Había perdido ve a saber dónde la
cartera, con el carnet de identidad, el de conducir y la tarjeta sanitaria
dentro. La premiosa y odiosa burocracia que a ello le sigue: durante más de ¡cincuenta
días! habría de andar por la vida, frente a las exigencias que en la misma
pudieran presentársele, con el escueto
folio de la denuncia policial como único salvoconducto. Si acaso a un verdadero
creador tamaña desnudez legal en la acreditación de la propia identidad habría
henchido de coraje, hasta afirmarle
orgulloso y libre al fin bajo las estrellas,
al poetastro, de golpe un sin papeles, de natural tan inseguro como
pusilánime, el percance, como una borrosa merma en el físico ser, igual que le
ocurría con cualquier contratiempo doméstico, le apocaba aún más de lo
habitual.
Acumuló no obstante las fuerzas necesarias sobre sí para osar plantarse
indocumentado la noche del viernes en el
Antro, en esa carnavalada de rebajas sólo soportable a través de la lenta
inoculación del crónico gin tonic, que de alguna mágica manera dulcifica
aquella bárbara comedieta humana. Ya tras los primeros sorbos en el salón,
desde su ángulo oscuro, silencioso y cubierto de aprensión, sí, algo al poetastro le dijo que no iba a ser esa
su noche. No se sentía para nada inspirado allí, con el humor por los suelos y
sin poder quitarse de la chola la indocumentación que tanto le amenguaba. No sé
quién soy, al revés que don Quijote,
era toda la ironía de la que era allí capaz.
En fin, que se estaba terminando ya el gin tonic prescrito, cuando
aquella rubia contoneante y altiricona, de paso hacia los baños por aquellos
confines, de frente se le apuntó. Llevaba un vestido negro y ajustado sobre la
piel paliducha, más un tatuaje vikingo y azul en la zona alta del brazo, donde
antes nos ponían a todos la inyección del tétanos. Maldita cinefilia: le
recordó a una réplica resultona de la ya un poco ajada Melanie Griffith. Si la
original hallábase, al decir del cuore,
en plena crisis-in-love con Banderas el
Zorro, el astuto poetastro, venido de súbito a más, urdió que quizás a su
difusa réplica otro tanto le pasara, y que fuera entonces esta la oportunidad
dorada… para qué, bobolavaina. Bah, son las puras inercias del Antro, que conspiran para que hasta las
más sensibles almas hagan un rato el cafre. Y así la interpeló:
-Hola, rubia, mira, estoy buscando personas interesadas en intercambiar
opiniones fundamentadas sobre la finisecular novelística rusa del XIX, ¿eres
acaso tú una de ellas?
Aquella blonda copia de la Griffith,
que ni siquiera había reparado en el poetastro, primero se sobresaltó, hizo
luego un gesto de completo desagrado, con la boca y con los labios apretados y muy
amargos, y sobre la marcha aceleró, desapareciendo hacia los baños como rubia
que más bien buscara un King Kong,
antes que un insignificante sátiro de dudosas reminiscencias woodyallenianas.
Más daño que el vacío –a ese estaba habituado- fue la mueca de espanto en la
rubia desalmada lo que más lo encabronó. Así que, espoleado sobre todo por la
rabia, el poetastro se dirigió a la barra y a voces se pidió un nuevo pelotazo,
esta vez de Ballantines con ginger
ale, hala, mezclando y todo, que no se diga el mosqueo.
(No acabó ahí la nochecita sin papeles,
lector. Lo que luego ocurrió lo dejo para MAÑANA,
que quizás las emociones fuertes sea conveniente dosificarlas)
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Me pregunto qué hubiera pasado si la ceñida rubia llega a contestar con un sí. Cómo hubiera reaccionado su inseguro personaje al narrarle la rubia al oído, por ejemplo, Las noches blancas, concretamente la segunda. Se lo ruego, sáqueme de esta duda.
ResponderEliminarUn saludo.
En ese caso, hubieran parloteado un rato de Dostoievski y tal, y hubieran concertado, quizás, otra cita para... seguir dándole al tema, claro.
ResponderEliminarsaludos