Ha muerto ahora, a los 83, Anita
Ekberg, vale, pero un día, mejor dicho, una noche, pues el latido
descarriado de la noche veraniega se acomoda mejor a la desmesura de lo
extraordinario, hizo temblar de deseo a Mastroianni, nos hizo por propagación sísmica y fílmica temblar a
todos los que mirábamos, y quizás sea eso lo que cuenta y perdura.
Irrumpía a un palmo suyo Anita Ekberg, como una diosa rubia y exótica de la carnalidad,
exuberante y voluptuosa en grado sumo, la consagración de un sueño libidinoso,
y Mastroianni literalmente se
estremecía como niño ante un flan riquísimo. Ekberg, veleidosa, embriagada, sensual, se le acercaba y se
alejaba, se le acercaba, le rozaba y se alejaba –suma estratega del dominio
libidinoso-, clausuraba con sus curvas magníficas la justicia social que
gritaba hasta entonces el neorrealismo, encelaba tras la estela de su cuerpo
glorioso al pobre Mastroianni.
De pronto, en medio de la extraviada
noche estival en el dédalo de la Ciudad Eterna –símbolo también del laberinto
del deseo que va él a febriles titubeos recorriendo tras ella, caprichosa y
dominante; para otro día dejamos, lector, la significación freudiana del gatito
y la leche en la escena- descubre Ekberg
la Fontana di Trevi y, en pura
respuesta sensorial ante la misma, al recinto de sus aguas silenciosas entre
jadeos acude a refrescarse. Como si incluso las piedras esculpidas se
contagiasen de deseo, empieza entonces el grupo escultórico a derramar agua en
catarata por todos sus resquicios. Ekberg,
bajo el rumor acariciante de las aguas removidas, paraje que adquiere ahora reminiscencias
de edén, o de paradisíaca isla, una diosa viva y lasciva entre los dioses y
faunos de piedra, arremangadas las ropas, abiertos y en aleteo los blancos
brazos hacia él, pronuncia ahora además su nombre propio, llamándolo: “Marcello,
ven”.
Y al reclamo rubio y carnal acude Mastroianni,
sonámbulo de deseo, sin pestañear, atravesado de temblor. Se resiste a tocarla,
como si temiera que al hacerlo, todo aquel embrujo fuera súbitamente a
deshacerse. “Silvia, ¿quién eres tú?”, le inquiere obnubilado respirándola.
Y cuando ella en precioso gesto lo unge con unas gotas de agua, en efecto, el
sueño se desvanece, se interrumpe: se detiene de golpe el arrullo de las aguas,
ha amanecido, incluso un madrugador repartidor –incriminación del neorrealismo-
ya les observa. Salen los dos de la Fontana
di Trevi un poco como debieron Adán
y Eva abandonar el Paraíso, quizás avergonzados ante ese trabajador, aunque
más diríamos que ha sido todo el despertar de la fascinación de un sueño goloso.
Le hizo temblar entonces Anita Ekberg
a Mastroianni, a todos los que
allí estábamos nos hizo también temblar. Muere ahora Anita Ekberg, a los 83, y de golpe nos parece la vita un poco menos dolce.
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
O dominamos nuestros instintos sexuales o ellos nos dominarán a nosotros: no hay otra. Y el que quiera que haga la prueba.
ResponderEliminarLa hipererotización de la sociedad es uno de sus grandes males.
En mi pueblo dicen "agua que no has de beber déjala correr" ¡ Cuanta tranquilidad para el espíritu si hicieramos caso a estos sencillos consejos.
Ah ! que somos ciudadanos de nuestro tiempo y por ello "heredamos" sus modos... ya ya... pues en el pecado anda la penitencia. misael
sensacional aporte, misael, casi coincidimos, muchas gracias
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