domingo, 3 de septiembre de 2017

Historia entre la Dama de Elche y una hormiguita

     


   Yo creo que es que la hormiguita andaba enamoriscada de la Dama de Elche. Que, antes de jugársela y traspasar como fuera el muro de cristal blindado, anduvo días y días encaramada a la urna durante las horas de mínimas visitas al Museo, para así pasar inadvertida, admirándola tiempo y tiempo desde todas las perspectivas posibles. Qué tiene una hormiguita sino paciencia. Que se abismaba ante la bellísima seriedad de la Dama, tan pluscuamperfecta y engalanada como solitaria y grave. Hasta que ya no pudo resistirse más al misterio de su embrujo y quiso la hormiguita, natural, disfrutar de la cercanía de su Dama. Hacer aristotélico su amor platónico. ¿No iba a encontrar una hormiguita el ojo de una aguja por el que asaltar ese cielo? Por los bajos, le entró por los bajos, lógico. Y creo también que es muy posible que la Dama de Elche, que ya, sin que ningún humano pudiera allí darse cuenta, tenía de vista –en meteóricas ojeadas- “fichada” a la perseverante y leal admiradora, al  ver ahora cosita tan inofensiva lentamente acercársele, y romper así su separación radical con el mundo y con la vida, por dentro se conmovió. Sólo que hubo de mantener la faz del todo imperturbable, claro. ¡Allá que se le trepó encima la desatada hormiguita! Hmmm, se regocijó ésta, poder recorrerle con mis manos y mis piececitos el cuerpo a la Dama, transitarle sin prisa alguna primero el manto y la túnica sobre el pecho, trasvasar los círculos concéntricos de medallones y camafeos hasta ganar el paraíso de su piel, ooooh, Dios mío, estirándose la hormiguita para mirar hacia arriba, hacia lo alto, la armonía geométrica de ese rostro majestuoso, la portentosa gracia en boca, nariz y ojos, tan proporcionados como hermosos, la virguería de su tocado, mi Dama, en contacto con ella yo ahora, ah, nívea donosura de su cuello que ahora palpo y reconozco… Y la Dama de Elche entonces, oh prodigio, ante la cosquilla inverosímil se soliviantó y el color mismo de la grana es que se le subió de golpe por todo el rostro, y suspiró, y luego sus perfilados labios incluso articularon estos vocablos “es que no soy de piedra, hormiguita”, y esta, entonces extasiada le dijo, “es que tampoco yo soy una hormiga, bésame en la coronilla, Dama, y asomará el escritor sin Nombre que en realidad soy”, y eso hizo, y del Museo Arqueológico Ella y yo de las manos enlazados nos largamos, una vez, eso sí, dejadas las oportunas reproducciones nuestras, tan radiantes.    

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