El miércoles pasado, según las estadísticas que te proporciona San Blogger, suponiendo que las mismas
encierren verdad, este mísero blog alcanzó la para mí fabulosa cifra de 500.000 visitas al mismo. Me dije, osti tú, pues ya no es tan mísero este
blog entonces.
No sé: llevo tres años, ocho meses y veintidós días dale que te pego al
mecanismo del mismo y… ando hecho un lío. Soy atribulado: sé que mi blog se lee, y que, muy
poco a poco, en parte por ser uno nada, en parte porque es muy ardua empresa hoy
para quien carece de un Nombre, voy
conformando alrededor del mismo un grupo leal de virtuales amigos que siguen a
diario lo que aquí se escribe. Eso, sobre todo para un anónimo escribidor como
el muá, es algo impagable.
Me gustaría que fuese mi blog para cada uno de ellos como la discreta
hoguera a la que acercas un rato las manos en invierno, o como ese pequeño
manantial en el que uno se refresca un poco la cara durante el estío.
El blog va, lo noto, lo sé. Se lee el blog, sí. ¿Se valora? Ése es ya
otro cantar, mon amí. Se asocia fatalmente el
Internet a lo gratuito, claro. Dispuse hace año y medio ya en el blog un
termómetro que me permitiera conocer la medida de esa afición que puede
despertar este blog. Pedí, desde la misma portada, que en agradecimiento al
mismo los lectores me solicitaran lo mejor que tengo, mi libro LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS,
un trozo vivo de mí. Aunque mantengo en todo lo alto el récord mundial del pero-qué-bien-escribes-tío,
aunque ha habido un puñado de personas maravillosas que sí me han respondido,
la verdad es que ese emplazamiento mío me ha devuelto, dieciocho meses después,
muy desalentadores resultados.
Fracaso en todo lo alto también.
Con que sólo un tercio, fíjate lo que te digo, con que sólo una tercera
parte de las personas que en un solo día
pasan por mi blog me hubiera pedido mi libro, habría alcanzado yo mi
discretísimo objetivo, del que pero que muy lejos me encuentro. Más te digo:
con que sólo las personas que verbalmente
me han asegurado que me lo pedirían lo hubieran hecho, me hubiera valido.
Pido quince euros por un libro que estoy seguro vale mucho más, y cuyo envío
por correo certificado me cuesta cinco, a quienes con frecuencia leen mi blog. ¿Es eso mucho pedir?
¿Y qué puede el escribidor sin
nombre y sin contactos hacer, excepto, con no poca vergüenza, dolerse de este chasco y seguir confiando en
que al cabo se reconozca el valor de su escritura y de su trabajo diario? En
fin, que 500.000 ya, lector.