viernes, 4 de marzo de 2016

Más allá del homo gañanis, el homo odiator (hater)

    


   Por la viscosa rampa cuesta abajo de la regresión cultural que la fusión de la Telebasura (relato hoy dominante) y la instantaneidad de las redes sociales procuran, más allá del homo gañanis, un nuevo y bilioso engendro asoma sus mefíticas fauces: el homo odiator, o hater, como repiten hoy los loritos anglófilos a la última.
    Al cabo el homo gañanis contentáse en el bajuno solaz que le proporciona autocontemplarse en la molicie de esa burricie en que consiste. Un paso más allá, un paso más abajo, el homo odiator  se complace en escupirle su esencial ponzoña a aquel que en el fondo admira. ¡No se ocuparía tanto en espetarle y esputarle su veneno de no ser así! Suele concentrar su verduzca descarga el homo odiator, que jamás por sí mismo construye nada, en tal o cual Famoso, en cuya mortificación cree ver el sentido de su existencia. ¡Qué decir ya -salvo anotar que estamos ya ante el culmen del patetismo- de ese homo odiator que como víctima de sus gargajos elige a alguien tan desconocido e insignificante como él, pero que al menos algo por sí mismo crea.
     El homo odiator consiste, claro, en su odio. Entre los desagües malolientes de las redes, sobrevive amancebado con su odio. Entre todos los posibles elige un avatar horripilante, de una convulsa fealdad extrema, como delatando en el lance aquel viejo adagio de que es la cara el espejo del alma, salvo que llamar alma a la vesícula purulenta que les anima no parece justo a esa hermosa palabra. Nunca a sus regüeldos le ponen su nombre, ni siquiera el de otra persona, cualquier nombre que pudiera responsabilizarse y hacer suyo y soportar sus detritus. Eligen para sí un alias,  horrendo también la mayoría de las veces, a juego con lo repugnante de su avatar, para que la fealdad en ellos mal se remate. Eligen por último a su víctima… ¡y a odiar! A secretar una y otra vez sobre ellos, como los virus malignos, el elixir del odio que les reconcome.
      ¿Tratar de dialogar con ellos? Imposible. No atienden a razones, por supuesto, pues les atraviesa a ellos de punta a punta, no una locura inofensiva y näif, no, sino la misma locura del odio. ¿Ofrecerles unas palabras? Absurdo. Las utilizarían sólo, en una fotosíntesis funesta, para alimentar el torvo odio que les mantiene reptiles. Casi consigue el homo odiator que el homo gañanis nos caiga bien, no te digo más.



 Aquí, si lo pulsas, el video con Alfredo Urdaci valorando en su Telediario mi obra: “Son las historias de Armando, un cuarentón al que le ponen la maleta en la puerta de casa y tiene que recorrer de nuevo el camino de lo sentimental. Descubre que es un minusválido del sentimiento, un hombre al que todo le sale mal, un paria del afecto, un hombre patético al que todo le sale al revés. En lo que le pasa hay también una gran carga de ironía y de crítica hacia el mercado de los sentimientos, hasta el punto que uno acaba sintiendo una piedad desternillante por este antihéroe que tiene en estos relatos una voz auténtica. Se van a reír hasta llorar con este libro, llorar de piedad por este hombre perdido, este bobo con ínfulas”.
   
   "Disfruté mucho con las Historias. Sigue escribiendo", me dijo Urdaci también.
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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON INFULAS
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