Francisco Javier Ortega tenía 28 años y era huérfano. Desde
niño –así lo refieren sus amigos del pueblo- soñaba con ser policía. Con tenaz
aplicación física y mental consiguió hacerse Policía Nacional. Desde hacía seis
años trabajaba en Madrid en labores de seguridad ciudadana. Cómo podría Javier imaginar que al día siguiente
del que encentaba el nuevo año –con la promesa implícita de un tiempo para la
felicidad estrenándose delante de uno aún- encontraría él, tan joven, con tanto
por hacer y por ser, quizás la más atroz de las muertes.
En esa mañana alumbrada por un
sol frío, junto a un compañero en la estación de Embajadores, procedía a la identificación
de un individuo cuyos anómalos procederes les despertaron sospecha. Yode
Alí Raba, de 28 años también, marfileño y de muy desalmados instintos comiéndole
dentro de sí, como bien prueban sus copiosos antecedentes, trufados de
violentísimos incidentes por él sin mínimo arrepentimiento perpetrados. Llegaba
en ese momento el tren a la estación.
El policía, el delincuente, el
tren, en el vértice gélido de la mañana inaugural y fatídica los tres en esa
estación de llegada. Entonces, en un ramalazo de vértigo y de odio fulgurantes,
hallándole tras esa criminal maniobra desprevenido, arrastró con rabia Yode del cuerpo a Javier contra el hueco de las vías, tirándolo de una vez bajo las
fauces metálicas del convoy que en ese mismo instante les encimaba, y que a
modo de bárbara cuchilla trituradora, entre chirridos de frenos y gritos de
terror de los presentes, espantosamente acabó allí con su vida, dejando grave
además la del agresor.
Se ha sabido luego que debía ser muy enconada la criminal obsesión del
marfileño por arrojar a las vías del tren a un agente, pues idéntico ataque en
el mismo sitio probó ya durante el pasado octubre con la persona de otro
policía. Allí, sobre los raíles destrozada, segada de cuajo, quedó este 2 de
enero la vida en ciernes de Javier
Ortega. Su abuelo, su hermana, su novia, sus primos y amigos sin consuelo
penan su pérdida. “Fuiste un amigo muy
bueno y una bella persona. Qué injusta es la vida”, le escriben en el
Facebook sus antiguos compañeros de clase (La Razón.es 6-1-15).
¡De haber sido al revés, policía-arroja-inmigrante-a-las-vías-del tren,
mamma mía, cómo de justicieras, turbulentas y proviolentas habrían bajado los
desagües de las redes sociales! ¡Cómo
y cuánto en ese caso nuestros mejores publicistas y cantautores hubieran
enseñoreado, plantando a la vez ellos tenderete y bancada de finos idealistas,
el nombre del interfecto en artículos, videos, poemas, blogs y canciones. Así
es la vida, Javier García, así es la
hegemonía ideológica. Muere asesinado un policía… y casi parece que va de suyo,
que para eso están, sí.
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Es terrible los tiempos en los que vivimos. Gran post hecho con mucho respeto.
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