La Idea del embalsamamiento de Chávez, su divinización, esa costumbre
de Faraones dementes, es demasiado crucial para que la haya cavilado Maduro, con sus trazas de bodoque.
Menos aún su elogio fúnebre, en el que reivindicó para el Comandante Chávez nada menos que su alineamiento simbólico ante la
Humanidad al lado sólo de Lenin, de Ho-chi-Minh y de Mao, sobresalientes genocidas comunistas de la Historia. Añadir ya
a Papá Stalin, con el que guarda
cierto parecido físico, habría sido, incluso para él, too much. “Para que la
población pueda verlo ETERNAMENTE”, declamó Maduro tan ancho.
Decíamos ayer que había sido una muerte anunciada y, en efecto, parece
todo el desenvolvimiento milimétrico de un libreto que el propio Chávez hubiera planificado. La
movilización preventiva del Ejército en las calles, la diabólica inoculación
yanqui del cáncer, la multitudinaria y estalinista adoración de las masas, las
inmediatas visitas de los Presidentes a sus pechos petrolíferos mantenidos, los
calculadísimos mensajes de fervorosa despedida de los revolucionarios del mundo
(tuits de Otegui, de IU, que decíamos ayer), todo encaja.
Nada de al llegar la mala hora, como se canturreaba hace años con
mecheros encendidos, nada de “yo quiero que a mí me entierren/como a mis
antepasados/ en el vientre oscuro y fresco/ de una vasija de barrooo…”,
nada de eso, al contrario, por todo lo alto hacer de la muerte de Chávez la Fiesta del Chivo, la Resurrección de la Internacional Comunista,
que es la que aquí se invoca. Lenin,
Mao, Ho, ahí es nada. De ninguna otra figura histórica se habla. Dónde
quedó el cristianismo a la carta con que Chávez
ante las masas en los últimos años se adornaba.
El designio final de Chávez
resulta pues cristalino: reanimar (ya veremos si como drama o como farsa) el Frankestein de la Internacional Comunista, ayuna de referente mundial orgánico tras
la desaparición de la URSS y la ambigüedad confuciana de los actuales
mandarines comunistas chinos, que aún, que yo sepa, no se han prestado a entrar
en la opereta chavista. Con el embalsamamiento de Chávez un nuevo Faro, sobre el fenomenal privilegio del Petróleo
montado, ilumina enceguecedor los mejores sueños de la Humanidad entera. Así se
entienden del todo los emocionados “Hasta siempre, Comandante” de IU, y el “Hasta la victoria, comandante” de Otegui, ese hombre.
El epílogo a esta bufa opereta les corresponde, claro, a los míticos
Castrones, a quienes Chávez ha
ganado por la mano aciaga. Con facilidad puede imaginárseles reconcomiéndose
cual Hamlets de soviet bananero en
chándal: Habremos de embalsamarnos
nosotros también, no vamos a ser nosotros menos, desde luego nos la lió buena
el Chivo, qué hacer.
Maduro es un peripatético caradura. "Nadie votó por ti, chico", le ha espetado Capriles, en una brillante finta dialéctica, que pone de manifiesto la podredumbre balsámica que recorre -desde Apaña a Corea del Norte, pasando por el Caribe- a toda esa secta nostálgica que mantiene a Stalin embalsamado en su "pensamiento mágico".
ResponderEliminarSaludos y buen finde.
Me parece anacrónico, en pleno siglo XXI, poder asistir (a través de los medios, claro) a la representación de una trasnochada y burda opereta, como bien dices, pero que, increiblemente, es real.
ResponderEliminarUn saludo.
Cual faraones, los dictadores de izquierda y los papas tiene una obsesión en conservar el cuerpo para la eternidad, es sospechoso que se pongan de acuerdo en eso ¿será que saben que no hay alma?
ResponderEliminarUn abrazo
Al final el circo chavista está mantenido por los grandes interesados en el petróleo venezolano, en no perder su poder y demás intereses de ese o esos colectivos de egoismo y poder.
ResponderEliminarLos payasos en ese circo son toda esa gente que vemos en prensa y televisión. Nosotros somos los especptadores. Nos cuesta la función una pasta.