martes, 13 de febrero de 2018

Desmintiendo a Julio

    


   Bueno, a Yulio, y a tutti quanti presumen de haberse acostado con no sé cuántas miles de mujeres, o de hombres, trataríamos de convencerles, acaso en vano, de la primacía también en este negociado de lo cualitativo sobre lo cuantitativo. Es posible que habiendo estado enamorado sólo una vez en el bolero de la vida, más aún, que habiendo hecho el amor solamente en una ocasión a lo largo de toda una existencia, a condición de que en la misma la intensidad del sentir haya involucrado la radicalidad plena del ser, se haya experimentado, disfrutado y conocido más y mejor el sentimiento amoroso que en una abundantísima promiscuidad superficial de la que nada queda. De ahí la apócrifa anécdota de aquella pareja de la “gauche divine” barcelonesa que, a la vuelta de los tiempos convulsos, decíanse perplejos la otra al uno y el uno a la otra: “oye, tú y yo… ¿llegamos a acostarnos?”.    


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Porque a mi parecer un libro intimista, no tanto porque nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con desnudez hablarnos al oído de los paisajes esenciales del alma atormentada de quien lo escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me trajo.  Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano.

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