Colau, que reparte relaxing cups of manzanilla, ahora

    

   Distinguíamos ayer los discurso-manzanilla, sedantes, apaciguantes, cuajados de líricas resignaciones (minutos de silencio, ositos, lacitos, gatitos), que hablan del atentado brutal como de un terremoto a superar, de los discurso-espuela, imperantes, exhortantes, atravesados de épicas llamadas a la indignación, que incitan abiertamente a la urgente movilización contra los nítidos “criminales” en cuestión. 

     Nos viene a este respecto Ada Colau que niquelada. En efecto, quién la ha visto y oído, quien la ve y oye. De la Ada iracunda y flamígera a esta Ada empalidecida y dolientemente resignada de hogaño. Diríase que reparte esta Ada de ahora relaxing cups of manzanilla.  (Mientras que los de las CUP espetan odio puro en vena, que es lo suyo) Esa es la estricta realidad: que Ada Colau empleó un lenguaje virulento y fanático, azuzando a las masas por cosas objetivamente mucho menores que la cruel y ciega matanza de gente desprevenida de ahora. Dice que “poner bolardos significaría que los terroristas han conseguido sus propósitos” y quédase Ada tan ancha. Un movimiento cívico pujante, sólo la mitad del que ella y los suyos levantaron, conseguiría que la sombra ominosa de los bolardos desdeñados la persiguiera para siempre.

   Los discursos-manzanilla cuelan, es decir, permean el consciente y el inconsciente de la ciudadanía que sigue la información de refilón, repitámoslo, porque los líderes liberal-conservadores desprecian la importancia de las palabras y de la comunicación, de la hegemonía simbólico-ideológica.

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