Quiero que la canción nuestra de ayer no se esfume tan rápido. Quiero, si tú también lo quieres, que la saboreemos
juntos. Porque me parece –a salvo de consideraciones religiosas, para las que
no estoy preparado- una muy hermosa escena de amor y de trascendencia. ¿Sí?
Andiamo, pues.
Duerme Jesús. Es precioso su
rostro relajado, tras la dramática fatiga del día, suavemente iluminado por el
vaivén de la llama de una vela. Le contempla así, Magdalena, vela con dulzura ese sueño. A solas así los dos. Se abre
paso entonces dentro de ella su delicada canción enamorada, la íntima zozobra
ante lo que muy por dentro le está pasando para su más completa incredulidad. “Yo
no sé cómo amarlo, ni qué hacer, cómo hablarle”, en ese total
desconcierto, en ese no saber, en la confesión de la propia impericia se cifra
el umbral verdadero de su inexplicable turbación. “Él cambió algo en mí. Ya no soy la misma. Soy otra mujer, desde que él
me miró”, pues el amor nada menos que transforma integralmente a las
personas, soy otro, soy otra, aunque ya vemos también que algo incluso superior
al Amor obra a su través, desde que él la miró, ese viento que estremece
suavemente las lonas. “Sé que es un hombre más, y he tenido
tantos, debo saber que es un hombre más, solo uno más”, cómo nos gusta
esa reconvención que a sí misma Magdalena, experimentada mujer, en propia
defensa se hace, ante la ternura del fuego que por dentro la avasalla. Y para
con más propiedad dar cuenta, sobre todo a sí misma, y darle suelta a su
desvarío, sale Magdalena a la intemperie de la noche, sólo con pequeñas
hogueras iluminada, abrigada a su manto contra el Viento que le acaricia los
cabellos y el rostro: “Quisiera llorar, quisiera gritar, hablarle
de amor y tengo temor. Nunca pensé llegar a sentir un amor así… Miedo da creer
y no comprender lo que él despertó dentro de mí”, con esa sencilla
expresión de cuanto dentro de ella pugna por estallar, más la consciente
aprensión y la duda que la envuelven nos transmite ella su íntima tribulación.
Y qué bien lo canta y lo expresa con sus gestos Yvonne Elliman, su rostro
depurado en medio de la noche oscura de su alma. “Si me dice que me quiere, yo no
sé lo que haría, ni llorar, ni sonreír, tal vez huir”, de pronto
incluso planea en ella, asimismo acariciándola, la posibilidad de que él
pudiera también carnalmente amarla… posibilidad más devastadora aún para ella,
que al cabo, tras vivenciar la sima de su confusión, (preciosísimo ese vaivén
de la sombra entera de su cuerpo fugitivo contra la roca, para volver a la
sombra solo de su rostro que luego se hace de nuevo carnal) como en catarsis
purificadora ha comprendido que “lo que
siento yo es más que amor, más que amor, más que amor”, así precisamente
reiterado, casi como balbuceo iluminado, místico, mucho más allá por tanto de
lo meramente sensual, para adentrarnos ya en terrenos de lo inefable, algo así
como un amor sublimado hacia la trascendencia, ilustrado con el rostro de ambos
fundidos en parecido plano al del principio de la escena, pero más próximos
ahora los rostros de ambos, alumbrados por la lumbre de esa llama que de alguna
manera les cierra en su círculo maravilloso.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS (Resumen de la obra en post del 27-1-2013
y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)