En su maravillosa “Sin perdón”, sobrecogidos, le escuchábamos susurrar al pistolero arrepentido que hacía allí Eastwood
que “matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene, y todo lo
que podría tener”. Qué ha de ser
entonces matar a un niño, violar y matar a una niña. Nos atreveríamos a
corregir al cineasta: “Matar a un niño es algo atroz, le arrebatas todo lo que
es… y le arrancas también todo lo que podría ser”. Atticus Finch enseña a sus hijos que nunca olviden que “matar a un ruiseñor es un pecado”.
Confusa, su hija le pregunta a su vecina, la señorita Maudie, por qué eso: “Los
ruiseñores no causan mal a ningún otro ser viviente, sólo hacen una cosa y es
cantar con todo su corazón para nuestro deleite”. Es, pues, matar al símbolo por antonomasia de la pureza
y de la indefensión. Y sí, en la mítica “Capitanes intrépidos” (1937),
de Victor Fleming, que alteró para
bien –creo- la novela de Kipling, el
inolvidable Manuel, aquel humilde
pescador portugués que tan bien encarnó Spencer
Tracy, no dejaba de decirle y cantarle así, pescadito, al niño a
quien el azar y la aventura puso en sus manos y para quien desplegó todo el
precioso amor paternal que ese niño pedía a gritos. Con él también nosotros -aunque
el arte nada consuela, acaso más aún desconsuela- muy bajito a Gabriel le cantamos hoy: “ay, mi pescadito deja de llorar, ¡ay! mi
pescadito no llores ya más”. Ojalá en alguna otra parte todos los niños
asesinados puedan ser todo lo que alguien de raíz les truncó aquí.
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Permíteme escritor que deje aquí este pedacito de la pena que tengo.
ResponderEliminarA Gabriel Cruz.
¡Ay, pescaíto!
¡Qué callada está la mar!
No suenan las caracolas,
no canta el rorcual.
Mudos están los delfines,
el viento ha olvidado silbar.
No bailan las olas,
han perdido el compás.
No hay rumor en la playa,
la marea...ni viene ni va.
¿Dónde duerme el pescaíto?
Allá entre el coral está.
Una camita de algas,
el sueño le traerá.
Y lloran la beluga
y el caballito de mar.
Ni sol ni luna quieren,
sólo abrazar al zagal.
¡Ay, pescaíto!
¡Qué callada está la mar!
No suenan las caracolas... la marea ni viene ni va... ¡Preciosísimo, E! Gracias, amiga, por, una vez más, hacer más grande y mejor este blog.
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