Hacen ahora cinco años desde que murió Arthur Hiller, el cineasta creador de Love Story. ¿Se haría en esta época tarantina, vale decir, de morbosa adoración del psicópata, una peli así? ¿Tendría semejante acogida social? Y despeñados ya por la rampa manriqueña… ¿no diríamos que incluso los pest sellers de entonces –el film es de 1970, basado en un gran éxito de Erich Segal- tenían, pese a los ingredientes folletinescos de rigor, al menos un mayor poso literario que los de hogaño?
Una película alrededor del inmemorial asunto del AMOR, de su dificultad y de su belleza, de su drama y de su valor, además orientada hacia un público adulto, sin carnaza erótico-pornográfica que vomitar, que indaga sobre la nobleza del más elevado sentimiento… ¿se haría hoy? Sólo ya el título. Quién se atrevería hoy a titular simplemente así, LOVE STORY, Historia de amor.
Pero además, qué argumento: un joven ricachón con complejo de inferioridad, cuya existencia cobra un alborozado vuelco al conocer… ¡a una estudiante pobre! Que han de enfrentarse juntos a la tajante oposición clasista de la familia del chico… y que deciden por lo mismo… ¡casarse!, es decir, simbólicamente darse y entregarse para siempre el uno al otro sus vidas. Que han de renunciar por ello a una vida acomodada y atravesar juntos severas penurias económicas… ¿Harían una peli así ahora, cuando el más calculado y vil INTERÉS, los recórds orgasmáticos y el más descarnado CINISMO priman sobre todo?
Lo dudo, lo dudo… y lo que sigue que el bolero dixit. ¡Incluso por comparación los recursos lacrimógenos del folletón nos resultan hoy espiritual canela pura al lado de los tópicos mugrientos tan habituales que nos pasan ya inadvertidos: frikies, drogas, morbo, violencia extrema, en fin, la triple ese de cada día ubicua en la mayoría de las obras: sangre, sudor y semen. Todos mis respetos, señor Hiller.
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