Tendemos a representarnos el amor
como una maravillosa enajenación mental transitoria. Es mucho más que eso, por
supuesto. Es una forma de ser y de estar en el mundo ante la Persona escogida. Por
eso cuando la persona amada, la que entre todas de todas elegimos como nuestra,
tras aceptarnos, nos rechaza, nos duele el alma y nos querríamos morir. Somos
ese dolor. Consistimos en ese dolor. Somos una persona a ese dolor pegados. Derribados
por el hachazo en el centro mismo del ser, que es el manar de ese sentir, maltrechos
los sueños, insomnes, inconsolables, a tumbos, nos muerde por todos lados el
clamoroso vacío que abre esa ausencia. Qué triste nos parecen entonces la vida
y el mundo, que penosa y sin sentido toda esta infinita confabulación de astros
aciagos. Qué amargo hasta el respirar. Entonces sí que somos de verdad almas en
pena, que lleváramos el corazón colgante y fuera del cuerpo, a trompicones
arrastrado por los suelos, una y otra vez contra las piedras de punta
malhiriéndose. Bon jour, tristesse.
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