“Cuida de los perros. Haz tu vida. No me esperes”.
¿Dónde, lector, tras el sublime
fraseo cachulino, que, ya digo, ni el mejor Clark Gable, dónde habría de
acudir el anónimo bloguero, atacado de ínfulas librescas, que no fuera a
la busca de la femme que tan soberbio
colofón mereció? ¿Qué Escarlata O´Hara,
o qué Marylin Monroe aguardaba al
final de esa en el fondo desoladora declaración de amor fou en hombre por el
tráfago de la vida ya tan doblado? ¿Cómo era ese femenino misterio, eterno
también como el mundo, que a esas borrascosas simas de inversa ternura al
trinconcete Cachuli arrastraba? Pues
insistían las crónicas además, añadiéndole más alas a mis ínfulas
melodramáticas, que la joven destinataria de ese magno broche, tan solo de
palabras hecho, pensaba en nada más que… “cuándo y cómo podrá de nuevo ver a Julián”. Oh, Amor, los prodigios que sólo tu mágica
poción alcanza.
Me hablaban las imágenes de una belleza sencilla y reposada, de
cualquier estridencia y aparatosidad alejada. Me indispuso luego mucho el
enterarme de que era su nombre Karina,
como un aderezo exótico que no le correspondiera al vals de su serenidad.
Pensé, vaya, de Corina a Karina, que
no salimos del jueguecito de las reales vaginas, esa sacarina. Me arrepentí después de esa
burda ocurrencia, pues averigüé luego que a ella le gustaban los caballos, que
era ganadera, que poseía, además de aquellos finos y exaltados sentimientos, una
hacienda con ganado y potros, con
copiosas manadas de reses bravas y rehalas de albos corceles.
Ya comprenderás, lector, que
ante ese universo iconográfico ante mis ojos desplegado, que de nuevo me
remitía al haz de míticas resonancias arribas reseñadas, la vida libre y
directa en el campo, la bóveda celeste de los altos cielos y las estrellas
enseñoreándolo todo, el aire puro y sin trabas allí, esas vastísimas soledades,
aquellas Vidas rebeldes, sí, entenderás que se dispararan del todo
entonces las bridas de mis ínfulas desbocadas.
Imaginaba, claro, a aquella mujer enamorada, sobre los murmullos de
capataces y empleados, huérfana ahora de su Clark Gable, remeciéndose inquieta al atardecer bajo el porche que
juntos les cobijó, velando ese vacío entre los establos, paseando su
desconsuelo por los cobertizos y el abrevadero, una y otra vez recorriendo los
corrales y los yermos en los que fueron felices, doliente y sola por entre los
pastizales, clamando por él y por su
vuelta a los astros indiferentes, abrazándose al mismo aire, envuelta si acaso
en un chal de lana azul y en los ecos que en el viento nocturno dejan los
ladridos de los perros, presos en las casetas, que más aún resaltan la herida
de esa ausencia.
Llegue así a María Dolores
Pradera, al ron bravo y dulce a la vez de su cantar, a su Procuro
olvidarte, y aquí ya sí que cesó todo, lector, me olvidé de Cachuli, de la
Novia de Cachuli, incluso de mis ínfulas me olvidé.
Hablando de olvidos, recuerda vagamente a Olvido la vegana trampantoja. Y se da un aire también a aquella cantarina Karina. O es que últimamente las confundo a todas. Cachuli, ese chuli.
ResponderEliminarSaludos
En dos palabras Jesulinicas que no Jesuiticas...IM...PREZIONANTE...Muy metido con el toro desde el primer momento ya se nos habia olvidado casi Cachuli cuando oh magia,llego el quinto toro y nuestro diestro (que de zurdo no tiene naaa)lanzo la ultima del amor fou, debe ser re-Clark-Gable siempre una bala en la recamara. La embestida era más larga. La profundidad mayor. Otra vez por la izquierda con la Maria Dolores pradera fue el acabose. No parecía posible tanta consistencia y sinceridad. Lo dicho, un acontecimiento y apoteosis final bravo...bravo....bravisimo. Si se me permite otra sugerencia para aquellos que acusan de tortilleras tanto a la Pantoja como a Maria Dolores Pradera, si son homofobos una canción más de penitencia...
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=e7aSHFPcu_E