Increíble Cabaret en Brazatortas, lee, lee, please

   

   En este pueblo de Ciudad Real en fiestas se ha suspendido en el último momento, con todas las entradas ya vendidas, la gala de Isabel Pantoja. Llaman de urgencia, para suplirla, a una compañía teatral… neófita. La forman un elenco de genuinos fracasatis, de muy distinta edad y condición, muy entusiastas todos de la cultura y de la escena, eso es verdad. (Hablo de “Cabaret en Brazatortas”, uno de mis Veinte relatos de amor y una poesía inesperada, que aquí te estoy presentando). Va a empezar la función. El teatro, expectante, molesto por el retraso, está a reventar de pueblo y de autoridades. Les tiemblan a los cómicos, a unos más que a otros, claro, las piernas. Tragan saliva. El maestro de ceremonias les conmina a salir ya. Desplegarán sobre el escenario cada uno de ellos sus muy sorprendentes artes. A favor y en contra del pronóstico, habrá allí de todo: abucheos y ovaciones, tomatazos y abrazos, rechifla y conmoción. Y un hilo conductor en las asombrosas actuaciones de todos: el sentimiento amoroso y las pasiones universales de hombres y mujeres, en alguna de sus facetas aquí cantadas, expresadas y representadas, con un mágico final.  Y eso, que te dejo un fragmento del mismo, por si resulta de tu agrado y te animas a solicitarme el mío Libro. Va.

   “… Sucedió que el alcalde enrojeció de ira y entre aspavientos ordenó detener la función, orden perfectamente inútil porque una catarata de tomates y pepinos, huevos y cebollas, inundaba ya las tablas. Uno de los tomates fue a estrellarse contra la frente del Bufón y aquello era ya un cafarnaúm de silbidos y pataleos, todos le increpaban, todos excepto una joven con gafitas y aires soñadores en la primera fila, que le espetó, “aay, si tuvieras sólo un poco de sal, sería para comerte, qué guapo estás así”, y el Bufón pudo guarecerse al fin tras el telón, y con los churretes del tomatazo resbalándole por las mejillas, se cruzó con los ojos desorbitados de Justo, “tío, una chavala guapísima me ha dicho, guapo, increíble, siempre nos quedará Brazatortas”. Sólo la presencia escénica de Guillermo, su indudable dominio de las tablas, consiguió amainar el mayúsculo alboroto. Recogió varios de aquellos productos hortofrutícolas, “gracias, gracias, hoy al menos cenaremos… ensalada, sí, la-que-comen-los-señores-naranjitas-y-limones-achupé- achupé... Pero entonces…”.  

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