lunes, 11 de junio de 2018

Nadal XI, EXCEPCIONAL, como Roy Batty


   



   Habíamos visto, con Nadal, cosas que no creíamos. Atacar drives sobre el genio de Jokovich. Brillar en el firmamento más allá de la Puerta de Federer.  Lo de ayer en la Ciudad de la Luz fue más increíble aún. El partidazo lo había hecho antes contra Del Potro. Dominaba en la Final al joven Thiem a base de concentración y experiencia sobre todo. Puede que fueran los cielos ayer plomizos, la ausencia del Sol. Acaso Nadal, Rey Sol del Deporte, como el mismo agua necesita el Sol. De él extrae la indomable energía que le catapulta a lo más alto… aún a los 32. Se había llevado los dos primeros capítulos. Sacaba con 3-2 y 30-0 a su favor en el tercero… y de pronto, alarma, sobresalto, maldición, sale disparado hacia el banco, verbalizando el repentino mal que le asalta… Tengo acalambrado el dedo… No me obedece. El Héroe en apuros. Ay, puede perderlo todo cuando lo tiene al alcance de la mano. La mano. Su rictus de angustia que nos pone a todos una pelota en la garganta. Se tuerce y retuerce con violencia Nadal para todos lados el dedo corazón, que parece un palo, que parece durmiente y casi yerto. Como al excepcional y humanísimo androide de Blade Runner, Roy Batty, también a él se le contrae de dolor la mano entera, la misma que le recuerda el inexorable golpe del Tiempo. Roy ansía, contra Todo, vivir más. Nadal quiere aún ganar. Llega el fisio y allí en vano le trata. Nada que hacer. El dedo corazón está muerto, la mano se la nota rara. Con la otra, revuelve ansioso Nadal el bolso, buscando providencial solución. Parece capaz, como Roy, de allí mismo hincarse un clavo en la palma, si así por un momento recobra vida. Nada. El mal no se le pasa. La inquietud se torna drama, el infortunio maldito delante de nuestros ojos. El Héroe detenido, dolorido, derribado. Sobrecogidos, en vilo, como presos en una torturante pesadilla, miles y miles de fieles suyos, que sin conocerle en persona tanto le queremos, no damos crédito a lo que está pasando. Oh, Vida, no eres justa, Hija de la Grandísima. Como puede el Héroe titánico prosigue la lucha. Su habitual rostro bronceado –criatura hecha al torno del sol y del sudor- ha palidecido de pronto como la nieve. Herido, exánime, desfalleciente, no siente bien la mano con la que empuña la espada, la mano con la que doblega dragones. A durísimas penas consigue el 5-2. Es como si el joven Thiem comprendiera que no debe ni puede ganar así al Rey Nadal. Se lleva Nadal la Undécima. Cuando sube a lo más alto y eleva hacia los cielos la Copa, cuando la envuelve como a un bebé entre sus brazos, cuando la muchedumbre rendida le ovaciona sin parar, en ese momento justo las nubes se apartan y el Rey Sol guiña un ojo y lanza un rayo a la vez a su criatura predilecta. Nadal, del todo removido por intensísimos sentimientos encontrados que le explotan, rompe entonces en llanto. Y con él, miles y miles de fieles suyos que tanto sin conocerle lo queremos, una vez más, pero esta de muy especial manera, a pesar de distancias y de pantallas, a su lado lloramos con él. Que esas lágrimas jamás se pierdan bajo la lluvia del olvido. Gracias por tanto, O´Rey Nadal.

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