Tras el botafumeiro a lo Tolkien que
sobre la crisma le derramó el Follonero (ver post 20-4-2016), Otegui,
ese hombre, llega ahora ¡al Parlamento Europeo! de la manita, que es también
asomo de patita, de esa copia en degradée
de Lenin que es Iglesias, cual gran admirador confeso
que del ex -etarra fue y es. Ahí es nada, monada, la nauseabunda estampa: uno
de los teóricos de la criminal socialización
del sufrimiento y uno de los fanáticos impulsores de la Política del Odio, calcada de la praxis
filoetarra, icónicamente hermanados ante Europa. Ha discurseado allí Otegui, ¡en 2016!, con la cínica
impostura de que es sobradamente capaz, sobre
los refugiados y presos políticos
vascos. “No vamos a perder la sonrisa”, remató delante de todos.
¿No les suena, clavadita de P Ig, la
vomitiva alusión a la sonrisa? ¿Y de
qué se ríen tanto este par de amenazantes totalitarios?
Es, naturalmente, una gran vergüenza para España –también para la Izquierda de aquí, ese atronador silencio
socialista- la soirée de Otegui, la chispa de sus ojillos de
rata titilando en la Eurocámara, convidado por el Coleta Morada de los ayatolláhs. Dos machos alfa, yes, de la
ultraizquierdista alfalfa. Vergonzoso silencio popular también. Y sólo y solas enfrente de ellos, como si la propia
realidad se empeñara en resultar ultrademagógica, dos mujeres, menudas, frágiles de apariencia, rotas por dentro de
dolor y ausencia por sus deudos asesinados por el furor etarra, emblemas vivos
y guardianas ellas de la dignidad y del coraje cívicos inquebrantables. ¿Cómo
acaso van a poder compararse ese par Grandes Políticos Triunfantes, en volandas
de sus respectivos Pueblos, con esas
dos sencillas y mínimas mujeres, que sólo la palabra y su memoria empuñan,
ninguneada y olvidada su Causa, y a
quienes sólo el desdén, el fracaso y un hueco irrellenable espera?
Aquí arriba, si lo pinchas, el vídeo con Alfredo Urdaci valorando en su Telediario mi ópera prima: “Son las historias de Armando, un cuarentón al que le ponen la maleta en la puerta de casa y tiene que recorrer de nuevo el camino de lo sentimental. Descubre que es un minusválido del sentimiento, un hombre al que todo le sale mal, un paria del afecto, un hombre patético al que todo le sale al revés. En lo que le pasa hay también una gran carga de ironía y de crítica hacia el mercado de los sentimientos, hasta el punto que uno acaba sintiendo una piedad desternillante por este antihéroe que tiene en estos relatos una voz auténtica. Se van a reír hasta llorar con este libro, llorar de piedad por este hombre perdido, este bobo con ínfulas”. "Disfruté mucho con las Historias. Sigue escribiendo", me dijo Urdaci también.
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No puedo verlo. No puedo. Lo peor...lo silencios y las complicidades.
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