Para los escribanos que somos nadie,
para los que no tenemos contactos ni contamos con Padrino alguno que vele y afiance los pasos de nuestras literarias criaturas,
con sus pros y sus contras es el Internete
cuanto tenemos. A ese río revuelto acudimos ilusionados cada mañana, a
echar a los vientos cibernéticos las noticias de lo nuestro, a proclamar bien
alto en esa Plaza Mayor la candidatura de nuestro libro… para casi siempre
volver cabizbajos y taciturnos, con la nada relajante taza de un amargo café, esa purga que es el
fracaso, encima.
Entonces, cuando leemos severas admoniciones contra el Internete un poco nos sentimos, por compensación,
aliviados y resarcidos en nuestra libresca desdicha. Hay muy serios autores que
sostienen que el vértigo del internet y de las redes sociales están
modificando para mal la estructura del cerebro: ese picoteo incesante
estaría detrás de la pérdida de la capacidad de concentración y de la extrema y
burda simplificación del lenguaje que cada vez más se observa en las nuevas
generaciones.
Y la bomba: “millones de personas
han perdido la capacidad y el interés por leer algo más que un pantallazo que
vaya más allá de diez líneas”. Ese ininterrumpido y ávido escaneo, además
altamente adictivo, que con la mirada lleva a cabo como estricto hábito el
internetero puede causar el desinterés por los libros, esos mochos tochos, no
digamos si hablamos de títulos y de autores que no conoce ni Perry, de los que qué y con quién comentar en esas mismas redes
sociales después, si ni a la hora de cenar en su casa a esos escribanos les
celebran.
Por supuesto casi todos los bodriosos
best-sellers de esa misma onda expansiva que las redes sociales procuran se
benefician, como esas profecías que de tanto nombrarlas unos y otros se autocumplen, y más y más clientes, deseosos de comentar, signo éste de estar en
la “onda”, lo que los Trending Topics difunden, en sus redes caen.
Así es que, lector, leemos y rumiamos
cosas así sobre las modernas redes
sociales y quizás, como te digo, algo más reconfortados nos volvemos a
nuestro fracaso… quién sabe si con ganas de asomarnos de nuevo mañana en la
mañana a ese turbión de aguas bravas que es el
Internete nuestro de cada
día, que es cuánto tenemos quienes nada somos, excepto un atisbo ilusionado de
literarias ínfulas, apenas una vela encendida en medio del vendaval.
… La estricta realidad es que desde
luego muchas personas observan, pero no
valoran lo que hago. ¿Es mucho pedir a quien con regularidad todo el año lee tu
blog que te solicite el libro? Mi libro además vale mucho más que quince euros,
estoy seguro.
Encarni:
“Jose, llevo el Bobo con Ínfulas por la mitad, y me tiene entusiasmada.
A veces no sé si reírme o llorar… me encanta!”
Gaby:
“Ya terminé tu libro, Jose. Lo leí dos veces al final. Me encantó. No
dejes de escribir. Aunque, pobre prota, joer, qué vida.”
Toñy:
“Leyendo la realidad de un libro por 2ª vez para evadirme de la ficción
de la realidad. (las Historias de un bobo con ínfulas)”.
Mati:
“Jose Antonio, estoy volviendo a leer tu libro. Cada vez le descubro
cosas nuevas. Me sienta bien… Gracias”.
Las redes sociales han sido una revolución social. Son sencillas de usar y millones de personas se han volcado en ellas. Poco texto y mucha imagen. De repente, millones de personas se sienten autores. Todos siguen a todos y nadie lee a nadie pero no importa. Cada uno se lee sobre todo a sí mismo siempre que no escriba mucho, porque si no, ni eso. En Twitter son 150 carácteres y ya empieza a parecer mucho. Nos guste o no, es lo que hay.
ResponderEliminarSe tагda basta&X6e;te en ver с&X6F;&X6E;tenidos coherente&X6d;ente redaсtados, рor lo quе tengo &X71;ue rеconoc&X65;rtelo.Si&X67;uan аs�!
ResponderEliminarArticulos re&X6c;acionados Carlos