Como vemos, es que P Ig se
atreve con todo. Lo de calzarse el smoking
para acudir al Fiestorro elitista de
los Goya (ese descarado Sindicato Vertical del Cine que de las millonarias
corrupciones propias sobre los lomos del contribuyente a través de miles y
miles entradas falsas guarda una
mafiosa ley del silencio) adquiere,
lo quiera él o no, lo quieran sus seguidores o no, valor de símbolo: el que refleja su esencial falsedad, pues supone aceptar
y difundir los emblemas de las clases dominantes.
No, la gente no se viste así,
con esos horribles pingos, de sobra
lo sabe P Ig. (Qué habrán pensado al verle de esta guisa, los alegres camaradas aquellos de las mariconadas del teatro y la justicia proletaria). No se entiende bien
entonces por qué, cuando ha sido precisamente el vestirse como el común lo que
otorgó a sus demagogias leninistas credibilidad,
se pliega ahora P Ig a esa etiqueta
elitista, a esa divisa por antonomasia de las clases pudientes. ¡Les habría
proporcionado además a los Superprogres
forretis del Cine la dorada oportunidad para siempre ya de repartirse los
parabienes –y los bienes anejos a los mismos- en un humilde sarao y disfrazados de personas
normales, y no con ese uniforme de pingüinos ricachones que sólo remeda a los
patricios yanquis de Hollywood. ¿Por qué entonces replicar y proponer ahora los
estilemas favoritos de las clases
acaparadoras?
Contiene también el smoking de
P Ig algo de trágala hacia los suyos,
hacia esas masas insomnes que como al de Hamelin
lo siguen, de prepararles el estómago para lo que venga: si tras enfundarse el
smoking, símbolo por excelencia y marca por antonomasia de la Clase más cruel,
siguen creciendo sus votos, no hay duda, estamos ante un Gran Timonel.
Puede que a los que naturalmente repugne la imagen de mi Coletas-en-smoking recuerden también
las apocalípticas interrogaciones –que precisamente el smoking desvela como insinceras- sobre las que P Ig como la espuma de la ola que ahora: Oigan, con el Pastizal que costó el Fiestorro de los Goya, díganme, ¿a
cuántos niños hambrientos, a cuántos viejos agonizantes, a cuántos desesperados
suicidas habría podido salvarse?
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ResponderEliminarMagnífico post!!
Me encanta como escribe, como puedo comprar su libro?
ResponderEliminarSalvar? Donar el dinero del fiestorro para buenas obras? Anda ya! Con lo caro que cuesta quitar arrugas y lucir prendas, aparte de meter buenos euros en los bolsillos y sacarlos solo cuando no te entren más porque ya no valgas, y reclamar residencias para pasar sus últimos días porque no tienen donde caerse muertos la mayoría de ellos.
ResponderEliminarEl P.Ig un impresentable más entre los muchos impresentables asistentes al acto (que no vi) pero que seguro fueron muchos.
Saludos.
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