domingo, 31 de agosto de 2014

El Crepúsculo en el que vivimos peligrosamente



   El monarca sin reino, un poco ya hastiado de tanto errar, se retrepó hasta el asteroide C-373. Quería contemplar, una vez más, el hermosísimo crepúsculo y luego… ¿quizás saltar desde allí y perderse al fondo de la nada interestelar?
    
   Pero primero el crepúsculo, que en estos coletazos del estío, se deslizaba con clamorosa majestuosidad. ¡Qué bellos incendios lentamente extinguiéndose fraguaban los rescoldos del sol en las postrimerías del día contra los cielos inabarcables! ¡Qué hermoso y revuelto conato entre la luz y la oscuridad, qué contienda entre los colores que las anuncian! Así es que el monarca sin reino, como no sabía tocar la armónica, rompió él solo a hablar:
    
   -Silencio, que empieza a declamar lo suyo el crepúsculo, tan precioso como tú… Si las luces poco a poco van cediendo, al menos no titubees nunca tú, por favor, amor mío… Cómo no sentirse, incluso uno, un poco poetastro ante la inmensidad sinfónica con que va apagándose el día… Eh, te has dejado rastros de carmín justo sobre el tejado de mi casa, muchas gracias… En mi barrio hay perros azules ladrándole a la conflagración del atardecer, para que dure un poco más, para que no les aplaste tan pronto la oscuridad.
     
   Y entonces detrás de él, para su completa sorpresa, resonó una voz cantarina:
     - Vaya, señor monarca, estás hoy… estupendo
     - Oh, sí, fue el maldito crepúsculo, que se apoderó de mí, niña
     - Ya sabe usted lo peligroso que son los crepúsculos
     - El crepúsculo que vivimos peligrosamente, ya
     - Sería fantástico título para una novela
      - Que yo no pienso escribir. Estoy harto… Hazlo tú, Sofía. ¿Te gustan los crepúsculos?
       - Muchísimo… ¿Sabe? El otro día me preguntaba cómo es que te acuerdas de mi nombre. Sólo una vez, y hace mucho, te lo dije.
       - Y con esa vez bastó, Sofía. Para algo ha de valer el ser un monarca… aunque sea sin reino. Aparte de los atardeceres, ¿qué más te gusta?
      - La montaña. Visitar lugares abandonados. Pasar tiempo con mis amigos…
    - ahahá
     - El vino blanco. Pasear entre viñedos. Tomarme un gin tonic. El helado de chocolate.
     - Vaya, cuántas cosas. Fascinantes todas. Eres un turbión de vida rubia.
      - Soy impulsiva, señor Rey. Si algo me gusta, voy. Y si algo no me gusta, paso, aunque sea lo más para el resto del mundo.
       - Resultas avasalladora, para un neurótico reflexivo como yo.
       -Eso se cura pasando una noche en un pueblucho abandonado y bebiéndote una copita de vino. Y lo que te llegas a reír entonces, señor Rey… No sé bien por qué le digo todo esto.
        -Es el crepúsculo, joven, esa fragua descomunal enfriándose que tenemos delante, la grandiosidad operística que contiene, que nos mueve a todos a cantar un poco… ¿Vendrás mañana a verlo de nuevo? Podríamos luego jugar un rato a las Magic Cards
         - A lo mejor, señor Rey. Que descanses.
   En el asteroide C-373, cuando la joven se esfumó, perduraban aún, tenaces, algunos malvas jirones de claridad.  



(Termina el agosto, lector. ¿Te gustó la melodía que, músico ambulante de la Ciberesfera, desenvolví para ti en este mes? ¿Me crees entonces por ello merecedor de que me pidas tú mi libro? Gracias de corazón al puñado de valientes que así lo habéis hecho, por, sin conocerme en persona, valorar e impulsar mi trabajo y mi escritura, tan importante para mí.)


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