Es que tuvo la jugada todos los ingredientes épicos de una gesta, las
dimensiones inconcebibles del más hermoso de los sueños, destinada por tanto a
perdurar en la memoria y en el corazón de los buenos aficionados al deporte
rey.
Corría el minuto 85 de la Final, el Barcelona mágico del tiki-taka había
conseguido empatar el encuentro y ponía una y otra vez cerco, con endiabladas
triangulaciones, con la panoplia de toques, túneles y paredes que han hecho de su fútbol
una analogía del billar más prodigioso, la
meta defendida por Iker.
Sacó entonces tras inutilizar el enésimo asedio culé, con orden y clase Isco el balón desde la defensa, enlazó con el luso Cointreau, que de una muy precisa
calada al balón se lo brindó a Bale,
escorado a la izquierda, aún sin traspasar la medular. Tenía enfrente a Batra, la más joven esperanza blaugrana.
Se impulsó hacia delante el esférico, como en una patada a seguir del rugby,
confiado, pese al titánico esfuerzo desarrollado durante todo el partido, en su portentosa zancada. Batra lo vió
claro. Tenía que obstaculizar al expreso galés, desplazarle con el cuerpo fuera
del campo, obturarle como fuera, aún a costa de que le señalaran falta. Y así
lo hizo. Bale, con el impulso que llevaba, se vió confinado, arrojado cerca de las mismas gradas, más allá del área
técnica del banquillo. Por un instante pareció que el juego quedaba detenido,
que el árbitro señalaría la clara falta y que había quedado así neutralizada la
contra madridista.
Pero entonces, sacando fuerzas y una fe ciega nadie sabe de dónde, como
en una olímpica final de los doscientos lisos por la calle de fuera corrida,
lejos de detenerse y desistir, Bale hizo explotar como un loco la carrera que llevaba, devorando cual potro enloquecido a aéreas
trancas yardas y más yardas de césped,
en círculo primero y luego en diagonal de kamikaze contra la meta del mormón Pinto, orientándose además en dos certeros toques el balón, a una velocidad tan vertiginosa en ese minuto que a
quienes lo veían en directo ponía la carne de gallina –los vigilantes de las gradas
no pudieron reprimir el girárseles el cuerpo y olvidar su cometido, tal era la
atracción de esa inverosímil y supersónica aceleración en vivo- ese ciclón en
acción que hacía inútil la carrera persecutoria más corta y ventajista de Batra, ante Pinto ya, cuando aún pudo todo malograrse, el golpe justo del galés
allí, al límite del agónico esfuerzo, como Forrest
Gump en el cine, como el alado
Aquiles en la Ilíada, para clavarle el esférico entre las piernas al
cancerbero culé , alojarlo al fondo de las mallas y sentenciar la Copa del Rey.
Y entonces, también como Warren Beatty en aquella peli, el esplendor glorioso sobre la hierba de Gareth Bale, y a la vez abriéndose paso
en todos el sitio que siempre ya ocupará esa estratosférica galopada suya, esa
onírica explosión, como un precioso sueño fulgurante, esa belleza que perdurará en la memoria de cuantos
aman este deporte.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Esplendor en la hierba fue para lucimiento de Warren Beaty, no de James Dean, lo siento
ResponderEliminares verdad, gracias, ahora corrijo, saludos
ResponderEliminarMagnífico relato de un hecho "épico", que hizó a más de uno levantarse del sillón e impulsar ese galopar de Bale. NO se puede contar mejor la acción. Imagino que recordando sus viejos tiempos de cronista deportivo. Sin duda esta hazaña perdurará en la memoria y el corazón del madrilismo, como perdura ese gol de Ronaldo en 2011 que nos llevó a la Copa de Rey o el gol Zidane en la final de la Champions frente a otro Bayer, si no recuerdo mal. Saludos
ResponderEliminarSeñor del Pozo, usted es un Maestro.
ResponderEliminarBale es un Monstruo
Señor del Pozo, usted es un Maestro.
ResponderEliminarBale es un Monstruo
Yo no soy del Madrid, ni muy aficionado del fútbol en general. Pero el gol de Bale me impresionó y me quito el sombrero. Simplemente épico.
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