lunes, 9 de septiembre de 2013

Oh balansé, balansé del blog

  




  “En esta ciudad hay que partirse la espalda para poder ver una estrella”, exclamaba desolado Willy Loman en La muerte de un viajante,  la sombría obra de Artur Miller. No nos salen las cosas, eso es lo que nos pasa. ¿Entonces? Aquella amargura sólo un punto cínica del gran Adolfo Suárez, a la vuelta de sus penúltimos fracasos electorales con el CDS, cuando todas las encuestas de opinión, una tras otras, le daban como el líder más apreciado por los españoles:
   
 “Queredme un poco menos y votadme un poco más”



   En siete de septiembre fue, sí. Tres años de blog. Más de novecientos textos míos ya. A la manera en que yo los hago. Todo ese trabajo. Ahí están. ¿Y? Me siento como si hubiera escrito entera la Enciclopedia Británica… en vano, la verdad. En octubre del año pasado, sin contactos, harto del silencio y del desprecio editoriales, me autoedité LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS. Añadí además en el frente lateral del blog: “Si lo que lees aquí juzgas que debe ser agradecido, para animar también a que siga siendo posible, pídeme este libro, pues con el mismo además te entrego un trozo vivo de mí”.
   Bueno, los resultados del emplazamiento han sido pero que muy discretos. No hablo de vender mil ejemplares. Ni la mitad. Ni la mitad de la mitad. Ni la mitad de la mitad de la mitad siquiera. Ni a eso he llegado. Aún no he conseguido recuperar del todo los dineros que arriesgué. Es el caso que no dejo de recibir encendidos elogios. Muchos, muchísimos. Y qué palabras tan bonitas.
   El caso es también que el número de visitas diarias al blog es para mí más que considerable. 731 seguidores en el blog, 3600 en Twitter. No sé. La estricta realidad es que desde luego muchas personas observan, pero no valoran lo que hago. ¿Es mucho pedir a quien con regularidad todo el año lee tu blog que te solicite el libro? Mi libro además vale mucho más que quince euros, estoy seguro.
   
   Es desalentador. Es amargo. Es descorazonador. Es lo que hay. El chasco te obliga a reflexionar. A pensar esta desolación. Y, la verdad, lector, no tengo ni idea de lo que voy a hacer.

   Por supuesto permanece y permanecerá siempre indeleble en lo más hondo de mi ser la gratitud inmensa a cada uno de ese puñado de valientes que, sin conocerme de nada, han apreciado e impulsado mi escritura pidiéndome el libro. Si cierro los ojos, creo que podría decir el nombre de cada uno de ellos. Alguno se ha molestado incluso –y pongo aquí sólo unas cuantas, pues otras, maldición, las extravié, agradeciéndoselo por igual a todos- en escribirme cosas tan preciosas como éstas:
Encarni:
   “Jose, llevo el Bobo con Ínfulas por la mitad, y me tiene entusiasmada. A veces no sé si reírme o llorar… me encanta!”
Gaby:
    “Ya terminé tu libro, Jose. Lo leí dos veces al final. Me encantó. No dejes de escribir. Aunque, pobre prota, joer, qué vida.”
   Toñy:
        “Leyendo la realidad de un libro por 2ª vez para evadirme de la ficción de la realidad. (las Historias de un bobo con ínfulas)”.
   Mati:

         “Jose Antonio, estoy volviendo a leer tu libro. Cada vez le descubro cosas nuevas. Me sienta bien… Gracias”.

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