Inteligencia, Matemática, Muerte

   

   Tenía sólo 40 años. Nació en Teherán. Desde pequeña descollaba en ella sobremanera la intrépida luz de su inteligencia para el álgebra. Siendo niña ganaba ya Olimpiadas Internacionales de Matemáticas. Se licenció en Ciencias Matemáticas en Irán. ¿Calibramos bien su mérito? En fin, se doctoró en Harvard en 2004, era Catedrática de Matemática en Stanford, obtuvo la Medalla Fields, una suerte de Nobel de las Matemáticas entre la comunidad científica. Le fascinaba y estudiaba sin descanso, para mejor comprenderla, la simetría de las superficies curvas. Observaba, por ejemplo, una rosquilla, una naranja. Buscaba, como los poetas –“Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas”, decía Juan Ramón Jiménez- sólo que por otro camino, desarrollar sobre teoremas algebraicos las equivalencias que esas formas comparten.  Tratar así de mejor conocer las continuidades y discontinuidades de los espacios, pelear por extender los límites de la Física Teórica. “La belleza de las Matemáticas sólo se muestra a los seguidores más pacientes", acostumbraba a decir. Dicen de ella ahora los medios que “era persona muy dulce y frágil”, fragilidad y dulzura que, acaso al hilo de su prematura muerte, creemos encontrar más que corroboradas en el hermoso espejo de su rostro. El cáncer, esa cruel asimetría, ha acabado con su vida. Su marido, el científico checo Jon Vondrak, y su niña, Anahita, de nueve años, a buen seguro la lloran.  Ojalá el  extraordinario ejemplo de Maryam Mirzakhani halle eco y prolongación, elipse y esfera infinitas, en su hija, en otras personas.  Ojalá no se extinga del todo nunca la luz de esa arrebatadora inteligencia sobre naranjas y rosquillas, sobre la vida y el mundo.

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