domingo, 1 de marzo de 2015

Lo que va de Un tranvía llamado deseo a Grey

   



   Lo que va es el signo de los tiempos, o sea, la continua degradación cultural de la sociedad, la devaluada y sucia moneda que circula y circula bajo el Reinado de la Mugre. Es en apariencia lo mismo: el poderosísimo imán del sexo, la atracción sexual que una mujer experimenta hacia un hombre. Y sin embargo, casi son lo opuesto. Esa paulatina regresión, todo el negro agujero abierto por esa distancia, es la misma que va de la buena a la mala literatura, la que va de Tennessee Williams a… cómo se llama la exitosísima autora del Grey, la que va también de Elia Kazan a.... cómo se llama el que ha llevado las Sombras a la pantalla.
   
   Todo lo que en Williams era indagación narrativa, cultivo de la sugerencia y dominio de la alusión y de lo indirecto, complejización y riqueza compositiva de los personajes, es en lo de Grey explícito cachete, plano, lineal, burdo y chusco culete.  Es también la distancia que va entre aquellos Stanley Kowalski y Blanche DuBois, seres atormentados, complicados, presos de sus traumas pero también de sus ilusiones y sus sueños, humanos, demasiado humanos, a estos Ana Steele y Christian Grey, esquemáticos, simplones hasta decir basta, ramplones como solo ellos, facilones hasta hacerse plastas. Significativamente Grey le impone a su partenaire que no habrá entre ellos relación romántica, sólo sexual.
    
   Anótense además otras dos sorprendentes inversiones narrativas, acaso también signo de los tiempos que vivimos, que ambas obras exprimen: si el Kowalski desbordante de magnetismo sensual que en 1951 Brando representaba, era un obrero inmigrante y pobre, el enigmático y ambiguo Grey, objeto del prototípico deseo femenino actual, es un desenvuelto multimillonario al quien el conflicto social es del todo ajeno.  Y dos: si en la tragedia de Williams no dejaba el conflicto vital en juego de tortuosamente apuntar hacia una catarsis, es decir, hacia una liberación, por problemática que fuera, de la existencia y del deseo, lo abracadabrante con las hiperconsumidas sombras de Grey es que, en plena época de liberación vital de la mujer y de crímenes machistas a la vez, aparezcan reivindicadas –aceptadas por la protagonista- estrictas formas de dominación y sumisión sadomasoquistas, que ella, mujer, disfruta.  
   
   Es como si la mano invisible de la industria pseudocultural bajo la égida del Reinado de la Mugre hubiera encontrado un genuino filón de vil metal: la gruesa reivindicación entre un amplio estrato de las mujeres emancipadas, que reclamaran, a través de obras como la de Grey, su propio derecho, igual que los tíos, a su pedacito de pornografía… light, vale. El tranvía de Williams, ¡incluso el film!, a ojos de la mayoría parece hoy ya un peñazo insoportable.



Encontrarás en mi libro, LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS, humor y amor, alegrías y tristezas, encuentros y desencuentros, presente y pasado, trozos de vida al acecho, un cuarentón abandonado, discotecas dudosas, fatales mujeres, rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones, un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero enchufa triples como un descosido, lo que entre ellos tres sucede, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la fuerza del sol, la memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, una patata frita elevada hacia el Cielo como una hostia, un cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos, todo eso, como un baúl de la Piquer muy revuelto, como un arca de Noé para el diluvio sentimental del protagonista, de este Armando que está, en efecto desármandose y rearmándose al paso duro de los días, tras la estela todo de su particular sensibilidad... todo eso y más en mi libro hallarás.

     

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