Había quedado ayer en el Retiro con María, buena seguidora mía, y yo de ella en las redes, que me encargó un ejemplar de mis poemas, tan importante para mí cada pasito, cada mano. Qué oasis el Retiro en los madriles de golpe: el mazo del calorazo en la mañana juliana tornábase allí, con sólo pisarlo, ínsula de verdura y frescor en derredor. Qué bonito estaba el Retiro incluso bajo un sol de injusticia, que allí se hacía justo y benéfico. Toda aquella ricura refrigerada, los bancos solícitos, las arboledas, magníficas en porte y copa, desplegando su bóveda de sombra, qué Paraíso encontrado para mis humildes poemas, ¿te vienes? El lento mecerse de las barquitas (me parecían ayer más pequeñas de lo que las recordaba) sobre las aguas, con sus remos como brazos abiertos en par, que atesoraban, a la altura del 2022, el embrujo veneciano de siempre, como demostraban las colas de parejitas soñadoras, locas por subirse a ellas pese a la chicharrera. Tuve tiempo para ver un rato la maravillosa estatua ecuestre de Martínez Campos, con ese poético caballo derrotado que desmiente el férreo apresto del General. Llegó puntual María, amabilísima y simpática, igualita que en las redes. Nos desvirtualizamos, ¿se dice así?, nos saludamos en vivo y en directo. Le dije cuatro cosas bonitas sobre mi libro. María me lo agradeció. Se lo firmé. Me sentí escritor. Charlamos durante un buen rato. Por vergüenza no me atreví a pedirle una foto con ella y con el libro, cómo voy así como escritor a llegar a algo. Pero queda intacto el recuerdo, como quedan la estatua, las barcas, ese paraíso para mis versos. Ya podía retornar a mi covacha alcorconera. María, muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario