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Veinte años para rematar un Cuadro
de Reyes, de Familia Real en pie, nos parecen demasiados, -acaso sentados
también ellos hubiéranlos llevado mejor- pues la propia mano del Tiempo, el
cúmulo de gracias y desgracias que a esos modelos Reales pública y notoriamente
les ha sobrevenido, y que todos más o menos conocemos a lo largo de esos años,
pueblan el cuadro de invisibles turbulencias –una especie de raro poltergeist- que provocan que su visión
en manera alguna nos pueda resultar “natural”.
Es por ello que al asomarnos al soberbio
Cuadro (3x3,39 m) nos pasa como al niño de la película esa, que a veces vemos… a los Otros. Nos
despistan un poco más las insólitas declaraciones del Artista, que a la pregunta de si se planteó incluir a los entonces
maridos de las Infantas, a Doña Leticia y a los nietos de los Reyes, responde
que “pregunté y me dijeron que no de una
forma contundente, Pensaba incluirlos alrededor del cuadro” (ABC.es
2-12-14) Hubiera sido total, claro,
sólo que en esa fecha ni eran maridos, ni había nietos ni Leticia que se sepan.
Miramos también a los modelos veinte años ha, observamos su problemático
presente y sin querer pensamos, claro, en El
retrato de Dorian Grey, aquella notable indagación de Wilde en la que el retrato servía como recordatorio de la
perversión moral de su modelo. Ocurre además que no nos parece este ni un
cuadro sarcástico, en la onda de Goya, ni panegírico, ni siquiera realista, a lo Velázquez para con la Royal Family, quedándose
a un medio camino de todo, minimalista y a la vez enfático, que nos lo hace
paradójicamente abstruso y difuso. Dice ahí también el Artista que “lo que más me
gusta del cuadro es su tono moral, ético; la limpieza y la nobleza que emanan
de él”.
¿Está seguro? ¿No nos parecen
estas, excepto la de la Reina Sofía –resplandeciente, que se lleva ella de calle el Cuadro- unas figuras adustas, severas hasta casi
ásperas? Don Juan Carlos
liofilizado, retraído y algo ausente, en punto de fuga aunque a la vez en el
centro, un centro desvaído y corinno,
casi en agujero negro diríamos. Doña
Cristina masacrada en el tren inferior y en la expresión boba, como si
padeciera infección de urdangarinitis
avant la lettre. Doña Elena, ceñuda
y vinagre, casi altanera y hasta los mismísimos marichalares de estar allí.
¿Y Don Felipe? Grandote,
distanciado, rígido como un estandarte, inexpresivo e irreal, sideral, bañado
en una palidez espectral, un Principito de opereta, casi.
Ya digo, es el Tiempo, que a todos, a Reyes y Artistas también,
nos trueca en sueño, sombra, polvo, nada… en nada de nada.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen, análisis y UN CAPÍTULO de la obra en estos enlaces)
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Gracias, Tamara. Chin chin
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