sábado, 22 de diciembre de 2018

Variación mía sobre la Lotería




  Puesto que deseamos todos que los Premios estén muy bien repartidos… ¿no habría que OBLIGAR por ley, al modo de los impuestos, a jugar más a los más Ricos, y por ley obligar también a que los premios recayeran sólo, y por orden de estricta necesidad material, entre los pobres? Muchos, muchísimos pequeños premios –nada de Gordos, nada de que Nadie sobresalga sobre nadie- y directamente, sin oneroso aparataje burocrático, a las manos de los más necesitados, que de un plumazo vieran solventados tantos dramas cotidianos. Acaso los modernos Estados del Bienestar, que con tanto afán pregonan buscar la más equitativa redistribución de ingresos para los ciudadanos deberían, si fueran coherentes, no sólo proscribir las loterías, sino perseguirlas, por ser tan contrarias a los fines que dicen buscar. Es curioso que, atreviéndose con todo, ni los más iconoclastas borrokas del Reino hayan ni mentado el acabar con la Lotería, notable instrumento creaCasta.

 El fortísimo arraigo emocional que la lotería mantiene entre la gente –además de en los inmensos recuerdos asociados a una práctica reiterada en el Tiempo por casi todos que emociones tan básicas remueve- radica a mi juicio en el sencillo paralelismo que guarda con la VIDA misma, tan azarosa y contingente, tan expuesta a mil y una circunstancias o avatares, a veces también súbitos y fuera de todo cálculo racional, que complican o facilitan de forma extraordinaria, -y en la lotería el meollo es que el mazazo ese puede ser sólo superbenéfico, en principio- la existencia de hombres y mujeres. Parecería así que las personas hubiesen acordado establecer un artificio para imitar con el azar de un sorteo lo que los escritores de los folletones decimonónicos llamarían… los vuelcos maravillosos de la existencia… para unos pocos.
 El magnetismo atávico que la Lotería año tras año atesora estriba sobre todo en recrear en nuestro interior la simple suposición, el paladear la dulcísima textura de una sencilla PROMESA: por qué no habríamos de ser nosotros esta vez –a pesar de las infinitesimales probabilidades de que ello acontezca- los elegidos de los dioses. Es en el fondo un sueño, que está de una forma o de otra, inscrito en la propia naturaleza imaginativa de los hombres que les faculta para ir más allá de su ordinaria vivencia.


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