miércoles, 22 de octubre de 2014

El Carnicero de Mondragón, ese tron

     


   Gasta, incluso a los 70, un espeluznante aspecto patibulario, -patillotas de bandolero bajo la calva, estrafalarios colgantes sobre ambas orejas ensartados, espesote mostacho mediocanoso en herradura-  redundante todo en él, pues es un tipo en verdad patibulario: 17 crímenes sobre las espaldas adornan sobre todo a este Carnicero. Icónicamente es el Abuelo ideal de los filobatasunos ejemplares de las CUP, con quienes ahora el aseadito mayordomo que parece Artur Mas políticamente se amanceba. Ha tenido a bien el matarife etarra conceder una sonada entrevista a Ángeles Escrivá en EL MUNDO 20-10-2014, por lo demás muy ilustrativa del horrible presente que atravesamos.
        
   Sin duda los años en prisión han servido al carnicero etarra para aprender, también él, como los populistas extremistas tan exitosos hoy, a hacer sus jueguecitos con las palabras, es decir, a definir la Realidad a su conveniencia. Así destaca, brutal, su principal speech: “Yo no he asesinado a nadie, yo he ejecutado”. Viene a ser él, vamos, como el degollador de la Yihad, que el bestiajo etarra no quiere quedarse atrás, y muestra también pujos teóricos tras los que “burocratizar” sus cobardes gatillazos. Hacía años que no escuchábamos esta prototípica justificación terrorista: sólo soy el marchoso administrador de una sentencia que la Suprema Organización a la que pertenezco en justicia estableció, viene a decirle a sus víctimas el verdugo etarra. “Cuando ejecutas es cuando lejos de obtener un lucro personal, encima, vas a tener que pagar con la cárcel o con lo que sea. Por tanto, yo no he asesinado a nadie”, “razona” el  anti-sistema y exterminador etarra, cartesiano a su psicópata manera.
   
    “No creo en el arrepentimientoNada, nada, volvería a hacerlo, como una Alaska de los etarroides en aquella Movida. ¿Has pensado alguna vez en tus víctimas? “No”. ¿Cuántos hijos tienes? “Ellas tienen ¿eh? Yo no. Uno en Méjico, otro en Hendaya y otro en Capbreton”, pormenoriza el prolífico etarrón. “No tengo ningún inconveniente en reconocer el daño causado pero que el Estado me reconozca sus hechos porque el que me ha empujado es él… para mí es el Estado el terrorista, el que obligó a esa Organización a tomar una serie de decisiones”, tan ancho el asesino, en libertad por Estrasburgo, teoriza, calcando la canónica justificación etarra. Quién osa decir ahora que ha reconocido el mundo etarra su derrota.
      
    Y, oh, dudosa novedad, ha internalizado la mar de bien el Carnicero de Mondragón los populistas argumentos Indignados tan en boga hoy: “los que roban 60 euros sí, esos van a la cárcel y pagan ocho años, pero los que roban miles de millones qué… eso de ponerse a pegar tiros lo ve la Organización que toma la decisión, o el Pueblo… Yo no soy quién para decirle a los escoceses qué tienen que  hacer (¿a quién nos recuerda esto último, lector?) ¿Para qué han servido tantas muertes? “Para lo que ves hoy. Vete a Álava. Hay más Pueblo, más consciente, más politizado”. ¿Pudo ser contraproducente la política de asesinatos? “En los últimos tiempos sí porque no eran acciones asumidas por el Pueblo. Y tú si estás en la lucha es porque el Pueblo, más o menos, te está empujando, no porque seas el Mesías.
   
     ¿Cómo ves la situación? “Digamos que esperanzadora… Voto a Bildu, aunque no soy de los partidos que lo forman. Ellos rechazan la lucha armada. Yo no, yo rechazo cierto tipo de lucha armada. Yo no puedo cerrar el futuro a generaciones venideras. Es su decisión, no la mía… Somos el movimiento de liberación y la comunidad internacional lo sabe… Lo único real es que, mientras el resto construía, aun con defectos, vosotros matabais a inocentes. “Esa es tu opinión”.
      
     Con ese airoso relativismo remata el angelical Carnicero de Mondragón la interviú, de quien para más inri sabemos que ya otra vez, al inicio de la democracia, se benefició de una amnistía concedida por ese Estado tan terrorista que, a medias con el Pueblo Vasco Indignado, le empujó a al menos diecisiete veces matar, y a miles de veces darle vivas a las muertes que ejecutaban sus colegas. Que él, inocente total, querer, lo que se dice querer matar, él no quería, oiga.
    

         

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