Hace poco tuve ocasión de ver “Capote”
(2005), la película por la que su actor principal, Philip Seymour Hoffman, recientemente fallecido a causa de los
estragos de las drogas, consiguiera un Oscar. La película me pareció
estéticamente muy bonita pero, en lo que se refiere a su nudo argumental,
desigual y más bien malograda. Descollaba, por supuesto, la extraordinaria
interpretación que de Truman Capote desarrollaba
Hoffman, con una expresividad,
basada en microgestos faciales sobre todo, de una intensidad devastadora.
Recreaba de maravilla allí Hoffman
el tormento interior de Capote,
escindido entre la superficialidad arribista y la íntima vulnerabilidad que
como fuerzas opuestas dentro de él se batían con denuedo. No se veía en la obra
mucho al escritor, pero esa es otra
historia.
Lo que me resultó desconcertante, hasta el punto de dejarme noqueado, sobre todo por el contraste
con su estúpida muerte a los 57 años de edad, fue el contenido de los “Extras”
que acompañaban al dvd. Aparecía en uno de ellos, impresionante, más si la
comparamos con la que “fabricó” para el personaje, la grave voz de Hoffman comentando a la perfección la
película. Un actorazo inteligentísimo, con pleno y consciente dominio de su trabajo, diríase, y más allá, tal era
la perspicacia y la concentrada
sabiduría con que se expresaba, una persona juiciosa y lúcida, sensata y
sagaz, que dimanaba como una celeste serenidad interior que enseñoreara de
prudencia las riendas maestras de su vida.
Esa clarividencia le llevaba a Hoffman
irónicamente, desde la superioridad que da el auto-control personal, a parodiar
incluso la desmesura personal de Capote:
esa ególatra excentricidad, ese maquiavelismo cínico y diletante que a veces
supeditaba todo a la popularidad o a la obra, las manías y el alcoholismo
vergonzante… en fin, los desparrames en que a veces el escritor caía.
Claro, al observar luego, difundidos a raíz de su trágica muerte, los
propios “desparrames” íntimos de Hoffman,
un actor tan dotadísimo como incapaz de gobernar en un mínimo lo esencial de su
existencia, esos “EXTRAS” se me
llenaban de una radical impostura tan misteriosa como desasosegante. Es muy
triste, pero Capote y Hoffman, geniales ambos, acabaron casi
igual de mal. ¡Y con el agravante para Hoffman,
de que las entrañas de ese monstruo autodestructivo, con el que tanto daño causarían
a íntimas personas suyas que sin duda mucho les habrán querido, las estudió y
por tanto las conoció con pericia de entomólogo! ¿Y fue incapaz de hacer nada?
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Manuel:
ResponderEliminarEn primer lugar quiero felicitarle por su blog; me hace pasar buenos ratos frente a la pantalla de mi ordenador. Por cierto, ¿ha considerado escribir una tesis doctoral acerca de "El reino de la mugre"?
Por otra parte, me gustaría recomendarle -aunque tal vez ya la haya visto- "Historia de un asesinato" Otro biopic sobre Capote y que comparte el mismo escenario que la que arriba comenta.
Si Hoffman le parece maravilloso -que lo está- Tobey Jones poco tiene que envidiarle.
Ánimo con su cruzada. No deje de escribir.
Un saludo.
Manuel
Gracias por sus amables palabras, Manuel T. Palabras como las suyas, más, jejé, el libro que tengo yo escrito y al que ruego atención, es lo que dan sentido al blog.
ResponderEliminarTomo nota de su sugerencia cinéfila, que no conocía.
Un saludo y un abrazo