Si el terrorífico affaire Lubitz -ciento cincuenta
víctimas de una tacada en ese fatídico vuelo de Lufthansa en las manos de un psicópata-, ese cúmulo de
descoordinaciones, desidias, inoperancias y negligencias sin tasa que como
mínimo ahí fatalmente relucen, se
hubiera producido en España, tan dados como somos aquí al más extremo sadomaso opinativo ciudadano, es decir,
tan inclinados como somos a fustigarnos colectivamente sin medida, tan propensos
a azotarnos con crueldad y furor de auténticos anormales a la mínima, habrían
sido de verse y oírse el calor y el color insoportables de las tremebundas
ceremonias a la page.
Acontece el terrible Desastre en el país modélico, en el país pluscuamperfecto,
ese en el que la organización, la infraestructura, los recursos, el desarrollo,
el I+D y el yo que se qué resultan arquetípicos y universalmente celebrados… y
bien poco colectivamente pasa. ¿Y no deberíamos acaso de todo ello, además de
señalar con el dedo que también en Alemania pillan
torrijas, alguna otra cosa de provecho?
(De Lubitsch a Lubitz, ser o no ser, tan cerca, tan lejos, todo lo que va del hombre genial al hombre criminal)
Me
preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado
contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”.
Decirle yo: “Va de las ilusiones”.
Pero al escritor sin Nombre ni Contactos, esos lujos le están vedados. Tuve entonces que pensarlo.
Mi libro cuenta la historia de un cuarentón
al que su mujer, que ha encontrado otro más alto, más fuerte y más guapo que
él, le señala la puerta de salida de casa. Descubre entonces de golpe su
minusvalía emocional: un paria en la tierra de los afectos. De cuanto le ocurre
después, cuando ha de salir al mundo, que le es ancho y ajeno, para superar su
zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese
aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la
propia escritura, y en los humorísticos y sentimentales encuentros y
desencuentros de la realidad, a trancas y barrancas, la brújula que le permita
hallar al cabo su lugar al sol, una
imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna
que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es
lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas buenas trata mi libro.
Se ve que los alemanes tienen cierto sentido común y saben que no se puede evitar que un piloto estrelle su avión si así lo desea.
ResponderEliminarLos aviones se construyen para que el piloto lo haga volar no para evitar que lo estrelle.
Bien es verdad que si encima permiten que uno se quede sólo en la cabina y se pueda encerrar se lo ponen más fácil pero si a la hora de despegar o aterrizar el piloto que va al mando en ese momento cierra gases, por ejemplo, chicharrina sin remedio. Su otro compañero en cabina de mando no tendría tiempo de reaccionar.
gracias bucan osez
ResponderEliminarNo lo dudes ni por un momento, José Antonio, Si ese avión llega a caer en suelo español, a estas horas Rajoy ya tendría su Prestige en forma de Germanwings, la izquierda estaría ocupando Sol de forma permanente con una violencia extrema, La Sexta y La Cuatro estarían echando humo con tertulias permanentes, las sedes del PP cercadas y la fractura social alcanzaría niveles guerracivilistas.
ResponderEliminarFrancia nos ha dado una lección de como se deben hacer las cosas y de como hay que separar la política de una desgracia, sea o no imprevisible, de la que -en este caso- ni los políticos ni los ciudadanos tienen la culpa.
Saludos.
-Euclides: muy de acuerdo contigo, buen amigo. Gracias por tu aportación ahora, y gracias por pedirme en su momento el libro y por la nota que me escribiste, recuerdos y un gran abrazo.
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