infausto aura- que
abría el Tiempo en el cénit de su
cabeza, que tan indefenso frente a tantos peligros abstractos le dejaba… de golpe se le
heló todo el contento que traía.
Cerró un instante los ojos. Notó de manera inequívoca entonces rodando
escaleras abajo, como un preciado jarrón de vidrio haciéndose migas y
pulverizándose contra los hierros, el precipitarse y el estruendo al quebrarse,
hasta del todo desaparecer cualquier rastro suyo en la memoria, de la grandiosa
metáfora, de la ardilla revoltosa, del Central
Park en otoño, sí, en otoño.
Post/post: gracias a Bucan, a Jaime, a Mateo, a CLAVE, a Xad Mar, a Cesar, a Juan Carlos, a David Gerbolés Pérez, a Ly Rubio, a Winnie0, a Mónica, a Zorrete Robert, a Cesar, a MAMUMA, a Juante, a Winnie0, a Zorrete Robert, a La sonrisa de Hiperión, por mejorar con sus palabras y reflexiones este blog, por hacerme pensar con sus ideas, por bloggear a mi lado, GRACIAS.
¡AY! los espejos son a veces como un recordatorio de, aqui estoy para que te veas y bajes de ese ensueño de la ardilla, eso pasa por tener que comprar detergente que es lo menos romantico que hay...saludos...
ResponderEliminar( quise decir suavizante )
ResponderEliminarImágenes de película, las que no dejas en tus letras.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
El tiempo pasa , te atraviesa y a veces deja una huellas imborrables.SALUDOS
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