viernes, 5 de febrero de 2016

La Solución Final de El Jueves contra los votantes del PP

     


   No sé si, como a los de la Sexta, el Partido Popular en su aniversario les mandará también su más cumplida felicitación. Los de El Jueves ahora –en parte termómetro ambiental del humus odiador que entre los círculos de la izquierda radikal se respira- desde la portada bromean –sabemos desde Freud de sobra acerca de los chistes como expresión de lo reprimido, de manifestación de las verdaderas pulsiones- con la solución a la corrupción: TODOS LOS VOTANTES DEL PP, A LA CÁRCEL.
   Y gráficamente así les enchirona. Como si la corrupción fuese exclusiva práctica del PP. Como si, y este es el nuevo salto simbólico ahora aportado, el ser mero votante del PP le hiciese al ciudadano ipso facto reo de mazmorra… o de cheka, por aquello de la memoria histórica. Caracterizados en la viñeta sobre todo como viejos ricos y atrabiliarias damas con collares. El fiero carcelero dibujado además de qué manera lo justifica ante la excusa de uno de ellos –“yo no sabía que eran corruptos”-:
     -Hala, aquí os quedáis, por cómplices… Bueno, pues tú te quedas, pero por gilipollas
   Que no se diga, el rudo exabrupto que no falte, cumplamos con los ritos del Reinado de la Mugre. ¿Le queda alguna duda a alguien de que si la izquierda radical arribase a los mandos del Poder cualquier partido de derechas con opciones electorales sería ilegalizado? Es… el rayo de la Izquierda Ultra, que no cesa.

   

   No acabo de asimilar del todo en las entendederas esta zarabanda fantasmal del Internete. Tengo la sensación cada mañana de esparcir hacia no sé dónde ni siquiera agua, poco más que un puñado de polvo en el Viento, dust in the wind, eso. Como si perpetrara algo irreal, no del todo verdadero entonces.
   Amo los libros, su simple factura de producto real, tangible y acabado, indiscutible. Siempre me ha encantado tener entre las manos los libros que más he venerado, llevarlos conmigo, estrecharlos junto al pecho y gastarlos con el trajín de mis dedos, manosearlos, subrayarlos, pasar sus páginas, acariciarles el lomo, recorrer con las yemas su portada, aviejarlos conmigo. Creo apresar mejor así el propio alma de quien lo escribió, como si con el objeto libro se sustanciara la misma.
    Cualquiera  de esos libros escogidos pasa a ser así la propia extensión física de uno mismo, el mix y la unión que uno hace entre la persona del escritor admirado y la propia, esa simbiosis mágica entre lo que te da y lo que tú le pones a una obra, que se materializa en el roce con el libro, que conserva así el tacto y las huellas dactilares de quien lo lee, y lo vive, latentes entre sus hojas, y como tales los aprecia. “Tengo entre las manos…”, casi sin darnos cuenta decimos de un asunto que en verdad nos conmociona.
   Imposible en cambio abrazar la fría pantalla que soporta el internet. Pues la querencia por el libro es prueba también de la especial predilección que siente uno hacia el sentido del tacto, como si las cosas que más nos entusiasman, sí, nos pasaran primero a través de los ojos, claro, pero la prueba del nueve de la auténtica confirmación de su valía ha de pasar por el fielato del tacto y del contacto al acariciarlos, al acunarlos y hacerlos así un poco nuestros, cautivos  entre las amapolas de las manos.
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