Toda la hermosura de la Creación se
condensa para mí en una granada. Si algún día la presencia de una granada me es
indiferente, ese será el día en que estaré yo ya difunto para el mundo. Cuando
de niño leyó uno en Homero a los héroes y a los dioses disponiéndose a
zampotearse la ambrosía, sin saber siquiera qué cosa pudiera eso ser, la boca
se me hizo aguas y sólo por ese nombre imaginé entonces el más deleitoso de los
manjares. Cuando ya mayorcito uno, la vida le puso delante de los ojos una
granada en sazón –y siendo todas similares, no hay dos idénticas y hablo yo,
claro, de las más granadas entre las granadas-, fue verla, digo, y al instante
se me disparó por dentro la flecha del conocimiento ciego en busca de su diana... ¡ambrosía!, me dije, le voilá, no otra cosa ha de ser el fruto del que se
alimentan los homéricos dioses. Y si Newton necesitó de una manzana sobre la
cabeza para descubrirle a la Ciencia su ley universal de la gravedad, me bastó
a mí aquella granada para descubrir en soledad la belleza toda del universo
allí condensada, y acaso debí allí mismo caer fulminado para ser de verdad
alguien para siempre en la Historia.
Mi madre, que me quiere mucho, tiene
siempre la infinita delicadeza conmigo, pero sólo por Navidades, de traerme
para mí solito una granada, como los Magos al niño aquél, aunque ande ya uno
pisando la cincuentena y peine ya coronilla de santidad. Sí, sólo por Navidades,
porque cuando la belleza extrema se hace cotidiana, como les pasa a los
edecanes del Museo del Prado, llegamos a despreciarla, que hasta ese punto nos
carcome la sensibilidad la lepra de la costumbre. Pone mi madre la granada
encima del plato y con su sola apariencia toda asechanza desaparece. Se le
olvida a uno entonces incluso la promesa de rubíes prendidos que la granada
dentro de sí encierra, abismado ya por de pronto en la lisura y el color
increíbles de la esfera de su piel. Ah, esos tonos mates y flamígeros al tiempo
entremezclados, esa concatenación, esa disolución de los tostados en los
carmesíes y viceversa, esos sienas arrebatados de escarlata, esos bermellones
salpicados y fusos en lenguas de fuego del color gualda, esos arreboles
difuminados de albero y vivo rojo. ¿Por qué tener que traspasar con el cuchillo
el primor de esa piel en llamas y esférica?
Y luego, como en los cuentos infantiles,
abres la granada, y cual si descerrajaras un cofre precioso ya por fuera, se te
agigantan ahora los ojos hasta el tope de los mismos, ooohh, ante lo que su
interior te desvela. Escribió Lorca –según brujuleé ahorita en el Intenné- que
es la granada olorosa un cielo cristalizado, y no va uno, siendo menos que una
nada a enmendarle al Poeta la
plana, pero, casi al contrario, pareciera que se abre delante tuya el fondo
encendido de los mismos mares del coral luminiscente, un geométrico arrecife de
madreperlas de una extremada belleza. Recuerda la granada a un panal de ricas
gemas, en sus celdillas cuajado de granos translúcidos, que portaran ¡cada uno!
una bombillita prendida consigo, ya
digo, cada uno de ellos como rubí muy
precioso. Invoca también la lámina de una granada la de un delicado vitral
gótico, o al revés, que debió sin duda aquella, el misterio de su luz, inspirar
a los mejores orfebres del vidrio.
Nadie es perfecto, claro, y tanta belleza
formal que la granada en sí compendia algunas veces vése algo defraudada –no le
ciega a uno del todo la perfección de la forma- en el fielato del gusto por un
punto de sequedad en su comer. Acaso por eso reuniendo tanto encanto haya sido
la granada tan poco cantada. Pero, ¿qué decir de ésas, no tan infrecuentes, que
sobre el escándalo del atractivo de su
hechura desparraman además un sabor
único, ese licor sólo suyo tan rico, que enreda y confunde en la lengua almíbar
y acíbar, lo dulce y lo ácido en inefable gozo que hasta de grana te pinta los
propios labios? La ambrosía, sí, la ambrosía en Navidad.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
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“No soy nada, no quiero ser nada,
pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)
Preciosa exaltacion de la granada.
ResponderEliminarMe encantó José Antonio. Mi madre también era feliz comiéndose una granada y quitándole esa piel complicada de su interior.....Un abrazo lleno de recuerdos
ResponderEliminarQué boniitio, José Antonio. Toda esta entrada destila sensibilidad.
ResponderEliminarSaludos blogueros
La huelo,la saboreo y hasta la veo, que bien descrita, a mi mi madre me la pone ya limpio y sueltos los grano, con azuquita en un tazón, anda alegría para este cuerpo.
ResponderEliminarComo me alegro por ver que estas bien, venga granadas y optimismo que es lo tuyo..saludos..
¡Ole. Ese es mi torero!
ResponderEliminarAsí me gusta. Otra vez de espera en la puerta de toriles, y de ahí a la boca de riego pà rematar el primer tercio.
Ya se ha ido arriba mi torero. Ya se acabó lo de estar cabizbajo en el callejón.
Grítalo torero. Grítalo.
-¡ DEJAZME SOLO!
Este puede con una granada y... y con un higo chumbo. ¡TORERO! ¡DEJAZLO SOLO!
Es la segunda granada que cantas y por segunda vez te recuerdo que la poca prensa de la que la granada disfruta, seguramente se debe a lo mal visto que la corona está. Porta en todo su lomo, la granada, una corona, que la desprestigia por pretenciosa. No obstante, tomando dos de ellas, les apreté suavemente por los polos y las mezclé con mi poderoso orujo, de uva mal madurada, con lo que obtendré, que aún no le he probado, un brebaje sibarítico y digno de reyes. Que entre ellos anda el juego.
ResponderEliminarMaravillosa exaltación ala belleza de una granada. Esta supera a la del año pasado,espero que su sabor también haya sido superior. Feliz granada. Saludos
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