lunes, 4 de febrero de 2019

Una rubia bien guapa, su hipoteca y yo en el Antro





    Huyendo del frío (del frío que por todas partes te mete el desamor) … al Antro yo me entré. Tiempo de rebajas, ya lo sé. Hallé una rubia bajita que estaba muy bien. Tenía los ojos verdes, de un verde esmeralda tan… esmerado que resultaba avasallador. El resto de ella, para me… too, la verdad. Aunque andaba el muá taciturno,  se detuvo ella a hablar conmigo, que valgo bien poco. ¿Por qué? Luego lo sabría. Sonaba una canción de Sabina, una de esas de canalla simpático que tan redondas le salen. ¿Qué talll?  He tenido años mejores, le dije. Se rio. Se arremolinó el pelo frente a mí. ¿Por qué? Luego lo sabría. Que si no me acordaba yo de ella. Pues… no. Sí, hombre, que una noche habíamos hablado los dos mucho rato, ¿no te acuerdas? Ah, sí, que una vez habíamos cruzado cuatro chorradas en medio de esta carnavalada estulta, recordé, pero no se lo dije, claro. Que le había dicho yo que era escritor, y que eso la había impresionado mucho. Ah, sí, que había intentado yo en un minuto, entre el electrónico ruido infernal, hablarle de mi libro, a ver si había suerte y me lo pedía, recordé, pero no se lo dije tampoco. Asentí con la chola. El caso es que me rozó las manos con las suyas y sus pechos contra los míos. La zona de su vestido turquesa con mi camisa fucsia a la altura de los respectivos pechos, quiero decir. No te creas, acusé el par de alfilerazos contra mi pálido esternón. Yo creo que se me puso piel de gallina, porque la rubia bien guapa volvió a reírse. Y bueno, me soltó allí –no daba crédito muá- una parrafada impresionante. Que si lo que ella valoraba más de un hombre, más allá del físico y de un ratito, eran la lealtad y la sinceridad, y que se había acordado muchas veces de mí, del escritor tan serio y blablablá. Y se me arrimó más. Y Sabina, no sé por qué, pues habría pasado media hora, seguía por altavoces soltando sus picardías donjuanescas, como si fuera un Especial de Nochevieja, algo así. Entonces aquella rubia bien guapa me enfocó desde muy cerca con las esmeraldas chisporroteantes de sus ojos, y me sentí como búho alcanzado por linterna brutal en medio de la noche… y por derecho me confesó allí, en ese mismo momento, como lo oyes, Joaquín, que es que… atravesaba ella ahora una difícil situación económica y que, en fin, si le ayudaba con la letra de la hipoteca… pues que podría tener su cuerpo serrano a mi disposición cuanto yo quisiera. Glups, por instinto cobarde di un paso atrás. Y qué cuerpo, oh my God.  No daba yo crédito, ya te digo, pero todo era dolorosamente real. Y yo le dije… No... eres muy amable, y gracias por la oferta, pero no, paso, aunque seguro que a alguno de por aquí le interesa, suerte, maja. Entre confusa y contrariada, casi sin dejarme terminar, hacia el fondo del Antro la rubia se fue, se fue. Creo que me largó algún improperio, además. Le di un chupito al gin-tonic, que me supo a cuerno chamuscado, y me las piré del Antro. Sabina seguía con su matraca… eso sí que no, no, no, no, no, no, no, ya está marchita, la margarita, que en el pasado he deshojado yo, oh, oh…


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