miércoles, 14 de marzo de 2018

Matar a un ruiseñor, matar a un pescadito





   
  En su maravillosa “Sin perdón”, sobrecogidos, le escuchábamos susurrar al pistolero arrepentido que hacía allí Eastwood que “matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría tener”.  Qué ha de ser entonces matar a un niño, violar y matar a una niña. Nos atreveríamos a corregir al cineasta: “Matar a un niño es algo atroz, le arrebatas todo lo que es… y le arrancas también todo lo que podría ser”. Atticus Finch enseña a sus hijos que nunca olviden que “matar a un ruiseñor es un pecado”. Confusa, su hija le pregunta a su vecina, la señorita Maudie, por qué eso: “Los ruiseñores no causan mal a ningún otro ser viviente, sólo hacen una cosa y es cantar con todo su corazón para nuestro deleite”. Es, pues,  matar al símbolo por antonomasia de la pureza y de la indefensión.  Y sí, en la mítica “Capitanes intrépidos” (1937), de Victor Fleming, que alteró para bien –creo- la novela de Kipling, el inolvidable Manuel, aquel humilde pescador portugués que tan bien encarnó Spencer Tracy, no dejaba de decirle y cantarle así, pescadito, al niño a quien el azar y la aventura puso en sus manos y para quien desplegó todo el precioso amor paternal que ese niño pedía a gritos. Con él también nosotros -aunque el arte nada consuela, acaso más aún desconsuela- muy bajito a Gabriel le cantamos hoy: “ay, mi pescadito deja de llorar, ¡ay! mi pescadito no llores ya más”. Ojalá en alguna otra parte todos los niños asesinados puedan ser todo lo que alguien de raíz les truncó aquí. 


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2 comentarios:

  1. Permíteme escritor que deje aquí este pedacito de la pena que tengo.

    A Gabriel Cruz.

    ¡Ay, pescaíto!
    ¡Qué callada está la mar!

    No suenan las caracolas,
    no canta el rorcual.
    Mudos están los delfines,
    el viento ha olvidado silbar.

    No bailan las olas,
    han perdido el compás.
    No hay rumor en la playa,
    la marea...ni viene ni va.

    ¿Dónde duerme el pescaíto?
    Allá entre el coral está.
    Una camita de algas,
    el sueño le traerá.

    Y lloran la beluga
    y el caballito de mar.
    Ni sol ni luna quieren,
    sólo abrazar al zagal.

    ¡Ay, pescaíto!
    ¡Qué callada está la mar!

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  2. No suenan las caracolas... la marea ni viene ni va... ¡Preciosísimo, E! Gracias, amiga, por, una vez más, hacer más grande y mejor este blog.

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