Si en los propios cines recortan y agrandan como principal reclamo las críticas de los pretendidos medios serios, qué pensar si no. Observa que apenas se leen ya, de parte de comentaristas prestigiosos, críticas negativas. El sindicato de múltiples intereses compartidos, en estos tiempos bárbaros y totalitarios, se ha interconectado y cerrado más que nunca… en detrimento del pagano consumidor, al que se estafa. Lo habitual es la sobredosis de elogios desmesurados, que son todo ya Obras Maestras a diario. Vas luego, tras pagar, a verlas y… uff, qué ful, qué tatin de Putín. Así también, “Licorice pizza”, del muy loado Paul Thomas Anderson. Qué celestiales cosas no proclaman los Grandes Críticos sobre ella, vamos, qué desaforadísimos ditirambos. Qué tontuna de película, para mí: pegote tras pegote fusilado de todo un poco, como en las mismas pizzas, algo de nouvelle vague por los pelos, de Forrest Gump por allá, de las grotesqueces del Tarantino de Érase una vez en Hollywood, del peor Taxi Driver, de renglones torcidos de La la land, de gore sin venir a cuento luego, sin consistencia alguna toda esa infame mezcolanza deshilachada, sólo porque yo el Director y Guionista lo valgo, al servicio de una pretendida historia de ¿amor? –la pobre chica siempre retratada en puntas, menudo anzuelo- insostenible y muy pobre. Indigesta pizza pour muá, vamos, pese a ser tan mediáticamente sahumada.
Que si no es un costo relamido de los que te gustan a ti, es mala...
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