La de Podemos tuvo que ser: todo lo que simboliza, todo lo que significa

     

   En literatura, en política, en la vida, los detalles –lo sabemos bien- lo son todo. Hacen verosímil el relato, desnudan la hojarasca de la verborrea, en tanto que símbolos condensan a veces la profunda realidad, la total verdad de personas y cosas. Así la otra noche, para siempre inmortalizado ante la Historia, el detalle de la diputada de Podemos tras el abandono de los constitucionalistas ante el pucherazo separatista en el Parlament. Habían dejado los del PP sobre los escaños las banderas españolas y catalanas pareadas. ¿Por qué los constitucionalistas, como en la noche electoral los de Ciudadanos, no clamaron y esgrimieron carteles con aquellos vibrantes YO-SOY-ESPAÑOL y LIBERTAD-LIBERTAD-LIBERTAD? Allí las banderas, en todo caso. Pues, de repente, sin ser mandada más que por su hondo deseo que se sepa, allá que se plantó la diputada podemita, presta a arrebujar y retirar… sólo la bandera que a todos los españoles une, en la que la inmensa mayoría se reconoce cómplice.

      Una escena atiborrada de “verdad” simbólica, por más que la señal oficial del acto la CENSURARA: anótese el choteo descacharrado de los filoterroristas de las CUP, a quienes acabó entregándoselas, la sonrisa cómplice y aprobatoria de respetables y burgueses testigos, la sintomática presteza con que se aprestan muchos a reproducir en móviles la imagen, como cuando presenciamos algo que nos interesa y que intuimos relevante, la nula reprobación que la espontánea a ese inolvidable desprecio encuentra. La Forcadell, deidad totalitaria,  fizo desde sus alturas como que la reconvenía, pero la bandera española no se repuso. Quizás le dedique pronto Lluis Llach uno de sus temazos. Estaba la diputada podemita, claro, retirando a España de Cataluña. Estaba la diputada podemita retratando para la Historia a Podemos como lo que son: los mamporreros de los Separatistas Ricos.  

   (P Ig le pide con la boca pequeña que pida perdón, no solicita su expulsión del partido, la del sí-que-es-pot se niega, y es así mucho más coherente que el Jefe Sumo Podemita, siempre dispuesto a ir del bracete, también en el País Vasco, de las burguesías nacionalistas). 

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