¿Alguna reflexión política seria sobre la irrefutable obviedad de que
los ceñudos miembros de la Ronda de
noche etarra, esa partida de torvos asesinos extrema-izquierdistas, y más en
general de que casi todos los filoetarras, son los que icónicamente más se asemejan,
hasta el punto de confundirse, a lo que los demagogos y los ignorantes suelen
pomposamente presentarnos como el sacrosanto PUEBLO?
Míralos bien, no es sólo la imagen: es la piel cuarteada y maleada por
los rigores de la intemperie que de generación en generación se transmiten,
esas rojeces atomatadas en óvalo sobre el rostro, son los pelos desordenados,
las dentaduras averiadas, las arrobas de más a veces o la flacura cerbatana, el mirar directo, la
mueca sin ambages, el afeitado a medias, esos rostros macilentos; son los
chambergos, el anorak, los jersezones, las camisetas baratuchas y sin lustre,
son los gestos, deslavazados, sin compás, los que nos corresponden a la gente
del común, a los que desconocemos el rutilante minué de la Alta Sociedad, sea ésta en su versión retro o progre.
Ojo, que no se les ve en modo alguno tampoco famélicos o acuciados por
una necesidad material inmediata, al contrario, a menudo rollizos y sanotes,
sonrosados bajo un bienestar casi porcino. ¿No son todos ellos, lector, iguales
a cuantos a diario nos rodean, como tú y como yo mismos, en las antípodas
exactas de la atildada Casta Política,
que parece siempre recién salida de una brillantosa lavadora del más moderno
modelo? ¿No es acaso a ellos a quienes más de piel a piel nos parecemos?
¿Y esta partida de fanáticos refractarios aquejados de burricie suma es
lo mejor que da el Pueblo cuando
directamente interviene en Política?
¿En nada mueve a reflexión esta esclarecedora imagen –imposible reto para los
ignaros, claro- a los demagogos adoradores de la idealizada democracia
roussoniana para los que nada deben temer los demócratas de la bendita y
omnímoda Voluntad del Pueblo.
¿Cuántas veces tendrá la Historia que revelarnos los destrozos sin tasa que la
violenta irrupción de las masas en la Política, al servicio siempre de una
discreta Vanguardia, produce? Pues
ahí están, divinos de la muerte, como tú, como yo, igualitos. Son el Pueblo.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Claro, claro, señor Del Pozo, la irrupción del pueblo en los foros de la política ha traído desgracias sin cuento. Nada que ver con el mundo idílico del antiguo régimen, con aquellas cortes lustrosas y sus caballeros apolíneos que participaban en viriles torneos mientras sus blancas damiselas languidecían de amor. Mientras tanto el despreciable pueblo se afanaba en tareas sórdidas y rutinarias, ignorando cosas tan elementales como que en caso de penuria de pan habrían podido calmar el hambre con pasteles. ¡Qué brutalidad la de la vil canalla y, por contraste, qué esplendorosos tiempos para nosotros los aristócratas!.
ResponderEliminarEn la foto sólo veo ahijados de Zajoy, de Zp y de la señora cobardía.
ResponderEliminar-Antonio: no me lea torcidamente, plis. Por cierto, muy buena su escritura. Muchas gracias
ResponderEliminar-Napo: un abrazo
ResponderEliminarNo logro relacionar su post con el texto de don José Antonio.
Don Antonio, el pueblo, ese conjunto en el que todos y cada uno de sus elementos quiere salirse del conjunto. Vea las recaudaciones de las diferentes loterias cada semana.
La gran diferencia entre la aristrocacia y el pueblo es el número de sus elementos: A más hombres más malda y más peligro.